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26 May 2020
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Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

Diario de un escritor en cuarentena (Día 75)

Las cuatro patas que, a mi modo de ver, sustentan cualquier novela son: El punto de vista, el tiempo verbal, el tono y la trama. Tenerlo claro y elegir las patas que mejor se adecúen al proyecto es, sin duda alguna, la parte más difícil del proceso.

Siempre tuve claro el tono, la trama y el punto de vista (opté por la primera persona, aunque por un tiempo me rondó hacer uso de la segunda al más puro estilo Diario de invierno de Paul Auster). Lo más complicado fue elegir el tiempo verbal, ya que el presente (tan de moda ahora principalmente en thrillers y novelas juveniles) le daba un realismo insuperable, pero usando el pretérito conseguía ceñirme mejor a la historia sin dejar ningún fleco. Al final resolví el enigma probando ambas opciones: Comencé dos novelas, una en presente y otra en pasado y fui comprobando dónde y por qué cojeaba en cada caso. Me costó mucho darme cuenta de esto. Dos años rumiándolo, para ser exacto. Es horrible llevar media novela escrita y que, de súbito, caigas en la cuenta de que no funciona, máxime si la trama no es negociable, ni puedo permitirme variar la idea inicial (la trama de esta novela es demasiado buena como para cambiar ni una sola escena por motivos técnicos; y el resultado final es lo que importa).

Una tercera opción era alternar ambos tiempos, lo cual es sumamente difícil porque puedes llegar a perder la perspectiva del presente si es que incides demasiado en el pasado o viceversa. Conseguir el equilibrio perfecto está al alcance de muy pocos (David Foster Wallace lo hace magistral en novelas como La escoba del sistema o La broma infinita aunque reconozco que no son nada cómodas de leer, ni mucho menos para todos los públicos. Esa es otra, otro escollo: intento que la lectura sea fácilmente digerible y amena. Muy visual y con un lenguaje muy sencillo, casi coloquial, es decir, nada elitista).

Pero dentro del uso del tiempo verbal también hay otro aspecto no menos importante: el lenguaje interior Vs. el lenguaje exterior. Los pensamientos del protagonista, en el caso que me ocupa, son casi obligados tratándose, como ya he dicho, de una novela escrita en primera persona. Alternar lo que ven sus ojos con lo que piensa o qué le evoca sin perder el ritmo de la acción es otro de esos problemas en los que no reparas hasta que no estás metido en harina. Y que, además, quede natural, nada forzado, ya es para nota.

Lo sé. Aún no he dicho el tiempo verbal que elegí para mi novela. Si el presente, el pasado, o si al final me atreví a alternarlos (salvando las distancias con el genio Wallace). Prefiero dejarlo en suspenso.

(94.900 palabras en 75 días sin descanso. Cuando acabe este primer borrador necesitaré urgentemente unas pequeñas vacaciones de mí mismo).