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12 May 2020
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Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

Diario de un escritor en cuarentena (Día 61)

Vivo empadronado en esa fina línea que separa la ficción de lo real, y lo malo y bueno al mismo tiempo es que a veces pierdo el equilibrio y caigo en un lado o el otro indistintamente.

Me sucede a menudo, cuando rescato alguna anécdota que ocurrió en mi taxi, que no recuerdo exactamente si llegó a sucederme literal, o si hay parte de ficción en ella, o si toda es inventada. Me refiero a anécdotas escritas en su día, tan nítidas en mi cabeza a la hora de volcarlas que mi memoria duda ahora de su auténtica veracidad. En cualquier caso, no miento al contarlas, o no es mi intención mentir adrede. La mentira es un concepto complejo cuando el que la suelta no es consciente.

Eso que se llama «autoficción» y que pretendo rescatar en esta novela, tiene sus riesgos aunque, a la postre, mola. Y además, poder moldear tu propia realidad, sacrificar lo tangible en favor del entretenimiento tampoco creo que merme en absoluto mi credibilidad: no soy periodista y tampoco lo pretendo. No me dedico a contar fielmente lo que sucede (no soy ningún cronista de mi tiempo), sino a entretener al lector y hacerle volar durante un buen puñado de páginas. Los escritores de ficción (y de «autoficción»), en cierto modo, somos también payasos. Como Joker. Como Miliki.

Buscar ficciones no es otra cosa que evadir una realidad a veces insoportable, o dura, o aburrida incluso. Y busca evadirse tanto el que la escribe como el que la lee (es tan culpable o tan víctima el uno como el otro). Es esto somos muy parecidos a los politoxicómanos, en lo de evadirnos, aunque sin ver amenazada la salud salvo excepciones: Don Quijote de la Mancha, por ejemplo (Cervantes lo describe como «seco de carnes, enjuto de rostro» y añade: «En resolución, él se enfrascó tanto en su lectura, que se le pasaban las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio; y así, del poco dormir y del mucho leer, se le secó el celebro de manera que vino a perder el juicio»). Ahí lo dejo.

(77.400 palabras en 61 días de confinamiento. A poco más de 1200 por día. Seguiremos informando)