PATROCINADORES
INSTITUCIONES
Junta castilla
jcm

Archiletras

08 May 2020
Compartir

Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

Diario de un escritor en cuarentena (Día 57)

Es difícil ponerle voz a un personaje cuya personalidad arrolladora no es, ni de lejos, la tuya. Peor aún: fue la tuya durante un tiempo, pero después se apagó para siempre.

Hacerlo es un ejercicio constante de introspección y de memoria: ¿Quién fuiste, por qué eras así o cómo habrías acabado de haber continuado ese camino? El protagonista de la novela que ando escribiendo es mi yo de hace ocho años. Hablo, en cierto modo, en boca del pasado. Es un ajuste de cuentas ciertamente liberador. Una especie de fiesta de despedida con fuegos artificiales y orquesta pachanguera hasta el amanecer. Por una parte, estoy disfrutando con el lado divertido de aquel desenfreno, pero también estoy sufriendo en carne propia el resultante abismo, la acrofobia y la falta de control. Imagínate vivir sin medias tintas: amar sin freno, beber sin freno, gastar dinero sin freno y, en definitiva, vivir como si cada día fuera siempre el último en una suerte de nihilismo suicida. Reconozco que el personaje protagonista no es ningún héroe ni un ejemplo a seguir para nadie sino todo lo contrario. Pero reconozco, también, que hay algo en él que atrapa. Es como acercarte al filo de un precipicio y no poder evitar mirar hacia abajo. No me siento orgulloso de él, no me siento orgulloso de ese abismo buscado, sino de haber conseguido sobrevivir y no lanzarme (o tropezarme por descuido). Supongo que es un ejercicio de madurez sin precedentes, pero también de nostalgia, de what a time to be alive.

Un viaje. Es un viaje en toda regla. En cierto modo, todas las novelas lo son. Viajes por dentro de uno mismo (o por fuera), viajes de un estado de ánimo a otro, o viajes a través de la transformación del personaje principal. De hecho, no conozco una sola novela donde no se «viaje», o donde el lector no «viaje» a otro cuerpo distinto y distante.

(73.100 palabras cargadas de ira, de amor, de desamor, de desesperanza, de locura y de absurdo existencial. Y aunque pueda parecer una trama pesimista, nada más lejos. Se intuye una rara sensación de esperanza sobrevolándolo todo. ¿Y es que, acaso, la vida no es también un poco así?).