PATROCINADORES
INSTITUCIONES
Junta castilla
jcm

Archiletras

24 Jun 2020
Compartir

Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

Diálogos de sordos

A menudo hablo con gente cabal de esa que dice que llueve cuando está lloviendo o que una herida duele. Gente que, sin embargo, se vuelve irracional cuando habla de política.

Con la política, de repente, perdemos la objetividad. Cada cual suelta un discurso basado en prejuicios y noticias ad hoc que encajan como un guante en sus ideas al tiempo que reniegan de noticias o de datos capaces de desmontar de un plumazo su argumento. Lo detecto en los otros y tal vez ellos también lo detecten en mí. La disputa (o el diálogo) es imposible porque todos tenemos, tal y como define David Foster Wallace en su ensayo «Esto es agua», una configuración natural por defecto que nos hace tender por inercia hacia la izquierda o la derecha igual que si manejamos un carro de la compra con la rueda rota. Empujar el carro en la rectitud y rectificar su trayectoria natural nos supone un esfuerzo añadido que, por norma general, no estamos dispuestos a asumir. Lo digo, repito, de los otros y también de mí.

De modo que es más cómodo —hablo de mi taxi—, buscar lugares comunes y aferrarme a una suerte de concurso de obviedades para hacer del trayecto una experiencia agradable e indolora. Nadie puede convencer a nadie en diez minutos de una idea que lleva instalada y macerada y engrasada en su cabeza tal vez años, del mismo modo que tratar de convencerme a mí de lo mismo sería como darse cabezazos contra un muro. La finalidad bidireccional del diálogo no se cumple en estos casos. El diálogo se hace imposible cuando desconectas tu opción de escuchar.

Mi configuración a este respecto me hace sentir realmente mal a veces; sumamente imperfecto, pero no puedo evitarlo. Y cuando alguien encuentra argumentos que desmontan lo mío, solamente siento rabia. Y me enfurece profundamente sentir solo rabia en lugar de reconocer que no estoy en posesión de la verdad absoluta, sino de una verdad moldeada para satisfacer mis propios intereses. De modo que a veces nos vemos tratando de justificar lo injustificable con el único propósito de salvaguardar una especie de bien superior focalizado en lo que entendemos por izquierda o por derecha. Porque ser de izquierdas incluye asumir ciertas contradicciones (además de convivir con ellas) y ser de derechas, lo mismo. Comunistas, socialdemócratas, liberales, conservadores. Vale para todos. No conozco una sola ideología aplicable a uno mismo que esté libre de contradicciones.

Lo suyo, lo cabal, sería asumir tus propias contradicciones en lugar de tratar de ocultarlas, o de negarlas. Pero, en fin, no soy tan sabio.