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12 May 2022
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Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

Cuando las calles no tienen nombre

Tras más de quince años escribiendo desde un taxi en Madrid, me complace anunciaros que acabo de estrenar taxi en Valencia. Y aquí también hay mucho que escribir. Historias nuevas. Perfiles bien distintos.

Las diferencias entre una ciudad y otra son evidentes. Para empezar, los trayectos. En Valencia son más cortos que en Madrid, pero se usa más el taxi para todo. La gente pide taxis por doquier y a mano alzada. Un gesto, alzar la mano, que en Madrid no es tan habitual, en parte porque es una ciudad mucho más grande, pero también porque el madrileño está mucho más acostumbrado a las apps intermediarias (huelga decir que en Valencia, afortunadamente, no hay Uber).

Y en esos trayectos sustancialmente más cortos, las charlas también son cortas. Y concentradas. No se profundiza tanto, quiero decir. Tampoco hay atascos, ni un estrés tan evidente como en Madrid (el rostro del madrileño es el espejo del ictus). Por lo tanto, aquí en Valencia tengo que ir más al grano para ahondar en el usuario y sacarle historias dignas de ser escritas. Es un proceso que requiere abrir el melón de la charla a tumba abierta; sin tiempo para allanar el terreno hablando del tiempo, o del tráfico.

Pondré un par de ejemplos:

Ayer inicié una charla con la excusa del olfato:

—Disculpe el atrevimiento, pero el perfume que usted lleva me ha recordado a una buena amiga que hace tiempo que no veo. Y en fin, no he podido evitar acordarme de ella. Qué cosas, ¿verdad? —esa amiga no existe. Es mentira.

Pero hubo suerte. Al instante se inició un diálogo de lo más interesante sobre la evocación de los olores y los posibles vínculos entre el perfume y la personalidad de quien lo elige pasa sí.

Y otra. Frecuentemente empleo el comodín de Madrid y les cuento, a grandes rasgos, mi trayectoria taxial en ambas ciudades (evitando, eso sí, mencionar la vinculación literaria). Suelo colar una frase que funciona muy bien: «Es muy raro circular por calles que apenas te dicen nada porque no tienes recuerdos. En Madrid, sin embargo, cada calle me recordaba a algo. Supongo que será cuestión de tiempo». En estas los usuarios me suelen contar recuerdos suyos asociados con las calles por las que circulamos. Y al terminar el trayecto les acabo diciendo: «Bueno, aún no tengo recuerdos propios. Pero al menos ahora tengo los recuerdos de usted».

Y así me muevo, por ahora. Circulando por calles nuevas que me evocan recuerdos prestados. Ya sólo necesito crear recuerdos propios para sentirme como en casa.

Seguiremos informando.