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22 Sep 2021
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Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

Baños de dolor a 2,60€

La gente queda en bares, en terrazas, para contar y compartir por turnos sus problemas. Paradójicamente, los que no tienen problemas tampoco tienen nada que decir en estos casos, lo cual es un problema en sí mismo.

Es mediodía y escribo estas líneas desde la terraza de un bar cualquiera, bajo un sol que mece la cuna del recuerdo. Las dos jubiladas de la mesa de mi izquierda se quejan de lo mal que funciona la seguridad social, y emiten sonidos tales como oyoyoy y uyuyuy alternativamente y se muerden el labio. Llevan más de media hora apurando el café, y entre tanto he advertido que son bastante conocidas en el barrio: ya han parado a su altura tres viandantes (todas mujeres, todas arrastrando el carro de la compra). Frenan su marcha, saludan y, ya que están, sueltan amarras: a una le duele una rodilla; otra vive sin vivir en sí a la espera de «los» resultados de «la» prueba («lo peor es no saber», sentencia), y a la última ha empezado a gotearle el grifo del lavabo. Estos breves careos resultan ciertamente útiles para las dos jubiladas porque ayudan muy mucho a retroalimentar su charla. Cuando las secundarias desaparecen del plano (y del campo auditivo), ambas inician un nuevo cuchicheo sobre la ausente en cuestión. «Uy la Puri, qué mal la veo. Ha desmejorado muchísimo desde lo de su hijo el mayor, ¿te enteraste? Una pena». Las dos conocen la historia (y el resto de las historias que se cuentan), pero su juego dialéctico consiste en no-saber-que-la-otra-sabe para ahondar en el tema y darse un nuevo baño de dolor. Su objetivo principal es desahogarse primero de lo suyo, para después desahogarse del barrio en general según quién pase por delante. Pudiera parecer que la gestión y verbalización de los problemas es, en definitiva, el modus vivendi no sólo de ellas; también de su entorno. Es su mundo.

Un detalle: para aumentar la tensión narrativa, la que escucha emplea una técnica asombrosa a la par que efectiva: mantener su taza de café en el aire a pocos centímetros del sorbo. Hace como que se dispone a beber, pero de repente frena la trayectoria de la taza como si el sorbo le impidiera escuchar con la atención requerida. Y así se mantiene durante seis, siete y hasta ocho segundos. Me apunto el gesto para usarlo a futuro. A ser posible con cerveza.

Luego llega el momento de pagar y marcharse. Invita una de ellas: «Mañana te toca a ti», dice mientras busca en su bolso como quien remueve un caldero. Dos euros con sesenta el desahogo. Joder. Baratísimo.