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07 May 2019
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Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

Si escribes, no conduzcas

Escribir mientras conduces no sólo es peligroso; también es caro.

En los últimos meses llevo ya dos multas y seis puntos menos de los doce que tenía en mi carnet de conducir profesional. Huelga decir que sólo escribo en momentos de extrema necesidad, cuando la musa me agarra por el gaznate y las inclemencias del tráfico no me permiten echar el taxi a un lado y buscar aparcamiento. Si a esto le sumamos mi célebre memoria de pez, o bien traslado el dictado de la musa al papel en menos de cinco segundos, o la idea se perderá para siempre en el spam de mi memoria como lágrimas en la lluvia. Para escribir en mi taxi siempre tiro de libreta A5 clásica (y un boli siempre Bic cristal, siempre negro) usando el volante a modo de escritorio rotativo. A veces, en circunstancias extremas, llego incluso a debatirme entre escribir recto o girar si vienen curvas. En defensa de mi integridad física me congratula decir que, por ahora, siempre ha ganado el instinto. Pero el día que me choque en pos de mantener una buena caligrafía, ese día, habrá ganado la literatura.

Mención aparte merece el uso casual del claxon cuando escribo apretando el boli en el cuaderno con más fuerza de la habitual. El claxon acaba siendo el énfasis de ciertas palabras. La semana pasada escribí «fascismo» apretando tanto, que pulsé el claxon sin querer y en esto un motorista pensó que iba por él y me enseñó el dedo medio. De todos modos ahora me gusta pensar que, cuando alguien me pita, en verdad fue sin querer (embebido, como yo, en su musa particular y escribiendo enfáticamente).

Por cierto, la última multa fue por culpa de un poema dedicado a mi mujer. La explosión de amor me salió a 100 euros la estrofa (con el 50% de descuento por pronto pago). Pero esa noche dormimos en cucharita pose.