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04 Mar 2019
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Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

Voces impostadas

Reconocí su voz, pero su rostro no me sonaba de nada.

Nada más tomar mi taxi y oírle decir “Al Teatro Real, por favor”, me vino a la mente un actor americano, y luego otro, y otro más, y tal fue el cúmulo de nombres agolpándose en mi cabeza que no pude más que voltearme para verle la cara. Definitivamente no, aquel hombre no era reconocible para mí, pero sí su voz gruesa retumbado a lo largo y ancho del habitáculo. Había escuchado su voz en muchas, muchísimas películas. Era actor de doblaje, obviamente. Y de los buenos. 

No quise preguntarle y salir de dudas, soy decoroso, y tampoco tiendo a dar pie a ninguna charla. Empatizo demasiado con la gente y entiendo que no a todo el mundo le apetece hablar cuando viaja en un taxi. Sin embargo, la suerte se puso de mi parte cuando, en medio de un silencio realmente frustrante, comenzó a sonar su teléfono móvil. Y la voz de las voces descolgó:

—Hola, dime.

A decir verdad, aquella fue una charla de lo más casual, sin apenas contenido. El actor o bien asentía “ahá” o usaba frases cortas y aburridas “De acuerdo, ahí estaré”; “Nos vemos, un abrazo”. Luego colgó y al rato me dijo:

—Le sugiero que gire la próxima a la izquierda para evitar el atasco.

Por un momento pensé en hacer justo lo contrario y girar a la derecha. Toda buena peli tiene un giro de guion inesperado; el típico conflicto que el protagonista debe resolver. Pero no. Al final le hice caso, giré por la calle indicada, le dejé en su destino y ahí quedó todo. 

Pensándolo después, no sé bien quién me decepcionó más: si la exasperante cotidianidad de aquel tipo en contraste con la épica de su propia voz o, en fin, yo mismo.