PATROCINADORES
INSTITUCIONES
Junta castilla
jcm

Archiletras

26 Feb 2019
Compartir

Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

Hiperconectados

La gente camina asida al teléfono móvil como náufragos en islas inventadas. Los smartphones se han convertido en una prolongación indivisible del cuerpo.

Algunos, además, portan auriculares inalámbricos conectados por bluetooth al móvil. Y relojes inteligentes conectados por bluetooth a los auriculares (o al móvil, no estoy seguro). Los relojes miden el pulso y la cadencia de tus pasos para que puedas compartirlo con el resto del mundo. Ahora sé, por ejemplo, que un tipo de Logroño acaba de recorrer 3,7 kilómetros en 14,36 minutos. Lo sé porque un algoritmo me ha sugerido seguir sus andanzas en Twitter. Andanzas que, dicho sea de paso, no me aportan absolutamente nada, pero es el precio que tengo que pagar para no tener la sensación de estar perdiéndome algo.

Por alguna extraña razón, opinar lo es todo ahora mismo. Sentimos la necesidad de contar cosas, reivindicar el yo, ganar followers en virtud de un altavoz cada vez más potente. El nuevo lenguaje no atiende tanto al contenido como al número de receptores de lo que sea que tengas que decir. Resulta más atractivo montar en un taxi y contarlo en tus redes sociales que charlar de tú a tú con el taxista.

Sucedió una vez que una chica tuiteó desde mi taxi mencionando mi nick sin saber que era yo el taxista mencionado («Ojalá este taxi fuera el de @simpulso y me llevara lejos», dijo. Me pitó su mención y aprovechando un semáforo, leí su mensaje.  

—Vaya… ¿Cuánto de lejos?  —dije mirándola a través del espejo. 

—No… puede… ser… ¿Eres TÚ?

—Sí. Es normal que no me hayas reconocido. Mi foto de perfil en twitter tiene ya varios años. Ahora soy más joven.

La chica no sabía dónde meterse. A punto estuvo de morir de la vergüenza. Supongo que, ejemplos como éste, demuestran que hemos aprendido a actuar con mayor naturalidad en las redes que en persona. Vamos, una pena.