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19 Feb 2019
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Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

Besar en los guiones del habla

Mi taxi y yo fuimos testigos del desenlace de una primera cita fraguada en internet.

Ella y él sentados en la parte trasera de mi taxi, guardando prudencial distancia y volcados, aún, en el aprendizaje mutuo: todo eran preguntas, caras de sorpresa, nervios, decoro. Pero entre líneas se podía intuir las ganas de ambos por ganarse en ganas: querían más y mejor, levantar las capas del otro hasta dar con hueso, pero sin prisa. No estaban en la liga del cortejo urgente de quienes sólo buscan primero sexo rápido y después lo que surja, no. Su caso era justo el contrario. No tenían prisa por besarse aunque ansiaran el momento: procuraban hablar mirándose a los ojos, pero a veces la mirada no hacía caso y descendía irremediablemente hacia la boca del otro.  

Y entre ese juego de preguntas sin respuesta y miradas hambrientas y deseos compartidos, llegó el momento de decir adiós. Detuve el taxi en el portal de ella y entonces se acercaron para darse dos besos, pómulo con pómulo, pero en esto hubo un mal cálculo, o tal vez pudo más el deseo: a pesar de sus castas intenciones ambos acabaron posando sus besos justo al filo de la boca del otro, chocando comisuras y sintiendo, por dos instantes (el segundo, más lento), el punto exacto donde nace la humedad del otro. Fueron dos besos protocolarios, pero con vocación de algo más. Un punto y final convertido de repente en sendos puntos suspensivos.

Y al marcharse ella, quedamos él y yo en silencio: yo conduciendo en mitad de la noche con un ojo clavado en el retrovisor, y él ensimismado evocando el placer de aquel momento. Con los dedos en ambas comisuras, acariciándolas. Como un ciego leyendo poesía.