PATROCINADORES
INSTITUCIONES
Junta castilla
jcm

Archiletras

28 Jul 2022
Compartir

Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

Que por qué soy taxista

Soy taxista porque me apasiona escuchar a esa mujer de tobillos hinchados y pelo ralo contarme media vida en apenas 6,55 euros de taxímetro.

Sus dolencias. Sus citas pendientes con distintos especialistas (fecha y hora, todas de memoria). Lo de su hijo Carlos, que no levanta cabeza y consume los días igual que una planta crecida entre los cojines del sofá, móvil en mano, gayumbos, camiseta. Treinta y siete años tiene. O su hija Teresa, algo más espabilada pero desdichada en lo tocante al amor («Siempre ha tenido muy mala suerte con los hombres. Pero la hicieron fija en Mercadona»). La vida en sus diferentes formas, la vida en bruto, sin edulcorar. Otro: Un hombre me cuenta que tiene once hijos, que ya está jubilado y que, a base de trabajar muy duro, consiguió comprarle un piso a cada hijo. Once pisos en total, más luego el suyo.

Otro: Le acaban de quitar el carnet de conducir por alcoholemia y justo antes de subir en mi taxi, a la salida del after, la «pasma» he había incautado en un control una bolsita de pastis y un par de gramos. «Bueno, tengo muchas multas de esas. Pa empapelar la pared. Es consumo propio; no hay problema», sentencia. Me quedo con sus últimas palabras: «No hay problema».

Otra: Viene de crucero y quiere conocer Valencia en cuarenta y cinco minutos. «¿Paela rápida? ¿Is posible?» me pregunta, y yo alzo los hombros mientras le enseño la descomunal Ciudad de las Ciencias. Luego pasamos por la Plaza de la Virgen, le señalo la Catedral de Valencia (del siglo XIV, nada menos), la mujer baja la ventanilla, hace una foto con su móvil y me dice: «Ok. Next».

Chavales que buscan ligues con la app formato mapa en la mano «Gire la próxima a la izquierda, por Ruzafa. Ahí hay uno») como si cazaran Pokémones, turistas en bañador con aires de tenerlo TODO bajo control, un argentino preguntándome ansioso si conozco algún buen restaurante ARGENTINO por la zona, uno que casi me pega por decirle que hay pronóstico de lluvias (¿?), un chico de unos trece años con un chupete en la boca mientras su madre se hace selfies todo el rato poniendo morritos, dos japonesas cantando a pleno pulmón Saoko mami Saoooko de Rosalía…

Y todo esto (y algunos más que, por prudencia, no puedo añadir) en apenas una semana.