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07 Abr 2022
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Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

Sobre Fleabag y David Foster-Wallace

Algunos textos, o discursos, o escenas, son tan potentes, que consiguen voltear tu percepción de las cosas hasta el punto de cambiar tu opinión.

No sé tú, pero yo ya no pongo la mano en el fuego por nada (ni siquiera por el fuego, porque quema). A lo largo de los años he cambiado mucho de opinión y, aún hoy, continúo mutando. Porque leo, y absorbo lo que leo, y algunas de esas lecturas acaban demostrando que yo estaba equivocado, o que no había pensado en ello lo suficiente.

Aquí un par de ejemplos:

El primero, es un discurso que escribió y articuló David Foster-Wallace en una ceremonia de graduación en la universidad de Kenyon. El texto íntegro, bajo el título «Esto es agua», puedes encontrarlo en internet. Trata sobre lo difícil y trabajoso que es la empatía (y, en contraposición, lo cómodo que es ser egoísta por culpa de nuestra configuración por defecto). A mí, sinceramente, me cambió la vida (para bien) y ahora veo a la gente, al desconocido, de otro modo.

El segundo no es un texto en sí, sino la escena de una gran serie cuyos diálogos nada deberían de envidiar a la buena literatura: Fleabag. Saco a colación este diálogo del capítulo 3, segunda temporada, entre Fleabag y Belinda Friers (mujer de 58 a quien acaban de premiar como «Mujer de negocios del año»), porque cambiaron (para bien) mi concepto del feminismo y las guerras «de los hombres». Pongámonos en situación. Tras recibir el premio, Fleabag y Belinda están sentadas en la barra de un pub tomando una copa:

—Dios… premios a las mujeres.

—Enhorabuena.

—Ah, es una mierda paternalista.

—¿Por qué? ¿No es algo bueno?

—¡No! Es segregador. Una subdivisión del éxito. Es como la puta mesa de los niños en las bodas.

—¿Y por qué has ido?

—Porque no ir era de capulla.

(…)

—¿Qué edad tienes?

—58. ¿Y tú?

—33.

—Oh… Tranquila, todo mejora.

—¿Me lo prometes?

—Te lo prometo. Escucha, el otro día iba en un avión y me di cuenta… bueno, hace tiempo que quiero gritarlo a los cuatro vientos: ¡Las mujeres llevamos el dolor congénito! Es nuestro destino físico: dolores menstruales, de tetas, los partos, ya sabes… Lo llevamos dentro de nosotras durante toda la vida. Los hombres, no. Tienen que buscarlo. Se inventan todos esos dioses y demonios para sentirse culpables de no sé qué, algo que nosotras sabemos hacer muy bien solitas. Y luego se inventan guerras para poder sentir cosas, tocarse entre ellos… Y cuando no hay ninguna guerra, juegan al rugby. En cambio, nosotras lo llevamos todo aquí, en nuestro interior. Sufrimos dolor en ciclos, durante años y años y años. Y luego, justo cuando crees que estás en paz con todo, ¿qué pasa? La menopausia, ¡la maldita menopausia llega! Y es… la cosa más… maravillosa, joder, del mundo. Y sí, todo el suelo pélvico se desmorona, te dan sofocos y a nadie le importa, pero tú ya eres libre. Ya no eres esclava, ya no eres una… máquina con partes. Sólo eres una persona en marcha.