PATROCINADORES
INSTITUCIONES
Junta castilla
jcm

Archiletras

31 Mar 2022
Compartir

Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

Nombres condenados al olvido

En mi finca vive un Ponciano, una Agripina, un Adosindo, un Zacarías, una Patrocinio y una Cesárea. Larga vida a esos nombres. Porque serán los últimos.

Esperar el ascensor mientras leo impresos los nombres en cada buzón, algunos a boli, es uno de esos momentos fascinantes de mi nueva vida. A veces espero en compañía de vecinos de edad avanzadísima, y me pregunto si ese rostro ajado será el de Zacarías o el de Adosindo. Pero no pienso lo mismo cuando me cruzo con menores de 60 años. Hace mucho que dejaron de usarse (tal vez coincidiendo con el éxodo del pueblo a la ciudad, aunque sigo sin entender la relación). Hoy, lo «original» es llamarse Bosco, Martina o Rodrigo, y los más tradicionales optan por nombres comunes, convencionales, como María, Manuel o Francisco. Dejó también de ser costumbre que el primogénito conserve el mismo nombre de su padre. Además, ahora podemos cambiar el orden de los apellidos y anteponer el de la madre, algo muy a celebrar aunque no del todo: el apellido del padre todavía prevalece por defecto mientras no se solicite lo contrario. El machismo, en fin, aún se impone bajo el yugo del «cabeza de familia», decapitando administrativamente a la madre.

(Reconozco que, por un momento, llegué a dudar si Patrocinio era nombre masculino o de mujer y lo busqué en Google, «Patrocinio», pero sólo me salían webs de economía y anuncios comerciales, lo cual demuestra que vamos deliberadamente a peor. Tuve que tirar de santoral para salir de dudas).

Pero a quien tengo más ganas de conocer es a Cesárea, nombre que lleva implícito una herida, una cicatriz; un modo difícil de llegar al mundo y que lo lleva y llevará consigo en cada firma, en cada presentación en sociedad, en cada formulario administrativo hasta el fin de sus días o incluso más allá, grabado en su tumba. Quiero conocerla sólo por comprobar si el rostro acompaña al nombre (o viceversa).

De ahí mi duda: ¿Puede condicionar un nombre propio toda una vida? ¿Es el nombre el que hace a la persona, o es al contrario? Particularmente no puedo responder a esto. Me llamo simplemente Daniel, nombre neutro que no dice gran cosa. Aunque, ahora que lo pienso… yo también soy neutro: tiendo a no mojarme en nada. ¿Será por culpa mi nombre?