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02 Dic 2021
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Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

Revivir el ansia

No hay tensión narrativa capaz de superar el complejo entramado mental de cualquier adolescente. Debemos mirar hacia ellos. Aprender de ellos. Envidiarlos. Siempre.

Los adolescentes son como arqueólogos impacientes que tiraron sus brochas en terreno acotado y ahora buscan hallazgos a golpe de martillo neumático. No les importa romper cráneos neanderthales: lo importante es llegar cuanto antes, saber que el hueso estaba ahí y saciar la incertidumbre de inmediato. Y quien dice cráneo, dice pezón, o lengua ajena, o el tesoro imaginado y escondido detrás del tercer botón de unos Levis. Los adolescentes son capaces de amar y desamar casi al unísono, sentirlo todo en grado diez y potenciarlo porque no hay comparación posible: todo es nuevo y al alcance de la mano. Una mano que, por cierto, tiembla inevitablemente: nadie puede estar tranquilo y confiado mientras palpa una primera teta o rodea con los dedos la primera verga enhiesta porque algo en su interior le empuja a hacerlo: todo cambia cuando llega ese momento, es un shock inenarrable que nunca, jamás, volverá a repetirse.

Por eso la adolescencia es, creo yo, el motor de todo; el eje alrededor del cual gravita el ansia; la madre de todos los puntos de inflexión. Es la novedad en mayúsculas y el deseo por obtenerla, la constante incertidumbre, las ganas compartidas, el descubrimiento del otro, la gran máquina que activa y lubrica los sentimientos. Después creces, se asientan las cosas, y todo se rompe. A unos les da por escribir, a otros por drogarse y a otros por comprar criptomonedas (o todo junto). Queremos revivir la adolescencia o al menos emularla, y usamos parches, nos inventamos mierdas. Ya sabemos desde hace mucho tiempo lo que es tocar una teta, y eso nos destroza. Pero hay que disimular. La vida sigue, ¿no crees?