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21 Oct 2021
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Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

Mi rutina

Buenos días, buenas tardes, buenas noches. Os cuento mi rutina: Desayuno, escribo, almuerzo, escribo, escribo, ceno, leo, veo series y a dormir. Los demás detalles, desde ducharme a planchar camisas o lavarme los dientes, carecen de importancia.

Tengo un despacho con vistas a un centro de salud en construcción. También escribo en la terraza porque dentro del despacho no puedo ni quiero fumar. Y a veces, cuando la bicha de la creatividad se me adormece, bajo a un bar cualquiera. Hay muchos bares en esta zona de Valencia, y apenas me basta el intervalo de un café o de una cerveza para ponerme al día en eso que llaman «realidad» (escucho conversaciones ajenas, e incluso tomo notas; me fascina la cotidianidad).

A la vista queda que mi vida actual no daría ni de lejos para una novela, pero mi mundo interior sigue dando para varias. De hecho, me encuentro trabajando en dos al mismo tiempo. Una la publicaré bajo pseudónimo y la otra, musas mediante, llevará mi nombre. Tengo un par de proyectos más, y un puñado de ideas enfocadas a relanzar mis redes. Reconozco, a este respecto, que tengo Facebook, Twitter e Instagram ciertamente abandonados (en gran medida por culpa de mi actual situación de aislamiento; me cuesta más que nunca darme a los demás). Atrás quedó esa etapa rica en sociabilidad a través de un taxi y de una vida extramuros. Atrás quedó el recurso de todas esas historias que venían a mí desde el asiento trasero. Ahora, sin embargo, tengo todo lo que siempre he deseado, aunque se haga duro a veces. He de salir más, supongo. Aunque el mundo en rededor, por el momento, se me haga bola dentro.

He renunciado al sueldo fijo y a los ingresos estables y a los convenios colectivos y a las vacaciones de tal a tal día. Vivo, si me lo permites, en una constante cuerda floja y sólo depende de mí en primera instancia y después de vosotros, queridos lectores, que no me tropiece y caiga y me pegue la hostia del siglo. Pero para que exista un «vosotros», tengo que hacerlo bien, no queda otra. Tengo que escribir de puta madre y hacer de mis escritos un viaje amable por los recónditos lugares de mi mundo interior. He de complaceros a través de la palabra, sumando palabras (o deshaciéndome de ellas, según se mire).

No es ni será tarea fácil porque no os conozco a todos.