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26 Feb 2021
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Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

El bar en tiempos revueltos

Me encuentro en el bar de siempre. Dejé mi taxi aparcado en una parada contigua, aguardando su turno. Pido el segundo café de la mañana. Lo confieso: soy adicto no tanto al café como al murmullo de la gente.

Me refiero a esos bares con huesos de aceituna por el suelo y azulejos tristes (nunca me verás en franquicias de colores corporativos y camareros precarios robotizados).

La barra está precintada con una cinta de obra (por el covid), pero las distancias son lo suficientemente cortas como para entender moderadamente las charlas que me rodean. En la mesa alta de mi izquierda, dos barrenderos hablan de la compraventa de un coche de segunda mano. La abuelita de mi derecha moja un churro en el café y suspira a intervalos. Lleva la mascarilla bajada hasta la barbilla. Su cuidadora (latina, muy joven) le indica: «Despacio, Amparo» al tiempo que ojea de soslayo la pantalla de su teléfono móvil. Al fondo hay dos máquinas tragaperras juntas a pleno rendimiento, ocupadas por un joven delgadísimo de rasgos orientales y una mujer de unos cincuenta con su carro de la compra aún vacío a su lado. La mujer echa monedas como hipnotizada por el sonido metálico que desprende la máquina. Un sonido entremezclado con el chorro de vapor de la cafetera y el programa matinal de la tele (tertulianos hablando de violentos disturbios en las calles de Barcelona con imágenes sobreimpresas de lanzamientos de objetos a la policía).

En la esquina opuesta, dos mujeres con sendos cafés con leche comparten un cruasán mientras hablan del cole de sus hijos. Coinciden en decir que la tutora de Pablo y de Yohana es una incompetente «incapaz de ponerlos en vereda». En esto, entra al bar un mecánico del taller de la esquina y pide un orujo de hiervas. David, el camarero, vierte el líquido en una copa pequeña de balón, el tipo se lo bebe de un trago, planta un par de monedas sobre el mostrador y se marcha. La escena apenas ha durado 10 segundos.

No sucede nada digno de mención, pero al mismo tiempo está sucediendo absolutamente todo aquí y ahora. Los sonidos de la vida en apenas cincuenta metros cuadrados.

Me asomo a la calle y veo a una pareja acercándose a mi taxi. Pago el café y me marcho. Ya en el taxi, la pareja me pide llevarles una clínica de fertilidad del centro.

Lo que queda de vida no ha hecho más que empezar…