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12 Feb 2021
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Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

Un Tinder metaliterario

Hace tiempo llevé en mi taxi a un tipo que se dirigía a una cita «a tuertas», vía Tinder, y le di mi teléfono para llevarle después a él, o a los dos, a su casa o la casa de ella. Pero no me llamó. Hasta hoy.

Esta mañana recibí una llamada no agendada en mi móvil.

—Sí, hola… soy el chico de Tinder, ¿me recuerdas?

—Ehm… me confundes con otro. No uso Tinder. Estoy casado.

—Yo también estoy casado, pero no te he llamado para abrir contigo un debate moral, jaja. ¿Eres el taxista?

—Ah, sí. Perdona. Dime.

—¿Puedes venir a buscarme, digamos en… media hora?

—Sí. Recuérdame la dirección.

El chico me dio sus señas y, aunque tendría que atravesar media ciudad, la curiosidad me pudo más que el gasto en tiempo y combustible. Y allá que fui.

Lo primero que llamó mi atención cuando al fin montó en mi taxi fue que se había dejado barba y rapado la cabeza.

—¡Vaya! Nuevo look —le dije.

—Sí. Lo hago a menudo. Cada dos o tres meses cambio mi perfil en Tinder con un nombre distinto y todo eso.

—¿En serio?

—Sí, jaja.

—¿Y nunca se ha dado el caso de quedar dos veces con la misma chica desde perfiles distintos?

—No, nunca. Tengo un Excel. Y si alguna vez me matchea alguna con la que ya he quedado, no contesto.

—Todo un profesional, jaja.

—Sí, jaja. Pero reconozco que se me están agotando los perfiles interesantes. Profesiones, estilos de vida, ya sabes.

—¿Necesitas ideas? —le pregunté.

—Sí, por favor.

—Responsable de logística en un laboratorio. Di que te encargas de distribuir las vacunas del covid que llegan a España.

—¡Qué buena esa! Me lo apunto.

—O… no sé. Escritor.

—Lo pensé, pero podrían googlearme y descubrir el pastel.

—Di que escribes para otros. Y que hablando con ella te has dado cuenta que sería un personaje fabuloso para tu próxima novela. Se sentirá halagada, y la charla posterior podría dar bastante juego.

—¡Hostiá!, cojonudo. ¿Y qué aspecto tiene un escritor?

—Déjate crecer un poco el pelo y llévalo así como despeinado. Y barba de tres días.

—Bien.

—Ah, ¿y sueles beber?

—¿Alcohol dices?

—Sí.

—Algo.

—Pues bebe más. Bebe mucho. Que se note que eres un bebedor empedernido.

—Bien.

Continuamos hablando pero en el fondo me quedé enrocado en esto; en su próximo perfil de escritor canalla y mujeriego. Llegué a pensar que, en realidad, lo había usado para que hiciera lo que yo ya dejé de hacer hace mucho tiempo. Que había creado en aquel chico una especie de alter ego, y el caso es que estoy expectante por saber qué tal le irá en su nueva piel de juntaletras fantasma. ¿Será, tal vez, que ansío proyectarme también en sus éxitos (o en sus fracasos)? No sé… Muy raro todo.