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08 Ene 2021
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Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

El baile de los signos

No puedo evitar imaginar que los copos de nieve son, en realidad, todas esas tildes y esos signos de puntuación que debimos poner en su día y no lo hicimos.

Estoy pensando en un cielo literario mientras conduzco mi taxi por el Paseo de Recoletos. Caen con rabia todas esas tildes del adverbio «sólo» que ya no son obligatorias aunque, sin embargo, inviten a la ambigüedad. «Sólo estoy solo», estoy pensando al tiempo que acciono las escobillas del parabrisas que arrastran tildes sin pudor a izquierda y derecha. También sucede con todas esas comas que a menudo sirven para darle un respiro al texto e inyectarle el ritmo preciso pero que ahora, sobre todo los chavales, en las redes, las omiten escribiendo del tirón hasta el ahogo. Esas comas ahora están varadas en las ramas de los árboles que decoran el Paseo y hay un tipo en chándal, con paraguas, evitándolas y evitando también el punto y coma y la diéresis de «pingüino».

Estoy tan a tope con esto que, en un arranque de furia literaria, no puedo evitar parar el taxi y salir brazos en alto y con la boca abierta a engullir signos fríos. Unos signos que se derriten en contacto con mi boca y forman agua. Somos el 70% de agua, estoy pensando. El 71%, en mi caso. Y ese 1% sobrante son tildes y comas que como devoto (y cómo como) y boto al mismo tiempo, como eclipsado por un baile ritual: el baile de los signos.

En esto se me acerca una mujer y me pregunta si «estoy libre». Me viene a la mente mi esposa, pero al instante reculo: está refiriéndose al taxi.

—Ehm, sí —le digo.

—¿Se encuentra bien?— me pregunta la mujer refiriéndose, supongo, a mi pelo empapado de tildes y a mis ojos casi fuera de sus órbitas.

—Creo que si.

—Querrá decir «sí», con tilde.

—Cierto. Me la acabo de tragar. Literalmente.

Empieza a dolerme el estómago.

—Le dará mala digestión. Créame, soy nutriciolingüista. ¿Podría llevarme a la glorieta de Quevedo? Llego tarde a la consulta.

—¡Claro!, aunque me está doliendo muchísimo la tripa.

—Le recomiendo Palabrol Forte. Lo hay también en grajeas. Y alejarse unos días de Facebook.

—Uff, gracias. Le hare caso.

—Haré.

—Eso.