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07 Jul 2020
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Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

Hablar a través de la ropa

La gente habla, también, a través de su ropa. La ropa de la gente dice: «Estoy orgulloso de mis bíceps». Dice: «Me gusta Rosalía». Dice: «No quiero ser como el resto». Dice: «Odio todo». Dice: «Llegó el momento de abandonar la juventud» o viceversa: «He decidido volver a ser joven».

Los subgrupos que más llaman mi atención son estos últimos, inmersos en una suerte de periodo transicional, en esa fina línea que separa Moda Joven de la planta de Caballeros (o Señoras); esa decisión sin retorno de plantar un pie en la escalera mecánica ascendente o descendente y abandonar para siempre una etapa o volver a una etapa anterior sin miedo al ridículo.

Hay casos de hombres o mujeres que deciden volver a ser jóvenes para recuperar las virtudes de antaño: cuando se divorcian, por ejemplo, y quieren volver al mercado de la carne, o siguen casados pero los hijos ya son mayores y no precisan del cuidado permanente de unos padres ahora con más tiempo libre para el ocio (y encuentran en sus hijos un espejo que activa la glándula de la envidia y los recuerdos de juventud y la añoranza), y empiezan a calzar zapas cantosas, camisas estampadas, vaqueros rotos, mascan chicle y dicen «tío» a cada rato. Los veo a menudo en mi taxi, algunos cuarentones, cincuentones incluso, comportándose con cierta chulería adolescente y el pelo cortado a cepillo, y unas Nike nuevecitas, y vaqueros degastados, y polos con logos del tamaño de una ardilla, y bajan la ventanilla para asomar el codo y te preguntan por los caballos fiscales del sistema híbrido de tu taxi. Tienen ganas de vivir una nueva juventud, que es lo que cuenta. Y me hacen sentir cierta envidia, lo reconozco.

Caso aparte son los maduritos absorbidos por el universo gadget tecnológico, con sus móviles a tope de apps, sus smartwatch que apenas usan (pero se ven flamantes en la muñeca), sus gafas polarizadas y sus temas de conversación «en la onda» de lo nuevo, lo último, lo tech. Haber nacido antes de la brecha digital les dota de un sentimiento de culpa que buscan subsanar como náufragos asidos a una tabla para no quedarse atrás. Me recuerdan al personaje Creed Bratton (interpretado por el actor Creed Bratton) en la serie The Office que, ante los rumores de una inminente modernización tecnológica en su oficina, decide teñirse el pelo con el tonner de la fotocopiadora.

O ese otro universo de las tribus urbanas (hoy más difusas que hace años), ese «soy la música que escucho». Hay cierto poso romántico en esto. O había. Ahora la moda está más franquiciada. Las tendencias, creo yo, tienden más a imitar el estilo del/la influencer de turno que a su vez enseña prendas patrocinadas. Hoy es difícil distinguir dónde acaba la personalidad real de cada uno y empieza la inconsciente y silenciosa maquinaria del marketing. Uno ya no sabe si hablas tú o está hablando Zara a través de tu ropa. En fin… turbios tiempos para la lírica.