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16 Jun 2020
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Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

La nueva normalidad literaria

Escribo estas líneas desde el asiento trasero de mi taxi, aislado de la zona delantera por una mampara transparente y llevo puesta una mascarilla quirúrgica. Llámalo experimento; llámalo nueva normalidad literaria.

Es posible que, a raíz de esta pandemia, la literatura cambie en fondo y forma. ¿Habrá una generación de escritores post-COVID, más distanciados del mundo palpable? ¿Quién dará el pistoletazo de salida con la primera novela romántica de género pandémico llamada «A dos metros de ti»? ¿Adaptaremos las recomendaciones de la OMS al devenir de nuestros personajes? ¿Influirá el filtro de las mascarillas del propio escritor en su estilo?

Yo, por el momento, siento rabia, aunque no sabría decir hacia quién o hacia qué. Es una especie de rabia con sordina, un grito atenuado por la pantalla de la mascarilla quirúrgica. Aquí enclaustrado en mi taxi con mampara, me siento más como un pez en una pecera sin agua, dando bocanadas sin que nadie en rededor advierta mi asfixia. La gente pasa por delante de mí, todos también con sus respectivas mascarillas, y tal vez se encuentren en mi misma tesitura, dando bocanadas, pero no hay forma de saberlo. Yo ahora, por ejemplo, cuando río, o cuando muestro asombro, tengo que verbalizarlo en voz alta (JE, JE, JE; OHH) para que el otro lo note.  Y suena profundamente falso.

Pero puedo bostezar a mis anchas aun a riesgo de engullir la mascarilla. Y la goma en las orejas me hace daño, pero no sé distinguirlo del dolor existencial. Y tengo ganas de agenciarme una de esas pistolas de agua que usan los niños y disparar a todo bicho viviente mientras conduzco mi taxi a gran velocidad (el agua es por mi alergia visceral a la violencia en cualquiera de sus formas; también me siento mal por ello). Quiero decir que noto el aliento del enemigo en la nuca, pero soy incapaz de visualizarlo: todos somos culpables y víctimas al mismo tiempo, o puede que el enemigo mayor no esté tan lejos sino dentro de mí. Llegados a este punto sólo puedo exculpar al usuario de mi taxi (y de los taxis en general) y al lector de mis textos (o a lectores en general). Quien lee por vicio, o quien viaja en taxi, estará desde ya automáticamente exculpado.