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02 Jun 2020
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Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

De vuelta a la (nueva) normalidad

Tras un total de 81 días escribiendo en casa, decidí sacar mi taxi a pasear aunque, eso sí, extremando precauciones: gel desinfectante, mascarilla y mampara de seguridad. Una auténtica yincana en el canal de comunicación con mis nuevos clientes.

Dos obstáculos en realidad bidireccionales: la mascarilla es de uso obligado no sólo para mí; también para el cliente. De modo que esta nueva normalidad comunicativa taxista/usuario implica hablar más alto y vocalizar mejor para rebasar las barreras de la propia mascarilla y la mampara. Y para vocalizar mejor inevitablemente hemos de hablar más despacio. Se ha ralentizado el uso del lenguaje respecto a la vieja normalidad, y esto supone además un ejercicio de revisión previa francamente interesante. Cuesta más hablar y, en consecuencia, se optimiza el mensaje. Sopesamos previamente si merece la pena el esfuerzo.

Designios del azar. Mi primer cliente después de 81 días en dique seco fue un hombre invidente. Llegó a mi parada con la ayuda de su bastón y, después de ayudarle a tomar asiento, me indicó un destino realmente lejano, lindando Castilla-La Mancha. El navegador me indicaba 50 minutos de trayecto, se lo dije y se hizo cargo. Tres minutos después de iniciar la marcha, el hombre se quedó profundamente dormido (primera vez que veo a alguien dormido con la mascarilla puesta) y así permaneció hasta el final del trayecto. De modo que mi primer trayecto en esta nueva normalidad lo realicé en silencio, sin nada que decir y pensando en cómo serán los sueños de un invidente.

Le desperté con un carraspeo: «Ejemmm…». El tipo abrió los ojos y me dijo: «¿Ya hemos llegado? ¡Qué rápido!» (lo dijo muy despacio, vocalizando). Y me pagó y salió del taxi añadiendo un «Buenos días». Eran las siete de la tarde.

Barrunto una nueva normalidad realmente rara. Con mucho que contar, pero con poco que decir. Y creo, sinceramente, que hablar menos y más despacio nos vendrá bien.