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14 Feb 2020
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Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

Hablar lo cura (casi) todo

¿Estás bien? ¿Qué te preocupa? ¿Puedo ayudarte? El habla es la máquina que zurce el tejido social, querido amigo.

No te conozco, y tal vez por eso puedo ayudarte. Hoy me veo con ganas de hacerlo (aunque puede que mañana cambiemos los papeles). Tomaste mi taxi con ojos de derrota y, en cuanto reuniste las fuerzas necesarias para indicarme un destino, te hundiste embebido por tus propios hombros.

—¿Se encuentra bien? —te pregunté.

—Uf, qué va. Es complicado.

—¿La vida?

—La vida.

—¿Quiere música?

—No especialmente.

—¿Y entonces?

—Respirar. Necesito un minuto —se aflojó la corbata.

—Dele pues.

Se hizo el silencio. La calle Serrano era un Tetris de coches buscando su hueco. Seguí por mi carril, despacio, para proyectar sosiego en el hombre que habitaba mi espalda. Pasaron algo más de dos minutos:

—El trabajo— dijo al fin.

—Bien… — dije yo.

—¿Bien? Qué va, al contrario: Un desastre.

—Digo «bien» porque es bueno tener localizado el problema para buscarle solución. Cuando estás mal, te sientes derrotado y no conoces la causa… eso sí que es jodido.

—Bueno, sí, claro. Mi problema es el curro. Me implico demasiado y no recibo más que hostias por todas partes. No avanzo, joder. Llevo cinco años estancado y no avanzo.

—¿Puedo preguntarle en qué trabaja?

—Soy consultor. Trabajo en una consultoría. Hago informes de riesgo para fondos de inversión.

—¿Le gusta?

—No mucho, la verdad. Pero se gana dinero.

—¡Vaya! Somos la noche y el día…

—¿Perdón?

—Que usted gana dinero y no le gusta su trabajo y yo, seguramente, no gane tanto, pero me apasiona lo que hago.

—Uff, se lo cambio sin dudarlo.

—Hágalo pues.

—¿Ser taxista? Quite, quite… no valdría para eso. El tráfico me pone muy nervioso.

—¿Y qué le gusta?

—Se va a reír… pero me gusta hacer muffins.

—¿Magdalenas?

—Jaja, bueno, sí. Me salen buenísimos, en serio. Más de una vez me han dicho que me dedique a eso. Llegué incluso a pensar en montar una tienda online de muffins personalizados. Tengo pensado hasta el nombre.

—¿El nombre? ¿Cual?

—Lo saqué de aquella canción de Sinéad O´Connor que a mi mujer y a mí nos encanta. Sonó en nuestra boda y todo: «Muffin compares to you».

—Jajaja. Es buenísimo. Monte esa tienda, por dios…

—Pues mire, no lo descarto. Lo hablaré con Magda.

—¿Ein?

—Magdalena. Mi mujer. Se llama así.