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11 Feb 2020
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Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

Robo voces

Guardo en la guantera de mi taxi un puñado de voces cuyos timbres, en su día, me volaron la tapa del recuerdo.

Por ejemplo, la voz de una usuaria con matices de tierra en la garganta; voz esencialmente frágil y sin embargo ronca, canalla. Nada más escucharla me vino a la memoria aquella chica asilvestrada como un cactus de esos que incitan al abrazo y sin embargo pinchan primero los dedos, después los brazos y por último el córtex. Me hizo daño y yo a ella también (sus pinchos en mi piel me hicieron cactus) pero fue un dolor estimulante en la memoria, casi adictivo (que mejora, como el buen vino, con el paso de los años).

O esa otra voz de peli de Pixar, aguda, nasal y engolada igual que la de Marta allá por COU (ojos pardos, rizos; sabía darlo todo, vaciarse, cada día, y llenarse al día siguiente sólo para mí). Nuestra historia acabó por sobredosis de ambos, en la misma cama que nos vio crecer.

O aquella voz gruesísima de lija y bourbon, como tejida en punto de esparto; la misma que portaba aquel cura comunista que me dio literatura y tenía, digamos, la deliciosa tara mental de quien entiende El Quijote y ve gigantes donde otros sólo ven molinos. Me hizo amar la literatura (y entender sus costuras) muy por encima de todo lo demás y a la postre dedicarme a trascribir lo que leo en el espejo retrovisor de mi taxi.

Hay más, muchas más (las voces ocupan poco, mi guantera es grande y mi memoria, aunque selectiva, aún conserva la consistencia del chicle de fresa ácida), pero el resto me las guardo para mí, si me permiten.