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29 Oct 2019
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Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

Los Ahogados

Hay gente verdaderamente saturada. Gente incapaz de expresar la maraña de instantes que obstruye su glotis.

Yo los llamo Los Ahogados y responden a un proceso en apariencia natural: saben nadar, pero hace años perdieron de vista la orilla y hoy las olas acechan por doquier. De hecho, hubo un tiempo en que creían disfrutar de cierta sensación de libertad, cuando nadaban desnudos a espaldas del mundo: fiestas universitarias, sus primeros sueldos, aquel pisito compartido con amigos, viajes por Europa. Eran niños con piel de adultos tomando, en consecuencia, lo mejor de cada etapa.

Pero «todo» para siempre nunca es suficiente, así que decidieron dar el paso y ser sus propios padres. El amor sincero, el ático en un barrio residencial, la hipoteca a 30 años, el primer hijo (¡sangre de mi sangre, qué pasada!). Educar al nuevo vástago no sería un problema: sólo tendrían que copiar las cosas buenas que hicieron sus padres por ellos y descartar las malas. Pero nadie les dijo que el peso de la responsabilidad 24/7 caería como una losa sobre sus hombros. Nadie les enseñó a correr los 10.000 metros vallas con un traje de buzo.

Madrugar, vestir al niño aún dormido, hacer el desayuno, ducha veloz, embutir al niño en su silla isofix, atasco, coche en doble fila a las puertas de la guarde, sentirse horrible por abandonar a su suerte a su pequeño, otro atasco, llegar justito al curro, hacer méritos porque no ganas lo suficiente para lo mucho que vales y ne-ce-si-tas ese ascenso. Y a las 12 te llaman de la guarde: el niño tiene fiebre, y mueves Roma con Santiago, y en otro orden de cosas habrá que desempacar la ropa de invierno, y comprarle al chiquillo pantalones nuevos y un par de abrigos nuevos en el centro comercial (atestado de gente tan zombi como tú)…

…y pasan los años, y aún no has digerido esto porque falta tiempo para digerir nada, y sin saber muy bien por qué ahora tienes dos hijos (total, ya puestos…) y justo hoy le toca revisión al Hyundai: tendrás que tomar un taxi, mi taxi:

—Hola, a Sanchinarro, por favor —me dices.

Y no dices nada más. Hay tanto que decir que no te sale.