PATROCINADORES
INSTITUCIONES
Junta castilla
jcm

Archiletras

20 Sep 2019
Compartir

Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

Sufro mucho (via WhatsApp)

¿Es posible pulir tu voz literaria en WhatsApp? Yo digo que sí, o al menos soy de los (¿pocos?) que revisan el texto antes de enviarlo y, por supuesto, corrijo las faltas de ortografía que pudieran colarse, añado comas si proceden y no me fío de ese lobo con piel de cordero llamado “texto predictivo”.

No importa el contenido: ya puede ser la respuesta al típico meme absurdo, o un simple recordatorio, o la lista de la compra. Me enferman los mensajes mal escritos. No solo los propios.

A menudo viajan en mi taxi usuarios a mi lado, en el asiento del copiloto, o bien porque no tienen costumbre ocupar las plazas traseras, o porque ya van ocupadas, o por cuestiones prácticas (una pierna rota, lumbalgias, problemas de movilidad, etcétera). Y a menudo también, esos copilotos suelen aprovechar el trayecto para sacar el móvil y leer o escribir mensajes. Reconozco que, en esos casos, no puedo evitar lanzar miradas a su pantalla no tanto por cotillear el contenido de sus WhatsApps (no me importan lo más mínimo) sino para comprobar si está escribiendo correctamente. Es una tara muy fea por mi parte, casi un tic inevitable, lo asumo, pero sufro mucho (en silencio; procuro que no se note) cuando advierto que el usuario escribe “Vamos haber” en lugar de “Vamos a ver” o cualquier atrocidad por el estilo (son muchas, demasiadas; a veces creo que de un momento a otro me sangrarán las corneas). Y todo esto mientras se supone que conduzco y, en consecuencia, tengo que estar pendiente del tráfico, el itinerario, y demás banalidades. De modo que no puedo más que resoplar o apretar fuerte los dientes y, sólo cuando el tipo o la tipa abandona el taxi y ya está lejos, me desahogo gritando y encomiándome a mis dioses paganos (Cortázar, García Márquez, etc.) y a las madres santas que parieron a los miembros de la RAE.

He llegado a plantearme llevar en el salpicadero del taxi, bien a la vista, el Diccionario Panhispánico de Dudas para que los usuarios puedan usarlo a discreción y sin coste adicional, como parte troncal del servicio que presto. Y tendérselo, o señalarlo, cada vez que advierta errores sintácticos u ortográficos en sus mensajes. O simplemente colgar un cartel: «Corrijo tus WhatsApps en tiempo real.

No lo haría por ellos, entendedme: lo haría por mí. Para no sufrir tanto.