PATROCINADORES
INSTITUCIONES
Junta castilla
jcm

Archiletras

13 Sep 2019
Compartir

Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

Realidad o American Psycho

Por supuesto que leo novelas para vivir otras vidas. Lo malo es que a veces prefiero esas vidas y acabo ciertamente hundido, preguntándome qué demonios estoy haciendo con la mía.

Leo, normalmente, mientras espero mi turno en las paradas de taxis. A menudo ficción, y a menudo me engancho a esas ficciones hasta el punto de irritarme cuando al fin alguien se acerca, abre la puerta del taxi, toma asiento, me dice: «A Gran Vía, por favor», y tengo que dejar la trama en su punto álgido. Reconozco que, en esos casos, me cuesta horrores adaptarme al mundo real: es como un giro brusco, como cuando pasas del calor a lanzarte de cabeza a una piscina helada. No hay periodo de transición. Es, a fin de cuentas, una experiencia traumática.

Al hilo de esto, imagínate por un momento leyendo American Psycho (Bret Easton Ellis), sintiéndote en carne propia un Patrick Bateman malito de la cabeza, y que de repente abran las puertas traseras de tu taxi un par de Testigos de Jehová que te indican un destino. Imagina que, además, aprovechan el trayecto para venderte un acceso VIP a la Vida Eterna (la anécdota es real). Llegan incluso a entregarte uno de esos trípticos explicativos y tú lo coges con forzada amabilidad, y acabas usando el tríptico a modo de marcapáginas para tu libro, justo en el capítulo que lleva por título “Llevo una Uzi al gimnasio”.

Hazte cargo de lo difícil que resulta conducir con medio cerebro aún dentro de un libro y el otro medio procesando pasajes literales de la Biblia (otra magnífica novela de ficción, a mi entender). Pero más difícil es, si cabe, debatirte entre esos mundos y el mundo real.

Tus sentidos luchan entre dos ficciones, pero entra en acción un chico en una bici que de repente gira brusco y acaba frenando a un palmo exacto del capó de tu taxi. En escasos nanosegundos debes discernir entre dos ficciones y la realidad tangible, y dividirte en planos y priorizar lo real, obviamente, porque la vida física de ese chico, su composición atómica y tal, está en juego. Y claro, frenas. Pero sólo tú conoces la intrahistoria laberíntica de esa frenada.

En resumen, vuelve la ansiedad.