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23 Feb 2021
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Reportajes

Y así nos hablan los peces

Mercedes de la Torre García

Los nombres de los peces nos hablan de sus formas, colores y costumbres. Un recorrido por las costas andaluzas para conocer el porqué de sus ictiónimos en las diferentes localidades del litoral

«De aquesta infinita sarta
de peces come, i aparta
Sanlúcar lo suficiente
con que magníficamente
mil pueblos mantiene i harta»

De esta manera finaliza fray Pedro Beltrán el elogio a las riquezas de las aguas que bañan en 1612 las costas de Sanlúcar de Barrameda (Cádiz). En 85 versos octosílabos en quintillas, del más extenso poema La Charidad Guzmana, enumera 104 nombres vernáculos de peces y mariscos para asombro suyo y de sus lectores.

Ese mismo interés y fascinación del sanluqueño por los productos del mar es el que empezó a despertarse en mí en El Puerto de Santa María (Cádiz); cuando con la mirada atenta de una niña, observaba cómo llegaban las espuertas de pescado a la casa que compartía con mis abuelos en las deseadas vacaciones de verano y descubría peces de mil formas y colores, almejas grandes, pequeñas, rugosas, extrañas… y cangrejos, además de otros animalillos que parecían más insectos que habitantes de las aguas del Atlántico. El fin último de este despliegue de formas y colores era sentarnos a la mesa familiar y disfrutar de los manjares que preparaba la abuela. Nadie cocina el pescaíto frito como la abuela Emilia.

Pasaron los años, pero no el interés por este mundo marino. Parece que lo ideal hubiera sido estudiar Biología o Ciencias marinas, aún hoy tengo ganas; pues nada de eso, me decanté por Filología Hispánica y aprendí a mirar el mar desde la dialectología, la historia de la lengua, la lexicografía, la terminología… Los peces, moluscos y crustáceos dan para mucho en este sentido.

Autores como Alvar en el Altas lingüístico y etnográfico de Andalucía (1964) o en el Léxico de los marineros peninsulares (1989) habían rastreado y obtenido de boca de informantes experimentados, en el territorio peninsular e insular, ictiónimos de un gran valor. Estas obras como estudiante, más tarde investigadora, me asombraban y me siguen asombrando.

Descubrí indagando en ellas que el pueblo tiene una manera de observar el mundo que le rodea que hace que categorice su entorno, en este caso los seres marinos, de una forma muy diferente a como lo realiza un científico, pero no por ello desdeñable. Sus órdenes responden a las formas, a los hábitos, a la pesca de la especie…, en definitiva, al mundo del pescador. Y pude apreciar que, aunque, en ocasiones, los mismos hombres de mar (pocas mujeres se dedican a la pesca en las costas andaluzas) nos digan «todo es lo mismo», sus taxonomías o categorizaciones folks nos hablan de que no es así.

En este empeño me encontraba y sigo. Añado también que creo a pies juntillas en los estudios interdisciplinares o, como dice un sabio profesor, en la transdiciplinariedad, el ver el mismo mundo con diferentes ojos. Por ello, la ordenación de las especies en taxones, familias y especies de los biólogos, facilita la labor de una filóloga; y los ojos atentos a las voces vernáculas que surgen de las especies, nutre la terminología científica de un biólogo. Este sentir es el que nos une a Alberto Arias y a mí en la obra Ictionimia andaluza, en la que volqué mi conocimiento y es fuente de este artículo.

Frente a la relación unívoca entre la especie y la útil denominación de los ictiólogos, he aprendido a ver la belleza de la variedad donde un solo ser adquiere numerosos nombres con diferentes motivaciones de boca de los creativos informantes, muchos de estos ictiónimos están arraigados en la comunidad desde hace siglos y otros son nuevos e, incluso, surgen en la conversación de manera espontánea.

Liza aurata

En otras ocasiones, primos lejanos sin rasgos comunes adoptan la misma denominación en localidades costeras muy distantes, sin provocar el más mínimo desajuste entre sus conocedores, como los nombres que compartimos en nuestras familias donde se multiplican las Anas, los Antonios, las Marías y todos conocemos a quién nos referimos y, si no, para eso tenemos los apellidos. Así palometa puede ser desde Trachinotus ovatus hasta Beryx decadactylus, pez plateado-azulado y de 60 centímetros el primero; y su pariente, de un color rojo anaranjado y de 40 centímetros, este color hace que en algunas localidades (Cádiz, Gallineras, Conil, Barbate, Caleta de Vélez) se le añada el «apellido» roja para establecer la diferencia.

Además, sorprende cómo un mismo animal adopta numerosos nombres en las diferentes localidades andaluzas, algunos comunes a todos los territorios y otros bien diferenciados por áreas.

También constaté que no me gusta estandarizar y eliminar la riqueza léxica, me encanta describir, agrupar, si se quiere, amontonar las palabras que siempre me informan, me dan más que me quitan. Y sí, tenemos que entendernos todos y buscar los nombres normalizados, pero eso que lo hagan otros (Nomenclatura oficial española de los nombres de los animales marinos de interés pesquero [1972], F. Lozano Cabo), yo prefiero la variedad.

En este sentir me encontraba y me encuentro y por eso quiero contaros acerca de qué me hablan los peces cuando me acerco a ellos… Eso sí, solo en Andalucía, porque fuera de este litoral atlántico y mediterráneo, solo me han hablado desde el plato y a través de los libros.

Nos hablan de sus formas, colores, hábitos…

¿Qué motiva las denominaciones de los peces, moluscos y crustáceos? No hallaremos seres marinos en nuestro entorno inmediato, lleno de gallinas, gorriones, golondrinas, abubillas, gaviotas… y perros, gatos, vacas, cerdos, ovejas… Ni siquiera encontraremos una vulgar merluza o un conocido besugo, a no ser que sea metafóricamente, fuera del mercado para su compra o en los bares para su degustación. Esto hace que no los hayamos visto cara a cara y que no sepamos de sus nombres. Acompáñame con tus cinco sentidos en este apartado para descubrir el porqué de los ictiónimos.

 

Verdigón (Cerastoderma glaucum)

El color rojo del rubio (Chelidonichthys lucerna), del latín rŭbĕus ‘rojizo’, salta a la vista, como el de su familiar Chelidonichthys lastoviza, que metafóricamente es denominado borracho. La manchita amarilla «que tienen entre sus ojos parecida a un gran topacio» (Medina Conde, Conversaciones históricas malagueñas, 1789) da nombre a la dorada (Sparus aurata) y los ricos berberechos (Cerastoderma glaucum) son denominados en Andalucía occidental verdigones, del latín vĭrĭdis ‘verde’, por el verdín o capa de algas verdes que suele presentar la especie en parte de la concha.

Si real no es un color, que se lo digan a los pescadores, ya que cuando un ictiónimo va acompañado de esta palabra, en la mayoría de los casos, hay que buscar el color dorado, asociado a lo regio por excelencia.

Hay rasgos morfológicos que de un solo vistazo nos describen al pez. Se usa la sinécdoque para que una de sus partes sirva para denominar a todo el animal: boquerón o bocarte (Engraulis encrasicolus) por su gran boca, por cierto, los boquerones victorianos de Málaga son un manjar; ojanco (Thunnus alalunga), denominación del litoral oriental andaluz para un túnido con unos grandes ojos, como grandes y algo extraviados son los del besugo (Pagellus acarne), del latín bis-ŏcŭlus; dentón (Dentex dentex) o dentó de la Andalucía más oriental (préstamo y adaptación fonética del catalán dentol) que describe su prominente dentadura…

Cajeta (Calappa granulata)

Si estas características son evidentes, otras lo son en la imaginación y las metáforas que nos transportan a terrenos como el religioso: mahoma y capuchino (Dipturus oxyrinchus), abadejo (Epinephelus costae), cura (Chromis chromis y Aplysia fasciata), obispo (Aetomylaeus bovinus), monja (Oblada melanura), etc.; a las herramientas, armas, utensilios, objetos: pez martillo (Sphyrna zygaena), pez espada (Xiphias gladius), aguja (Belone belone), reloj (Gephyroberyx darwinii), navaja (Ensis minor), cajeta (Calappa granulata), etc.; hasta a una orquesta: guitarra (Rhinobatos rhinobatos), castañuela (Brama brama), tambor (Lampris guttatus)…

Invasor (Munida rugosa)

Además, es muy interesante que las semejanzas establecidas con el mundo de antaño se hayan sustituido por otras más modernas. Así el pez ballesta (Balistes capriscus) toma su nombre de que el tercer radio espinoso de la primera aleta dorsal actúa como el gatillo de los otros dos que le preceden o metafóricamente de una ballesta. ¿Dónde vemos una ballesta en las costas andaluzas? Quizás en una película con su castillo, sus almenas y su defensa con ballestas, por eso, los pescadores han decidido que este ictiónimo sea sustituido o conviva en los puertos andaluces con pez escopeta. A veces, la motivación es muy reciente. Como en el crustáceo Munida rugosa, capturado en las costas mediterráneas andaluzas y denominado invasor. El ictiónimo se debe a la popular serie de ficción extraterrestre llamada Los invasores, que se emitía en España a finales de los años 60 del siglo XX. Las primeras importantes capturas realizadas en esa época, su extraño aspecto y la influencia televisiva hicieron el resto.

También se destacan hábitos ya que se comportan como cabras (Serranus cabrilla) terrestres que saltan en los fondos marinos, como romeros (Polyprion americanus) que «peregrinan» bajo la sombra de los navíos, como dinamos o tembla(d)eras (Torpedo marmorata) que electrocutan a quien osa acercarse, como golondrinas o voladores (Cheilopogon heterurus) planeadores de las aguas…. Estos voladores nada tienen que ver con el cefalópodo Illex coindetii con el que comparten el nombre, aunque este también usa sus «alas», expansiones laterales del manto, para «volar» bajo el agua. Es conocido, además, como lu(l)a, voz que está originada en el latín lolligo ‘calamar’, aunque los pescadores del litoral occidental andaluz no dudarán en decir que se trata de aluda. Me encanta la etimología popular.

Como podemos imaginar, de la tierra han pasado al mar numerosos nombres de especies de animales terrestres que por sus semejantes o aparentes similitudes nos las recuerdan. No enumero para no aburrir, pero la lista es interminable.

Pulpo almizclero (Eledone moschata)

Del sentido del olfato nacen ictiónimos relacionados con los malos olores, sabemos cómo huele el pescado, sobre todo el que no anda muy fresco. Eledone moschata es un pulpo que, según la valoración de quien lo huele, se denominará pulpo almizclero, si nos agrada el aroma almizcle, o pulpo hedidondo, si es peste en lugar de olor. Sobre gustos, los colores, y en este caso, los olores.

En cuanto a los sonidos que nos deja el mar, además del relajante de las olas, las onomatopeyas relacionadas con algunas especies motivan sus nombres. Spisula solida es un bivalvo de concha muy fina, que se rompe con facilidad (¡ups!, clic) de ahí la teoría sobre su nombre clica en los puertos onubenses. Otros, como el preciado voraz o goraz (Pagellus bogaraveo) y todas aquellas especies denominadas roncadores, deben su nombre al sonido que hacen al ser pescados.

Rascacio (Scorpaena porcus)

También el tacto motiva creaciones como rasposo y raspabolsas (Dicologlossa hexophthalma), nada que decir de su nombre, solo imaginemos el aspecto de sus escamas. Y si el origen verdadero de su nombre se presenta oscuro, el pescador acude a la etimología popular en su ayuda. Así que el pinchudo rascacio (Scorpaena porcus), del occitano rescas ‘tiñoso’ por su color, es sustituido en los puertos andaluces por rascarcio, con el añadido de la «r» se busca una similitud fonética y semántica con el verbo rascar, y motivos no faltan, porque su aspecto es hosco y punzante, además, seguro que al tocarlo «rasca».

Del sentido del gusto no derivan muchos ictiónimos, se deja a la elección del comensal el plato que quiere degustar. Solo las apreciaciones de fino o basto (raya fina ‘buena calidad’ frente a raya basta ‘mala calidad’) nos van a indicar cuáles son los más apetitosos al paladar y que no se nos pase por la cabeza probar un chicle (borriquete chiclero asociado a Plectorhinchus mediterraneus en El Terrón, Huelva), por muy dulce que sea su nombre, porque con este ictiónimo siempre se alude a especies de carne gomosa y poco apetitosas.

La antigua ciudad romana de Baelo Claudia en la ensenada de Bolonia, al noroeste de Tarifa (Cádiz). Aquí se elaboraba el famoso garum. alamy stock photo

Nos hablan de nuestra historia

De entre la inmensa herencia de Roma, poseemos recetarios donde se habla del famoso garum de Hispania. Ese jugo elaborado con pescado fermentado (atún, caballa, boquerones, sardinas…), hierbas aromáticas y especias era codiciado por los gourmets de la época romana para aderezar todo tipo de comidas. Aunque ahora no nos suene apetecible, al menos a mí, los romanos andaban locos por este condimento que potenciaba el sabor de sus platos. El enclave mágico de Baelo Claudia en la costa gaditana, cuna de salazones y almadrabas milenarias, producía este liquamen apetitoso, ya que atesoraba dos de sus principales ingredientes: sal y atún, concretamente el atún rojo (Thunnus thynnus), por el color de su carne. Su nombre deriva de forma directa del latín thŭnnus ‘atún’ y este del griego thynnos ‘atún’.

Esta especie es el no va más de los túnidos que, en la actualidad, incluso adopta nombres diferenciados en función de su tamaño en la zona almadrabera gaditana: cimarrón (más de 200 kg), atún (más de 50 kg), atu(n)arro (de 20 a 40 kg) y cachorreta (hasta 20 kg).

Anguila (Anguilla anguilla)

También romana es la anguila (Anguilla anguilla) que lucha con don Carnal en el Libro de Buen Amor (Arcipreste de Hita):
De parte de Valencia venían las anguilas,
saladas y curadas, en grandes manadillas;
a don Carnal le daban por entre las costillas,
las truchas del Alberche le daban en las mejillas.

Su forma de reptil acuático motiva su nombre (anguis latino ‘culebra’, diminutivo anguīlla). Durante muchos siglos conviven anguilla y anguila en castellano (hasta el siglo XVII) y hasta nuestros días en la parte del occidente andaluz.

Salema (Sarpa salpa)

En 1642, en Chipiona, en una lista de precios de esta localidad gaditana, se relacionan varias especies entre ellas las siguientes: «lisas, salemas, caçon, raya y sargos», y es la primera vez que se documenta en castellano salema (Sarpa salpa). Este pez que nos hace soñar toma su nombre del árabe hallâma ‘aficionado a soñar’, ‘soñador’; aunque realmente nos hace alucinar, ya que ingiere algas tóxicas que afectan a aquel que lo degusta.

Burgao (Phorcus lineatus)

Los ictiónimos también nos hablan de las aguas que se navegaban en siglos pasados que, junto a las mercancías, traían y llevaban palabras. Durante los dos últimos siglos de la Baja Edad Media, los navegantes lusos fueron los dueños del mare ignotum y por ello no es de extrañar que buena parte de la cultura de los hombres de mar portugueses se haya transmitido de Portugal a Canarias, de Canarias a Andalucía, de Andalucía a Hispanoamérica: mejillón (Mytilus galloprovincialis), ostra (Ostrea edulis), burgao (Phorcus lineatus), cangrejo moro (Eriphia verrucosa), etc.

Nos hablan de que la lengua no entiende de fronteras pintadas sobre mapas e igual que se desplazan los peces nadando, lo hacen las voces que los denominan. Muestra de ello es que del levante peninsular se adaptan voces del catalán para hacerlas propias en Andalucía, el sonar de esta lengua se advierte en mozuela o musola (Mustelus mustelus) tomado del catalán mussol ‘mozo’, en el sentido de ‘pez joven’; en pugna con pejerrey en los puertos gaditanos y onubenses tenemos chuclé (Argentina sphyraena) del xuclet valenciano, balear y catalán; pota (Illex coindetii) que significa en catalán ‘pata’ y por sinécdoque (la parte por el todo) pasa a denominar al calamar en toda Andalucía (por cierto, exquisito el calamar de potera); esparralló o esparrallón (Diplodus annularis) del catalán esparrall y de uso muy frecuente en la costa mediterránea andaluza…

Y nos damos cuenta de que la historia se repite. Judío, moro, gitano y portugués dejan la marca de lo diferente, lo oscuro, lo peyorativo según una referencia traída por la historia y la tradición, que sirve, aún hoy, como ictónimos para corval negro o moro (Umbrina ronchus), pez judío (Spicara maena), atún negro, portugués o gitano (Lepidocybium flavobrunneum)…, peces donde el color oscuro y la mala calidad de su carne es el factor común.

Estas referencias anteriores, documentadas algunas ya en el siglo XVIII, han sido ampliadas y sustituidas por las que hablan de tierras lejanas y exóticas, por tratarse de especies alóctonas de caladeros lejanos, foráneos, que marcan el no ser «de la tierra», «de aquí»: camarón de Argentina o Latinoamérica (Penaeus vannamei), chanquete de China o japonés (Neosalanx tangkahkeii), salmonete libio o de Cabo Verde (Pseudupeneus prayensis)… Estos nombres a veces van acompañados de «esto no vale nada», porque desgraciadamente, pasan los siglos, pero el sentimiento sigue siendo el mismo.

El nacimiento de Venus, de Sandro Botticelli, representa a la diosa transportada hasta las orillas de Chipre en una concha marina. alamy stock photo

Nos hablan de creencias y leyendas

Rémora (Remora remora)

Muchas creencias y leyendas han motivado los nombres de los peces, moluscos y crustáceos. Eso sí, insólitas, divertidas y a veces disparatadas. Por mucho que Plinio en su Historia natural dijera que la rémora (Remora remora) «retrasa la marcha de las naves pegándose a su casco, de ahí el nombre», este animal con sus 65 centímetros no tiene esta capacidad de demorar los navíos, aunque es verdad que se adhiere con su disco adhesivo de la cabeza a los cascos de los barcos, que lleva a los marineros a denominarla pegapega, chupona, chupatimón o pegatimón, entre otros, en diferentes puertos de todo el litoral andaluz.

Pez piloto (Naucrates ductor)

Si la rémora retrasa a los navíos, el Naucrates ductor los guía a buen puerto, de ahí su nombre, pez piloto, o el más moderno, y menos frecuente, linterna. Es cierto que es una especie que acompaña a los barcos, a grandes peces, medusas y objetos flotantes a la deriva, pero con un propósito menos dignificante y más utilitario: la búsqueda de sombra y de alimento.

Otras especies han sido codiciadas por sus propiedades terapéuticas, así, de nuevo, Naucrates ductor se denomina atriaco (-a) que en Sevillana Medicina, de Aviñón (1418) nos dice: «…bien así como la atriaca, que obra en el veneno yen la pongoña, de qualquier natura que sea, en qualquier cuerpo que sea, y non faze daño á los otros miembros que no la han menester…». La atriaca ya aparece recogida en el diccionario de Nebrija (1495) como «antidotum tyriacum». Pues, tal vez, este pez tuviera en siglos pasados una aplicación como antídoto, depurativo o laxante. Así como el tapaculo (Citharus linguatula) tenía el efecto astringente que tan descriptivamente explica su nombre.

Orejita de la suerte (Bolma rugosa)

Las propiedades mágicas y terapeúticas del opérculo anaranjado de Bolma rugosa lleva a nombres como orejita de la suerte, orejita del Señor, orejita del niño Jesús o piedra jaqueca, como en 1754 recogía ya fray Martín Sarmiento en su Catálogo de voces y frases de la Lengua Gallega: «Ombligo marino, haba marina, válvula de una caracol múrice […], traída consigo (es) amuleto para la vista y erisipela, y puesto en la frente restaña cualquier flujo de sangre».

 

Pez de san Pedro (Zeus faber)

Los santos también tienen su lugar en los ictiónimos y la leyenda que rodea al pez de san Pedro (Zeus faber) y sus variantes (pedrogallo y gallopedro) es bien hermosa. Dicen que la mancha circular negra que posee en el centro de cada costado se debe a la huella de los dedos índice y pulgar del apóstol san Pedro, quien, por orden de Dios, cogió el pez para sacarle de la boca una pieza de oro con la que pagar el tributo del templo. Anécdota que, bien es cierto, está recogida en el Evangelio de San Mateo. Ah, a veces san Pedro le cede el protagonismo a san Martín, de ahí la denominación de sanmartiño (Cádiz) y sanmartín (Caleta de Vélez).

Alicante (Ophisurus serpens)

No hay alusiones a dragones ni a unicornios, quizás sea cuestión de tiempo, pero sí a seres mitológicos. Encontramos alicante o alicantino para la especie Ophisurus serpens en las localidades malagueñas de Marbella y Caleta de Vélez. No se trata en este caso del gentilicio de los habitantes de esta ciudad del levante español, sino que el nombre responde a la «similitud» con un ser mitológico con forma de serpiente peluda. En 1726 se define alicante en el diccionario académico como «Especie de culebra conocida en tierra de Sevilla, corta como de vara y media, gruesa como la pierna de un hombre […]. Tiene muchos dientes como colmillos de gato, […] es ferocíssima y embiste aunque no la inquieten. Su veneno es mortal, y a más de esto es tanta su fuerza, que suele despedazar y matar a un hombre. Hállase rara vez». Realmente, este ser solo se mantiene vivo en su significado de ‘serpiente’, al menos eso espero, en algunos puntos de Andalucía.

Vieira (Pecten maximus)

Una imagen más dulce y amigable es la que nos trae la palabra vieira (préstamo del gallego, del latín veneria). Se trata de la denominación más frecuente en Andalucía para designar a Pecten maximus. Es un derivado de Venus, -ĕris ‘diosa romana del amor’, con ello se evoca a la valva derecha del molusco, porque dentro de ella se representa a Venus, diosa del amor y del mar, cuando sale de las aguas. Más pedestres y menos líricas son las voces que también aluden a la forma del molusco en Andalucía oriental: abanico (Cabo de Gata) y peineta (Adra, Roquetas de Mar, Cabo de Gata).

«Paréceme Sancho, que no hay refrán que no sea verdadero, porque todas son sentencias sacadas de la misma experiencia, madre de las ciencias todas», en eso tenía razón Cervantes y lo demuestran paremias relacionados con los mugílidos como «Llegando abril, a la lisa se le ponen los ojos como un candil», para hacer referencia a que en abril son adultas, ven mejor y no se dejan pescar, o «Retamas floridas, lisas paridas», donde se alude a la época reproductiva de las lisas que coincide con febrero y marzo.

Nos hablan de tabúes, eufemismos y disfemismos

Bocadulce (Heptranchias perlo)

El temor a ciertas especies ha hecho que incluso nos cuidemos de pronunciar su nombre. En el entorno de los pescadores, algunos seres están tabuizados por su ferocidad, por atraer la mala suerte, por anunciar el temporal…
La temible dentadura del «tiburón» Heptranchias perlo lleva a denominarlo bocadulce (bocaú o bocadú) en toda la costa andaluza, eufemismo contrastivo ya que nada tiene de dulce su boca. Asimismo, el recelo ancestral a las serpientes en la tierra se traslada al mar, así que todas aquellas especies que recuerden en su morfología a estas se denominen bicha en el litoral occidental andaluz, descendiente semiculto de la voz latina bēstĭa ‘bestia’.

Abarrotón (Mola mola)

Es norma en el mar huir de los animales que traen mal fario, estos alejan la pesca y las ganancias, así que es mejor no encontrarse con un ruina (Parapristipoma octolineatum), su mismo nombre lo indica, o un sapo (Halobatrachus didactylus), ya que su captura es sinónimo de mala suerte: «sapo, sapete, arrecoge y vete» (Puerto Real, Cádiz). Y si la mar se pone fea, seguro que encontramos flotando un abarrotón (‘barrutador’), este Mola mola a los pescadores gaditanos les anuncia el mal tiempo.

Japuta (Brama brama)

El sonido de algunas palabras provoca miradas de pudor y recato cuando se pronuncian, como japuta (Brama brama) al que se asocia hija de puta, aunque su origen nada tenga que ver con el significado castellano de puta, del latín pūtida ‘hedionda’, ni se trata de ninguna filia manceris, sino deriva del arabismo šabbŭta. De manera increíble, esta postura timorata al daño de las voces lleva a que en la Nomenclatura oficial española de los nombres de los animales marinos de interés pesquero se considere el nombre oficial de esta especie castañeta, cuando está mucho más extendido en castellano la forma injustamente tabuizada japuta.

El recato y temor con el que se trata a ciertos campos semánticos contrasta con la espontaneidad y el impudor que reina en el ámbito sexual. No solo no es un tabú, sino que, en ocasiones, se busca un sinónimo a cuál más disfemístico.

Veamos qué sucede con la hermosa faneca (Trisopterus luscus), ictiónimo generalizado en toda Andalucía. Su aspecto delicado, con escamas diminutas y caedizas, se asocia a la piel sonrosada, suave y desnuda de una mujer. Así que la imaginación vuela y aparecen los nombres de puta en cueros en todos los puertos de Andalucía occidental, y los más recatados encuentran una forma eufemística en mujer (niña, muchacha, señorita, tía) en cueros y las variantes muchacha desnuda o niña sin ropa. Hay algo que no me gusta, ¿si una mujer muestra su desnudez es una puta?, señores esto hay que mirárselo.

Carajo de la mar (Holothuria arguinensis)

En este mismo sentido, nos encontramos con las denominaciones desvergonzadas, descaradas, divertidas, espontáneas y frescas que reciben aquellas especies que por diferentes motivos se relacionan con los genitales femeninos (chocha, coña marinera, coño de colores) y masculinos, de los que no se libra ni un pene regio: carajito del príncipe.
Carajo de la mar (Holothuria arguinensis)

Para terminar con este apartado, reciben nombres escatológicos que lejos de esconderse, se usan como aviso de que es un pez que no vale para nada en la cazuela (p. ej., mojón, cagón para Epigonus telescopus), que vive en hábitats poco salubres (p. ej., lisa mojonera o merdera, ya que todas las especies de mugílidos frecuentan las aguas con abundante materia orgánica en descomposición), o que cuando lo abres para consumirlo huele mal (p. ej., pedorrona para Boops boops, ya que sus tripas generan mal olor por la fermentación de las algas que ingiere). Quien avisa no es traidor.

Nos hablan de lo que pescamos y comemos

Alpistera (Dicologlossa hexophthalma)

En el mercado, no en todos, congéneres muy parecidos se amontonan para ser vendidos como una sola especie y bajo un solo nombre. Por ejemplo, un lenguado «de verdad», como si el resto no lo fueran, en Andalucía sería la especie Solea senegalensis y en el resto de España Solea solea. Y es normal que se realice una comercialización conjunta, los peces planos presentan un aspecto muy similar y en las costas andaluzas, como nos decían en Fuengirola (Málaga), «de lenguados hay un pilón». Nos encontramos con nada menos que 14 especies que usan este nombre vernáculo. Es lógico, por tanto, que se utilice una homonimia útil y beneficiosa para quien los mercadea, porque, ¡ojo!, no son de la misma calidad y precio. Una clase rápida y facilita, si tiene grandes lunares (de 6 a 3) recela de que sea simplemente un lenguado, tal vez sea una alpistera (Dicologlossa hexophthalma) o si la cara ciega está bordeada por un filo azulado, nos zampamos un soldado (Microchirus azevia) por mucha aprensión que nos dé, ambas denominaciones del occidente andaluz. De todos modos, compres el que compres son de la misma familia. Pero si no quieres que te den gato por liebre o alpistera por lenguado, sigue mis consejos.

Lubina (Dicentrarchus labrax)

Menos especializado es el hambriento viandante que se detiene a saciar su apetito en tabernas, cantinas, chiringuitos, restaurantes donde las cartas exhiben de una forma más o menos sofisticada platos y tapas de los ‘frutos que nos da la mar’ (me encanta i frutti di mari italiano, no pude ser más descriptivo, aunque solo aluda a los mariscos). Estas listas de pescados, moluscos y crustáceos están dirigidas al estómago que, sea más o menos exquisito, busca llenarse con el plato que le parezca más apetitoso. Estas cartas en los refinados espacios culinarios están ‘traducidas’ a una nomenclatura estándar para que nos entendamos todos. Así ha encontrado su lugar la joven lubina (documentada en textos desde 1801) en las cartas y desplazado al arraigado entre los pescadores y hermano mayor robalo (documentado en textos andaluces desde 1418). Simplemente son sinónimos discursivos donde la elección de uno u otro es simplemente cuestión de registros, puesto que ambas voces devienen del latino lŭpus ‘lobo’ y aluden metafóricamente a la voracidad de la especie, similar a la de los comensales que degustan este preciado manjar cual lobo marino.

Choco (Sepia officinalis)

Si nos apetece recorrer la costa andaluza, quizás recalemos en Almería para tomar una sabrosa jibia en un bar y sigamos nuestro viaje hasta llegar a la costa onubense para comprobar que el apelativo de choqueros les viene de sus sabrosos chocos. Pero atención que no hay que recorrer tantos kilómetros de costa para probar esta delicia, porque en este caso nos encontramos con geosinónimos, ya que Sepia officinalis prefiere la herencia gallego-portuguesa chôco en el occidente andaluz y la forma mozárabe xibia, con origen en el latín sēpĭa, y esta deviene del griego σηπία. Vaya, sepia es otro de los sinónimos con los que conocemos a esta especie.

Merluza (Merluccius merluccius)

¡¡A la rica y sabrosa carioca, pijota, pijotón, pescadilla, pescada, merluza y merluzón!! Todo es igual pero diferente a la vez, porque en este caso solo es cuestión del tamaño de Merluccius merluccius.

 

Lo dejo aquí, aunque habría muchísimo más que decir, porque los peces, crustáceos y moluscos hablan por los codos, aunque no tengan. Los seguiré escuchando para trasmitiros sus historias en cuanto tenga la oportunidad.

 

Este artículo de Mercedes de la Torre García, con ilustraciones de Alberto M. Arias García, es uno de los contenidos del número 9 de la publicación trimestral impresa Archiletras / Revista de Lengua y Letras.
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