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28 Dic 2018
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Reportajes

¿Por qué lo llaman Viagra cuando quieren decir sildenafilo?

Marián García

O la historia de cómo se ponen los nombres a los medicamentos. (Y de cómo una paciente rompió todos los esquemas y mejoró la fórmula)

No conozco a nadie, incluyendo a mis colegas farmacéuticos, que no se haya atascado alguna vez al pronunciar el nombre de un medicamento. De hecho, pondría la mano en el fuego porque la mayoría de los pacientes que toman el antidiarreico llamado «racecadotrilo» terminan su episodio gastrointestinal sin haber sido capaces de aprenderse el nombre.

Si alguien cree que exagero, puede comprobar la complejidad del asunto con un test gratuito disponible en Internet. Este test propone una palabra y el usuario debe adivinar si corresponde al nombre de un fármaco o al de un elfo de Tolkien. Por ejemplo, la palabra Erestor, a bote pronto, suena a Crestor, un antihipercolesterolémico. Sin embargo, Erestor no «baja el colesterol» sino que es un elfo del Concilio de Elrond. Por su parte, Finarfin suena a finasterida, un clásico para la alopecia androgénica. Pero tampoco. Finarfin no evita que se nos caiga el pelo sino que es el nombre de otro elfo, concretamente del Reino de los Noldor.

Los tres nombres de los medicamentos

La IUPAC: el nombre «químico»

De cada 10.000 moléculas que se investigan, solo una acaba en la estantería de la farmacia. Sin embargo, todas, sin distinción, tienen derecho a un nombre. De esto se encarga la IUPAC (Unión Internacional de Química Aplicada). La nomenclatura sistemática de la IUPAC la estudiamos en el colegio, en la clase de química. Todos sabemos que el dióxido de carbono se simboliza como CO2 o que el cloruro sódico equivale a NaCl. Después la cosa se va complicando y en el caso del sildenafilo, más conocido como Viagra, el nombre se pronuncia: 1-[4-etoxi-3-(6,7-dihidro-1-metil-7-oxo-3-propil-1H-pirazol[4,3-d]pirimidin-5-il) fenilsulfonil]-4-metilpiperazina, y se simboliza como C22H30N6O4S. Ya adelantaba que la cosa se iba complicando.

Utilizar la nomenclatura sistemática de la IUPAC puede ser útil en los protocolos del laboratorio, pero en el ejercicio profesional, para
los sanitarios y los pacientes no resulta muy práctico. Con el objetivo de solventar este problema disponemos de un segundo nombre propuesto por la OMS.

La OMS: el nombre «genérico»

Por suerte, la OMS vela por nosotros y tiene prevista para las moléculas una denominación común internacional (DCI), también conocida popularmente como «nombre genérico».

Además de acortar y simplificar los infumables nombres de la IUPAC, el nombre genérico tiene otras muchas ventajas, en especial, que las moléculas se llaman igual en todo el mundo. Imaginemos que un señor de Cuenca que toma sildenafilo se va de vacaciones a Honolulú y allí se le acaba la medicación. Si viaja llevando consigo su informe médico, en Honolulú leerán «sildenafilo» e inmediatamente sabrán de qué se trata. Gracias a esto, el señor de Cuenca podrá conseguir su medicación sin tener que recurrir al lenguaje gestual, lo cual es todo un alivio.

El sistema que usa la OMS es muy básico y también lo aprendimos en el cole: las palabras se construyen jugando con raíces, prefijos y sufijos, como si fueran un puzle.

En el caso de nuestro querido sildenafilo, «afil» es un sufijo que engloba a la familia de los «inhibidores de la fosfodiesterasa». La fosfodiesterasa comprime los vasos sanguíneos. Por tanto, si inhibimos la fosfodiesterasa los capilares se dilatarán y el mayor flujo de sangre, con suerte, provocará la erección. Cuando un médico o un farmacéutico lee un medicamento con el sufijo «afil» (como «tadalafilo» o «vadalafilo»), ya sabe por dónde van los tiros.

La industria farmacéutica: el nombre «de fantasía»

A pesar de todo, el nombre genérico sigue siendo difícil de recordar, así que la industria farmacéutica elige un nombre de fantasía. La idea es que este nombre tenga un puntito más comercial. Es decir, que el fármaco además de ser efectivo, lo parezca. Y como pensar en nombres resultones debe de ser muy difícil, se contratan empresas de marketing especializado que llegan a cobrar hasta un millón de euros por buscar el nombrecito.

Siempre me he imaginado las reuniones del laboratorio farmacéutico con la empresa de marketing como una especie de sanedrín en el que nadie se pone de acuerdo. Imaginemos una supuesta reunión para ponerle nombre, por ejemplo, a un antigripal. El CEO del laboratorio farmacéutico, en su papel de padre de la molécula pero con nulos conocimientos de marketing, diría: «He pensado que a mí me gustaría llamarle Chasky… como mi perro». El responsable de la empresa de marketing levantaría la ceja sorprendido pero contestaría con tacto, intentando no contrariar a su cliente: «Mmmm, Chasky… Chasky me gusta… Pero, ¿no cree que quizá sería más apropiado Naricex, para dar a entender que nuestro medicamento actúa en la nariz? Además, terminar el medicamento en X sugiere que es algo innovador». Al final, el becario levantaría tímidamente la mano y diría: «¿Y por qué no le llamamos Frenadolores? Así daríamos a entender, directamente, que el medicamento frena los dolores».

Y el becario llevaría razón. Porque algunos estudios científicos muestran cómo los nombres «persuasivos» (como Frenadolores) son más eficaces que los nombres «funcionales» que indican el lugar diana del cuerpo donde actúan (como Naricex). Y, por supuesto, más que los nombres denominados «opacos»(como Chasky), que no evocan o sugieren nada. Excepto al dueño del perro, claro.

Pero no basta con que el laboratorio y la agencia de marketing se pongan de acuerdo. Antes de llevar el nombre a la imprenta y que aparezca sobre la caja, hay que pasar por el árbitro, es decir, la FDA o la Agencia Europea del Medicamento. En el caso del antigripal, las autoridades rechazarían el nombre porque a Frenadolores se le ve demasiado el plumero. Entre otras muchas normas, la FDA o la Agencia Europea del Medicamento prohíben que el nombre del fármaco induzca a engaño o sea demasiado explícito. Para llegar a un acuerdo, en este supuesto caso cortarían una letra de aquí o una sílaba de allá y el fármaco podría terminar llamándose, por ejemplo, Frenadol.

De la teoría a la práctica: farmacoetimología de barrio

A pesar de los esfuerzos de la industria farmacéutica, la mente humana es poderosa. Y aunque se inviertan millones de euros en crear «el nombre perfecto», siempre habrá algún ser humano como Remedios, una parroquiana de la farmacia, dispuesta a poner en jaque todas las leyes del marketing.

Remedios estuvo viniendo a la farmacia durante muchos años, pidiendo periódicamente una caja de Laxante Salud. En principio diríamos que «Laxante Salud» es un nombre fácil de recordar y que encaja en la categoría de los persuasivos. Con el paso del tiempo, Remedios empezó a arrastrar las sílabas y a llamar al medicamento «Lasanta de la salud». Es decir, en lugar de «Laxante Salud», Remedios nos pedía «La Santa de la Salud». Meses después, entiendo que por acortar, «La Santa de la Salud» se quedó en «Las pastillas de la santa». Y un buen día, nadie sabe por qué, la santa ascendió a virgen, y la señora empezó a pedir «Las pastillas de la virgen». De «Laxante Salud», a «Las pastillas de la virgen». Ríanse ustedes del millón de euros empleado en bautizar algunos fármacos.

Omeprazol y sus primos hermanos

Una familia muy popular es la de los «prazoles», como omeprazol, pantoprazol, esomeprazol y otros viejos conocidos. El sufijo «azol» significa «agente antiulceroso». El omeprazol y el esomeprazol son dos moléculas prácticamente idénticas en su estructura, pero tienen una pequeña diferencia en su configuración espacial. A la molécula que está en la forma que químicamente se denomina «S» se le añade, al nombrarla, el prefijo «ese» y de esta manera surge el «eso-meprazol». Así de fácil. Para entendernos, la diferencia es que uno tiene los átomos mirando para Cuenca y el otro para San Sebastián, pero a esta tontería se le llama «innovación terapéutica». Y como el fármaco es más efectivo, también cuesta 5 veces más.

Nomenclatura de anticuerpos monoclonales

Aunque actualmente esta nomenclatura se encuentra en revisión, este es el esquema que se ha seguido hasta ahora para bautizar a los anticuerpos monoclonales, unos compuestos empleados en el tratamiento de enfermedades autoinmunes como la artritis reumatoide o el cáncer.

Todos comienzan por el prefijo «de fantasía» que decide el laboratorio y terminan por el sufijo mab, que significa «anticuerpo monoclonal». En medio, aparece una sílaba que indica el órgano diana o el objetivo del anticuerpo monoclonal (si es en el colon, «col»; si es en el aparato cardiovascular, «cir») y, después, otra sílaba que indica la procedencia del anticuerpo (si es de origen humano, «u»; si es de origen murino, de un ratón, «o»).

De esta forma, «edrecolomab» significa anticuerpo monoclonal con acción antineoplásica en el colon de origen murino y «efungumab», anticuerpo monoclonal con acción antifúngica de origen humano.

Viagra: un tigre o una luna de miel en el Niágara

Junto a sus efectos terapéuticos y su característica forma romboidal, no hay duda de que el nombre de este fármaco ha contribuido a su claro caso de éxito. Según algunas teorías, el fármaco recibió este nombre porque Viagra, en sánscrito, significa «tigre». No dudo de que en la India el nombre sea evocador, pero me cuesta pensar que los señores de Pfizer estuvieran pensando en vender la «pastilla azul» solo en ese país. Otra teoría más plausible es que decidieran llamarlo Viagra evocando las cataratas del Niágara, con su fuerza y su caudal. En castellano no suena exactamente igual, pero en inglés Viagra se pronuncia /Vaiagra / y Niágara, /Naiágara /. Si a esto sumamos que en Estados Unidos las Cataratas del Niágara son un destino típico de luna de miel, la teoría cada vez cobra más fuerza. De hecho, en EE UU son populares los memes al respecto: «La primera luna de miel, en Niágara; la segunda, con Viagra».

Intentando seguir la estela de éxito de Viagra, el resto de laboratorios que comercializan inhibidores de la fosfodiesterasa con sufijo «afil» han seguido jugando en esta línea con los nombres de fantasía. Por ejemplo, tadalafilo fue bautizado como Levitra (que nos recuerda a levitar o a levantar) y valdenafilo terminó llamándose Cialis (que recuerda a cielo, a algo elevado). Aunque mi favorito es Spedra, el nombre de fantasía de avanafilo. Spedra recuerda a speed (velocidad) y a piedra. Velocidad-piedra. Sobran las explicaciones.

 

Anticonceptivos femeninos Disney frente a afrodisíacos masculinos Marvel

Los distintos laboratorios coinciden en que las mujeres prefieren el nombre de anticonceptivos con marcas tirando a cursi o con cierto toque Disney, como Yasmín, Yasminelle, Yira, Loette, Sofiperla, Juliperla o Divina.

Por el contrario, los suplementos que van dirigidos a potenciar la virilidad masculina reciben nombres «poderosos» que recuerdan
a superhéroes, como Vitalman o Vigostren. Mención aparte para DameMax, que por cierto fue retirado del mercado por contener tadalafilo, siendo en teoría un complemento «100% natural». Es curioso observar que cuando el suplemento estimulador es para ambos sexos recibe nombres más suaves, como The sensual tea. Sería interesante estudiar hasta qué punto estos sesgos de género en el nombre de los medicamentos y los suplementos tienen sentido desde el punto de vista del marketing.

 

Este reportaje sobre los nombres comerciales de los medicamentos es uno de los contenidos del número 1 de la publicación trimestral impresa Archiletras / Revista de Lengua y Letras, disponible en quioscos y librerías.
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