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28 Oct 2022
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Léxico

¡Un lenguaje muy rico!

Alfonso C. Cobo Espejo

Términos que aluden al vil metal hay muchos, cada país hispanohablante atesora una gran cantidad de vocabulario para nombrarlo. Algunos nos son familiares, a otros no les damos crédito, pero todos ellos enriquecen el idioma español

Dice la canción que tres cosas hay en la vida: salud, dinero y amor. En las páginas que vienen a continuación nos vamos a quedar solo con una de ellas: el poderoso caballero, que diría Quevedo. Nuestra lengua está forrada de términos que aluden al vil metal. Los hay que nos resultan más familiares, aunque es posible que desconozcamos su origen; y los hay a los que nos resultará difícil dar crédito.

Empecemos por el principio que, en el caso que nos ocupa, es la palabra ‘dinero’ en sí misma. Proveniente del latín denarius, significa «que contiene diez». Inicialmente se refería a una corriente moneda romana de plata que valía diez ases. Con el paso del tiempo, dejó de referirse a una moneda concreta y pasó a utilizarse genéricamente.

Un objeto tan importante e influyente en nuestras vidas no iba a conformarse con tener un solo vocablo para hablar de él, así que el dinero ha hecho rico también al idioma español. Cada país hispanohablante atesora una gran cantidad de vocabulario para nombrarlo. En Archiletras, pretendemos hacer acopio de gran parte de esas palabras sin que se nos rompa el saco, que la avaricia ya sabemos lo que tiene.

Nacido para intercambiar bienes y servicios, el valor del dinero dependía del metal con el que se hacía y de su peso. De ahí que dos de sus sinónimos más habituales sean plata y peso:

plata Antiguamente, las monedas se acuñaban en este metal, por lo que se usaba su nombre para referirse al dinero. Hoy en día, la palabra se usa en buena parte de los países de Latinoamérica, aunque es más raro escucharla en una conversación entre españoles.

En torno a ‘plata’ surgen asimismo numerosas expresiones. Margarita Vázquez, académica
panameña, rescata algunas de ellas propias de su país: ‘entrar en plata’ significa pasar a una mejor
posición económica; ‘platal’ es mucho dinero; mientras que ‘por la plata baila el mono’ quiere decir que el dinero mueve a quien sea.

pesos El uso de la palabra procede de la época de la conquista de América, durante la cual, por ausencia de moneda oficial, se hacían muchos pagos pesando una cantidad de oro. La unidad de peso se llamaba castellano, pero comúnmente era conocida como peso de oro. De ahí que las monedas llegaran a llamarse pesos, denominación que ha perdurado. De hecho, es el nombre oficial de muchas divisas en América Latina. Otras veces, el dinero parece adoptar la forma animal, ya sea en forma de ave, insecto o crustáceo.

pavos Dos orígenes de donde elegir: uno de mercado, pues en los años 30 y 40 una moneda de cinco pesetas era justo lo que se necesitaba para comprar allí un pavo. Y uno de cine: en América, a los dólares también se les llama bucks (ciervos), ya que, allá por 1700, la piel de estos animales se usaba como medio de intercambio por otras cosas de valor. A raíz de esto, un doblador de películas español decidió utilizar ‘pavos’ como equivalente al ‘ciervos’ americano y así ha quedado en nuestro imaginario.

mosca Según la Academia Argentina, «se trata de un coloquialismo usual para los argentinos, tal vez más en desuso entre las generaciones más jóvenes». Es posible escucharlo también en Chile y Paraguay. Hay una tesis histórica que sostiene que su uso viene de los ladrones del Siglo de Oro español, que conseguían el dinero como quien atrapa una mosca al vuelo y se la queda en el puño. Después, a la hora de repartir el dinero, tocaba ‘aflojar la mosca’, es decir, abrir el puño. Para el poeta lunfardista Luis Alposta, «alude a la velocidad de circulación y a la fugaz permanencia en una mano para pasar a otra». Además, si alguien tiene ‘la mosca loca’, significa que tiene una gran fortuna.

gamba Referirse así al dinero es propio de Chile y Argentina. Pierna en italiano, es posible que entrara a través de los migrantes del país transalpino. Según la Academia argentina, «es una forma coloquial de referirse a cien pesos» y algunas publicaciones afirman que, en la historia reciente del país, los cien pesos han servido para mover las piernas y hacer algunas cosas, razón por la cual se le puso gamba a esa cantidad de dinero.

En ocasiones, en lugar de estar hablando de dinero, parece que hablamos de comida:

pasta Sería divertido decir que tener muchos espaguetis es disponer de una fortuna en Italia, pero no es así. Para encontrar explicación a que se llame de esta forma al dinero en español hay que abrir el diccionario de la RAE y leer la novena acepción de pasta: «porción de oro, plata u otro metal fundido y sin labrar». Si la tienes gansa en España, estás igual que un argentino con la mosca loca.

mango Según indican los académicos argentinos, «forma parte del registro coloquial y se puede emplear como sinónimo de peso, la moneda argentina; o de forma genérica, normalmente en plural: tiene unos mangos en la caja azul». En Chile se cree que es la contracción de ‘marengo’, palabra que los ladrones, en el siglo XIX, usaban para denominar al dinero mal habido o fácilmente ganado por ellos. Es posible oírlo también en Bolivia, Uruguay y Paraguay.

harina Este componente esencial de la cocina costarricense guarda relación con el dinero: en el lenguaje tico, si uno tiene harina quiere decir que tiene pasta.

melón Aunque no tiene nada que ver con la fruta, entre la juventud cubana se ha puesto de moda referirse así al dinero. Si escuchas por la calle «fulana tiene tremendo melón», es sinónimo de tener bastante dinero.

pisto En Centroamérica, no se trata de una comida sino de una forma coloquial de referirse al dinero, según nos indican desde la Academia Salvadoreña. También nos encontramos con productos que, por diferentes razones, han adoptado una acepción referida al dinero:

lana En México, Bolivia y Guatemala, llaman así al dinero por la época dorada que disfrutó la industria de la lana. Las personas que invertían en ella se hicieron muy ricas. Podríamos decir que son lanudas.

guita Antiguamente, las personas llevaban el dinero en una pequeña bolsa, generalmente de cuero, que se cerraba con un cordón. A esta cuerdecilla se le llamaba guita, por lo que ‘aflojar o soltar la guita’ era abrir la bolsa para pagar algo. El vocablo ha ido evolucionando hasta convertirse en sinónimo de dinero. Se puede escuchar en España, pero una investigación de la Academia Argentina ha revelado que es muchísimo más habitual allí que en la Península.

clavo Cuando la República Dominicana adoptó el sistema de pesos y centavos, la gente comenzó a llamarle ‘clavao’ o ‘clavados’. Aunque la razón de este nombre no está clara, una hipótesis para llamarle así es el tipo de envase en el que venían, que era muy parecido a los barriles en que se importaban los clavos.

El nombre de antiguas monedas españolas es otra de las razones que ha enriquecido el vocabulario del dinero en muchos países de
Latinoamérica.

La lingüista puertorriqueña Maia Sherwood comparte las curiosidades que se dan en su país a este respecto: «Aquí la moneda es el dólar, pero informalmente le llamamos peso, usando la antigua palabra española. También usamos los nombres de antiguas monedas españolas para hablar de las nuestras. A la moneda de 25 centavos, le llamamos ‘peseta’; a la de 5 centavos, ‘vellón’; y a la de 1 centavo, ‘chavo’, que viene del ochavo español.

En varios países de Sudamérica, ‘lucas’ es sinónimo de dinero. El origen parece venir de las antiguas monedas españolas de ocho escudos, en las que aparecieron varios reyes portando unas grandes y vistosas pelucas. La gente empezó a llamarlas ‘peluconas’ y, de ahí, fue derivando hasta convertirse en ‘lucas’ al otro lado del charco.

En la República Dominicana, se utiliza el término ‘cuartos’, que era el nombre por el que llamaban a una antigua moneda española de cobre de los siglos XIV al XIX que llegó a América.

Influencia de otras lenguas

Las lenguas indígenas también han influido en este lenguaje. Juan Aguiar, académico paraguayo, nos cuenta que ‘viru’ en guaraní quiere decir dinero y que de ahí nacen expresiones en español como «disfrutar de la fresca viruta», que significa «gozar del dinero mal habido». También del guaraní, los paraguayos usan ‘pirapire’ como sinónimo de ‘guaraca’, forma popular de referirse a la divisa del país.

Con fuerza entra, asimismo, el inglés. ‘Moni’, de la palabra inglesa money, es una forma coloquial muy habitual entre los jóvenes centroamericanos. El efectivo británico, ‘cash’, también va calando en el argot juvenil. Las voces romaníes ‘parné y jurdel’ enriquecen el léxico de España. ‘Baro’, otro vocablo del caló, sinónimo de grande, hace lo propio con el de México. La Academia mexicana nos explica que los gitanos españoles llamaron baro a una moneda de cinco duros. Ese baro se naturalizó en México y pasó a significar dinero en el lenguaje popular. Si nos adentramos en las jergas populares de cada uno de los países hispanohablantes, la lista da para hacer una revista monográfica. Por eso, aunque un verso de El libro de buen amor dice «Hace mucho el dinero, mucho se le ha de amar», aquí nuestra ‘lingüística’ relación vamos a finalizar.

La palabra peseta

Extraña para las generaciones más jóvenes, hay una palabra que estaba todos los días en nuestras bocas y que era, además, la que nos daba de comer (o no) hasta la llegada del euro: la peseta. Nos preguntamos: ¿de dónde viene
su nombre?

Ángel Fernández, miembro de la Asociación Numismática Española y propietario de una tienda especializada en Madrid, explica a Archiletras que hay varias teorías acerca de la etimología del término. «Hasta es posible que varias, aunque diferentes, coincidan con la realidad», sostiene.

Una de ellas afirma que el origen de la palabra hay que encontrarlo en Cataluña. Numerosos estudios demuestran documentalmente el uso de la voz peceta en lengua catalana como equivalente a la castellana piececita. Con ese nombre se designaba a la moneda pequeña de plata.

Según esta teoría, la amplia difusión que alcanzaron en toda la Península las monedas de dos reales, acuñadas en Cataluña durante la guerra de sucesión (siglo XVIII) por el archiduque Carlos de Austria, pretendiente a la Corona de España frente al Borbón, y su permanencia en circulación durante más de cincuenta años, facilitaron la introducción del correspondiente vocablo catalán en la lengua castellana.

Para la mayoría de los diccionarios de lengua española, como el de la Real Academia y el María Moliner, el origen está en el vocablo ‘peso’ y no directamente en la palabra catalana. El filólogo Joan Corominas, en su Diccionario Crítico Etimológico Castellano e Hispánico, descartaba que se tratara de la misma palabra catalana, aunque admitía la posibilidad de que hubiera influido en la elección del sufijo ‘eta’, dado que ya se usaba en castellano un gran número de términos financieros de origen catalán terminados en ‘eta’ y ‘ete’.

La peseta dejó de prestar servicio en España en marzo del 2002, después de 134 años en danza. La Fábrica Nacional de Moneda y Timbre la dio por muerta el día 21 de noviembre del 2000, una vez emitidos los últimos billetes.

Actualmente, ‘peseta’ es una palabra reservada a los más nostálgicos. No obstante, ha dejado entre nosotros algunas expresiones que siguen usándose al día de hoy, como «no tener un duro», que significa no tener dinero. El duro es como se conocía a la moneda de cinco pesetas.

También, incluso entre algunos jóvenes, es posible escuchar aquello de «no tengo pelas», forma coloquial de referirse a las pesetas para varias generaciones.

Donde parece seguir viva la peseta es en América Latina. Martínez recuerda una anécdota de un viaje a México: «Estando en Monterrey, una persona en un comercio se refirió al pequeño cambio de fracciones de peso que me devolvía como ‘pesetas’ en vez de centavos». Y en Puerto Rico, como nos recordaba la académica Maia Sherwood, siguen llamando peseta a la moneda de 25 centavos de dólar.

Además de lo dicho antes, la peseta ha tenido otros apodos a lo largo de su historia. Unos más que otros, han dejado su sedimento en nuestro idioma. Quizás todavía se pueda escuchar a alguna persona mayor decir «eso cuesta un kilo» cuando algo vale unos seis mil euros. En España, antes del euro, se entendía que un kilo era un millón de pesetas porque esa cantidad, en billetes, pesaba aproximadamente un kilogramo.

Poco habituales ya en nuestro lenguaje diario son las rubias, las perras o las lentejas. La moneda de una peseta con nombre de legumbre fue llamada así por su tamaño, pues, con sus 14 milímetros de diámetro, se convirtió en una de las más pequeñas del mundo.

Por su parte, durante el reinado de Alfonso XII hubo unas monedas de cobre de diez céntimos en las que aparecía un león sosteniendo el escudo de España. El dibujo estaba tan poco logrado, que la gente confundía al felino con un perro, lo que terminó propiciando que se les llamara ‘perras’. Se hizo tan popular, que se acabó llamando así al dinero en general: «no tener ni una perra chica» era sinónimo de estar tieso. Durante la Guerra Civil, las pesetas fueron bautizadas como ‘rubias’ por el material con el que se acuñaron: cuproníquel, una aleación de menor coste que los metales preciosos y que tenía un color intensamente dorado.La antecesora del euro también tuvo una bonita relación con la literatura española. Diferentes escritores aparecieron en sus billetes a lo largo de su historia. El más popular fue el billete verde de mil pesetas con la cara de Benito Pérez Galdós, que tuvo hasta una copla: ¡Billetes, billetes verdes, pero qué bonitos son! (el resto de la letra es mejor obviarla). Otros escritores que figuraron en las pesetas fueron Juan Ramón Jiménez, Rosalía de Castro, Leopoldo Alas, Emilia Pardo Bazán, Cervantes, Bécquer, José Echegaray, Calderón de la Barca, Quevedo, Menéndez Pelayo, Jovellanos, Zorrilla o Séneca.

Lo que llevo en los bolsillos

El dinero en pequeñas cantidades tiene su colección particular de palabras. Aquí una breve muestra de cómo llamamos al suelto que guardamos en pequeños monederos o que perdemos en las profundidades de nuestros bolsillos.

calderilla Habitual en España, aunque en peligro de extinción ante la gran avalancha de medios de pago electrónicos. Este vocablo proviene de un conjunto de monedas de poco valor que se acuñaron entre los siglos XVII y XVIII. Estaban hechas de cobre, un material que por aquel entonces tenía un escaso coste y que también se utilizaba para confeccionar los calderos.

morralla Suele emplearse en México y data de la Revolución Mexicana, periodo en que los atracos eran muy habituales.
En aquella época era común entre las clases populares el uso del morral, una bolsa de tela o lana para transportar sus pertenencias. Como este era muy grande y fácil de robar, fabricaron un morral pequeñito para guardar las monedas. Dicho morral lo llevaban discretamente oculto debajo de la ropa, pegado a la axila, por lo que pasaba inadvertido para los delincuentes. De ahí surgió la palabra morralla, que actualmente sirve para referirse al dinero suelto.

chaucha Se puede escuchar en plural en Chile y Argentina. Es una forma coloquial de referirse a cantidades insignificantes de dinero. Los argentinos también usan chirolas. Como curiosidad, en Chile, chaucha fue el nombre dado a la moneda de 20 centavos, razón por la cual a los monederos de bolsillo se les llama chaucheras todavía hoy.

Biyuyo o billullo Se refiere en este caso a una pequeña cantidad de dinero en billetes y es habitual en varios países latinoamericanos. Lupias, en Colombia; sencillo, en El Salvador; menudo, en Costa Rica; o feria, en México, son otras formas de nombrar al dinero pequeño.

 

Valles, ríos o el sol, origen de otras monedas

El origen del término peseta resulta bastante decepcionante si atendemos a la procedencia de otras monedas del mundo. De acuerdo con el Diccionario de Oxford, el todopoderoso dólar nació en el valle de Sankt Joachim, en la región de Bohemia, actual República Checa. Allí, en el siglo XVI, un hombre descubrió una mina de plata y empezó a producir monedas bajo el nombre de ‘Joachimsthaler’, en referencia al nombre del lugar ‘San Joaquín’ y ‘thal’, valle en alemán. Bautizada posteriormente como ‘thaler’, fue moneda oficial del imperio y se convirtió en la divisa por excelencia para los españoles en América. Una vez allí, el término fue evolucionando, pasando por ‘tálero’ y ‘tólar’, hasta adoptar el nombre actual. Con el tiempo, ese nombre se dio a cualquier moneda, incluso en América del Norte, donde se usaba la expresión «Spanish dollar». En 1785, más de dos siglos después del desembarco del «tálero», los estadounidenses lo bautizaron oficialmente como dólar. Menos viajeras que los dólares, aunque con origen también en la naturaleza, son las kwanzas angoleñas. Esta divisa africana toma su nombre de uno de los ríos que atraviesa el país. Parecido le ocurre a la rand, moneda de Sudáfrica, que se llama así por la sierra Witwatersrand, que significa sierra de aguas blancas en afrikáans. En ese lugar se encontraron los mayores yacimientos de oro del sur de África. Rebosa poesía el kwacha, moneda de Zambia. Su nombre deriva de la palabra «amanecer» en los idiomas locales nyanja y bemba. En Perú, el sol es la unidad monetaria. Aunque el origen llega desde la moneda romana solidus, también guarda relación con la estrella, que representa una deidad de los incas. Perú tuvo también una moneda llamada inti, el dios Sol en quechua. Menos poético es el origen de los córdobas nicaragüenses. Fueron llamados así en conmemoración del segundo apellido del conquistador español, natural de Cabra, Francisco Hernández de Córdoba. Por último, hay muchas monedas cuyo nombre es simplemente nuestra traducción a su palabra ‘plata’. Es el caso del birr etíope o de la asiática rupia, donde ‘birr’ es plata en amhárico; y ‘rupia’, lo mismo en sánscrito, una lengua que se usa actualmente en las liturgias del hinduismo o el budismo.

 

El nuevo lenguaje de la economía digital

Por: Salvador Pons Bordería

Pons

ETH ATH!, ¡ETH ATH!, clamaban las redes sociales el pasado 3 de noviembre. Este hecho, que pasó desapercibido para todos los medios de comunicación tradicionales, fue tendencia para el cinco por ciento de la población mundial que está embarcado en el mundo de la economía digital, que no implica solo un sistema monetario independiente del mundo ‘fiat’, sino también unas finanzas descentralizadas (DeFi), a las que se accede a través de aplicaciones descentralizadas (DApps), a través de billeteras frías o calientes, y en las que se puede farmear, hacer staking, colateralizar o docenas de operaciones económicas, clásicas o recién inventadas.

Tal vez el párrafo anterior le haya parecido al lector incomprensible debido a la cantidad de nuevos términos que se concentran en tan pocas líneas. En efecto, la creación léxica surge a veces en el propio lenguaje, mediante la innovación de los hablantes o el influjo de otras lenguas, pero en otras ocasiones viene dada por la evolución de la realidad, donde se crean nuevos objetos y experiencias que necesitan ser nombradas. La aparición de Internet en los años noventa es un buen ejemplo de cómo la realidad influye sobre el lenguaje; el mundo de las criptomonedas, otro. En lo que sigue, intentaremos desbrozar este campo (semántico) y clasificar sus significados.

Como en todo proceso, la innovación total no existe y muchos de los neologismos se apoyan en aspectos preexistentes de la realidad; en este caso, el mundo de las criptomonedas se alimenta lingüísticamente del léxico del trading en la Bolsa, lo que tendrá como efecto la popularización de una terminología hasta hace bien poco muy especializada y restringida a un muy reducido número de hablantes. Así que, si sorprende a su hijo hablando con sus amigos de bandas de Bollinger, de patrones de velas descendentes o de puntos de Fibonacci no, no están preparando un examen de Álgebra; están preparando una operación con criptomonedas.

La descripción de este mundo comienza con las monedas, ya sean las tradicionales euro o dólar (llamadas monedas fiat) o las criptomonedas. Estas últimas se dividen en dos grupos: por un lado, el bitcoin (obsérvese el uso del artículo); por el otro, todas las demás (también denominadas altcoins). Las altcoins, a su vez, se dividen según el tipo de moneda: en primer lugar, se pueden distinguir las llamadas monedas estables, que tienen el mismo valor que el dólar, por lo que su cotización es fija. Un grupo bastante activo y numeroso es el de las monedas-meme (memecoins) o las monedas basura (shitcoins), que surgieron en algunos casos como una broma que ha tenido continuidad –tal es el caso de Dogecoin o de Shiba Inu–, una muestra de lo poderoso que puede llegar a ser el humor en la creación de estructuras.

Las criptos se agrupan en ecosistemas, puesto que muchas se han creado sobre la tecnología de una moneda subyacente: ethereum, polkadot o cardano son ejemplos de monedas que han creado estándares –siguiendo una analogía lingüística, se podría decir que el mundo de las criptos habla distintos idiomas–. Dichos estándares sirven para generar fichas o tokens, que funcionan como monedas con características especiales (serían los dialectos de las monedas), y que se pueden envolver (tokens envueltos o wrapped tokens) para traducirlos (hacerlos funcionar) en otros ecosistemas.

Las monedas se compran en los equivalentes digitales de los bancos, llamados intercambios (exchanges), que pueden ser de dos tipos: centralizados o descentralizados. Los primeros operan como un banco tradicional, con una reserva de dinero en manos de la empresa que lo gestiona. Binance sería el caso más representativo. Los segundos son centros de intercambio en los que únicamente los particulares aportan su dinero para llevar a cabo las operaciones que se pueden realizar con dinero fiat en el mundo bancario tradicional: Uniswap o SushiSwap son dos buenos ejemplos de este intercambio entre particulares (o P2P). En una plataforma descentralizada es posible intercambiar, prestar o depositar criptos, así como otras opciones más complejas como farmear, hacer staking, aportar liquidez a un pool o colateralizar (la explicación del significado de estas operaciones nos metería de lleno en el terreno de las cosas y no en el del lenguaje). La economía digital, pues, se divide en dos grandes ramas: las finanzas centralizadas o CeFi y las finanzas descentralizadas o DeFi.

Pero este nuevo mundo no acaba aquí. Las criptomonedas son la punta de lanza de estas ‘redes sociales del dinero’. Los tokens no fungibles (NFT), que han eclosionado en enero del año pasado, van a revolucionar el mundo del coleccionismo, del merchandising y el mismo arte; los contratos inteligentes cambiarán nuestra relación con la Administración y hasta el concepto mismo de identidad. Por último, los nuevos sistemas de votación proponen formas de participación (mediante pruebas de delegación en grupos y tokens de gobernanza) que van a transformar nuestra visión misma de la democracia.

Esta realidad en erupción está generando, y va a generar, en un futuro muy próximo, una enorme cantidad de términos lingüísticos.
Tras ellos vendrán los hablantes a adaptar los términos al lenguaje del día a día (como hacen los sicoiners cuando se refieren a los céntimos de Bitcoin con el nombre de su creador y hablan de satoshis). Si no quiere perderse en las puertas de entrada de este mundo, que lleva trece años funcionando de forma automática y sin errores, necesitará una brújula de marear que lo guíe: entender su lenguaje es el primer paso.

PD: El grito de guerra mencionado al principio del artículo celebraba que la criptomoneda Ethereum (abreviada como ETH) alcanzaba en dicho día su máximo histórico (‘all-time-high’ o ATH).

Este reportaje y el artículo de opinión que le acompaña es uno de los contenidos del número 15 de la publicación trimestral impresa Archiletras / Revista de Lengua y Letras.
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