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13 May 2019
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Reportajes

Sesquipedalismo o el arte de lo rimbombante

Julio Somoano

Crear palabras por derivación innecesaria de un verbo, un adjetivo o un sustantivo sigue de moda. Sobre todo, en boca de periodistas y de políticos

En los últimos años, hemos empezado a escuchar en la radio y la televisión y a leer en la prensa términos novedosos como concertaciones donde debería haber conciertos, consultaciones en vez de consultas o acomodamientos sustituyendo a acomodos. Todo sin matices, porque estos pasan a ser matizaciones.

Los motivos para llevar a cabo una tarea se han transformado en motivaciones, la intención ha devenido en intencionalidad y la tensión que a veces sufrimos en esta vida a la carrera se ha convertido en tensionamiento, término que empleó el entonces ministro de Educación José María Maravall. El sobredimensionamiento (sobredimensión, dimensión) de esta tendencia nos lleva a analizar una problemática, y no un problema, que podría llegar a tener su trascendentalización (trascendencia).

Todos los términos que acabamos de apuntar, una mínima parte de los que analizaremos en estas páginas, han sido utilizados por periodistas y políticos, es decir, líderes de opinión rodeados en ocasiones de un aura incontestable de prestigio. Los llamamos sesquipedalismos: la creación de una palabra por derivación innecesaria de un verbo, un adjetivo o un sustantivo. El resultado final es otro verbo, adjetivo o sustantivo que sustituye al inicial engrandeciéndolo, aunque solo en número de sílabas. Y en ampulosidad. Y en rimbombancia.

Como en tantos otros casos, este fenómeno surge de una poderosa élite: personas influyentes por su poder político, económico, intelectual, comunicativo… Es decir, la élite hispanohablante, influenciada, a su vez, por la tendencia anglosajona de recurrir a términos latinizados para huir de sus vocablos más comunes o familiares, que en inglés tienden a ser monosilábicos o bisilábicos. Así pues, nuestros influencers (ahí va un anglicismo), influenciados por los influenciadores en lengua inglesa, se convierten en sesquipedantes.

Y, llevados por esta moda liderada por aquellos en quien les gustaría convertirse, los fontaneros te recuerdan ahora, antes de presentarte su factura, que la tubería estaba obstruccionada, las azafatas te hacen consciente de su detalle de recepcionarte en el aeropuerto y los empleados del banco reivindican su trabajo al aperturar una cuenta para tu hijo.

—Quizás este sea un tic propio de los periodistas en los noticieros de radio y televisión —asegura quien fue coordinador general de la Fundación del Español Urgente, Alberto Gómez Font—. Intentan buscar el extrañamiento, la diferenciación de su léxico con respecto al resto para parecer más cultos. Quien usa ese tipo de palabras está influido por los medios de comunicación audiovisuales.

«Eso es esnobismo, forma parte de la cursilería», añade el miembro de la Real Academia Española y periodista Luis María Anson, que asegura, no obstante, que «cada generación tiene su lenguaje y ese tipo de modas son pasajeras».

—Entre tanta superficialidad, el arma para demostrar que tú tienes cultura y eres diferente a los demás es utilizar una jerga que deje claro que conoces a fondo de lo que hablas y formas parte de la élite económica y social —asegura Eduardo García Matilla—. Lo que le encanta al hablante en esta sociedad es encontrar palabros con los que deja constancia de que él sabe algo que tú no sabes y esa práctica se generaliza porque todo el mundo quiere hacer lo mismo.

Este especialista en la influencia de los medios de comunicación en los oyentes y espectadores sostiene que «igual que el periodista, en muchos casos, quiere demostrarle al entrevistado que sabe tanto como él y asume un protagonismo que no le debería corresponder, en este caso se consolida la utilización de jergas por parte de los hablantes». También lo achaca a «la falta de conocimiento y autoridad del que habla». García Matilla diferencia el uso del idioma que hacen los periodistas españoles del de los anglosajones:

—Los directores de los medios de comunicación ingleses y norteamericanos de calidad siempre piden al periodista que explique aquellos conceptos que no son asumibles por todo el mundo, aunque sean siglas que en principio todos los hablantes deberían conocer, e incluso motivan al redactor para que utilice una metáfora que acerque el concepto al espectador, oyente o lector. Aquí es al contrario. La pedantería del informador es encontrar una palabra rara para demostrar un supuesto conocimiento que, en muchas ocasiones, ni tiene. Forma parte de la superficialidad y de la trivialidad de una sociedad que, sin embargo, tiene complejo de culpa y necesita demostrar que sabe o que es culta.

El prestigioso filólogo Leonardo Gómez Torrego destaca la propagación en televisión, «junto con otros medios», de neologismos «con el sufijo verbal –izar, tan de moda en estos tiempos, como derechizar, criminalizar, culpabilizar, globalizar, entre muchos otros». El que fuera director de la RAE, Fernando Lázaro Carreter, ya se había ocupado en sus «dardos en las palabras» de priorizar y liderizar.

Como han dejado apuntados estos dos referentes de nuestra lengua, en las últimas dos décadas hemos asistido en la radio y la televisión al nacimiento de un aluvión de nuevos palabros. A estos seis verbos inventados por políticos y periodistas, podemos sumarles otros nuevos, como espectaculizar, probabilizar, perplejizar. O incluso inferiorizar, como dejó dicho en una comparecencia en el Senado una ministra de Igualdad.

Después de un par de décadas investigando, hemos llegado a la conclusión de que los sesquipedalismos se agrupan en tres familias. A la primera la hemos llamado VSV, que parece muy moderno: un verbo se convierte en un nombre —hasta aquí estamos ante una derivación normal— y este, a su vez, pasa a transformarse (a «derivar», dirían los técnicos) en otro verbo más largo. Aquí tienen la lista de los más famosos:

abrir > apertura > aperturar
obstruir > obstrucción > obstruccionar
influir > influencia > influenciar
tensar > tensión > tensionar
operar > operación > operacionalizar
conmover > conmoción > conmocionar
sustantivar > sustantivo > sustantivizar
revisar > revisión > revisionar siniestrar > siniestro > siniestralizar

Existe otra familia más pequeña que bautizaremos como VAV. En ella un verbo deriva en adjetivo y este en otro verbo más largo.

concretar > concreto > concretizar culpar > culpable > culpabilizar
marginar > marginal > marginalizar
objetivar > objetivo > objetivizar
mover > móvil > movilizar inicio > inicial > inicializar
legitimar > legítimo > legitimizar

No nos olvidaremos de la tercera familia, la del nombre más temido y odiado: la SS. En ella los sustantivos derivan en otros sustantivos que vienen a sustituir el término correcto ya existente.

Seguro que han escuchado estos nuevos nombres:

equipo > equipación (en vez de equipamiento)
permiso > permisibilidad (en vez de permisividad)
intento > intencionalidad (en vez de intención)
Y decorosidad (en vez de decoro), infectación (en vez de infección), impetuosidad (en vez de ímpetu), cerramiento (en vez de cierre)…

Como podemos comprobar, existen alargamientos justificados porque aportan un significado nuevo, una connotación que enriquece nuestro idioma. No significan lo mismo jugar y juguetear, señalar y señalizar, poner y posicionar, ver y visualizar.

Pero también encontramos en nuestra lengua otros alargamientos innecesarios y estériles. Y, de estos últimos, el diccionario de la RAE ha aceptado bastantes: influenciar, equipación, concretizar, culpabilizar, tensionar, movilizar, inicializar, conmocionar, intencionalidad, impetuosidad…

La Academia argumenta que las palabras se utilizan. Forman ya parte de nuestra lengua. Y, como argumentan filólogos como Márquez Rodríguez, sesquipedalismos como aperturar son «muestras del extraordinario dinamismo de la lengua».

Existe, además, el efecto opuesto. Hemos llamado antisesquipedalismo a aquello que en sus comienzos se llamó derivación regresiva (Lang) o falsa derivación (Rozalén y Calvo): un acortamiento del término para dar lugar a otro de igual significado y cuyo origen solo puede responder a la economía del lenguaje. Sus ejemplos más patentes son los pasos de optimizar a optimar, de desertificar a desertizar y de traumatizar a traumar, que ya han sido recogidos en el diccionario de la RAE.

De esta manera, una mala experiencia sesquipedaleando ya no nos dejará traumatizados, sino simplemente traumados. Algo es algo.

 

Todo lo que viene siendo un sesqui

—Nos vamos para allá, donde está lo que es el escenario… No puedo pasar lo que es el cordón. Testimonios como este de un reportero del mítico Caiga quien caiga (Telecinco) los escuchamos a diario en los medios de comunicación: «Hay que poner una barrita en lo que serían los dientes superiores», asegura un dentista en el programa Saber vivir (La 1 de TVE). Cambio de canal. «Estamos aquí, en lo que es el primer día del Hospital del Henares», oímos a un presentador del espacio Buenos días, Madrid (Telemadrid). Cambio nuevamente de canal.

Un personaje de la serie Los Serrano (Telecinco) se refiere a «lo que viene siendo el polígono de Seseña».
Y vuelvo a darle al mando a distancia. Tengo el presagio de que no escaparé de este fenómeno ni con la rueda de prensa del Consejo de Ministros (canal 24 horas de TVE).
El portavoz del Gobierno confirma mis temores desde la sala de prensa, cuando le preguntan sobre algo de Marruecos: «Bueno, en todo lo que es la zona norte…».

Todo lo que es, lo que viene siendo, lo que viene a ser, un poco lo que es…

Todo esto es lo que viene siendo lo que hemos llamado sesquipedalismo sintáctico, una oración que el emisor infla desaforadamente sin aportar, a cambio, ningún significado. Nos encontramos ante la prolongación hasta la sintaxis del fenómeno del sesquipedalismo.

¿Y por qué? En muchas ocasiones, por la necesidad u obsesión del periodista y el político por llenar espacios de vacío. Y aunque estos profesionales forman parte de una sociedad en la que hacen de espejo, también contribuyen decisivamente a marcar tendencias o amplifican aquellas que sin la tele no tendrían tanto poder.

Lo que es la vida…

La marca de Gladstone: ‘antidisestablishmentarianism’

El origen de «sesquipedalismo», esta palabra de atropellada pronunciación, se encuentra en la locución latina sesquipedalia verba. Es decir, palabras de amplitud desmesurada. En métrica, un sesquipedal de nuestros clásicos tenía un pie y medio de longitud. Sin embargo, este fenómeno de sesquipedalear —ya puestos, permítanme seguir inventando palabras— no comenzó en esta época que nos ha tocado vivir, sino hace ya más de un siglo, a finales del XIX. En uno de sus discursos, William Gladstone, que llegó a ser primer ministro británico en cuatro ocasiones, logró algo así como entrar en el libro de los récord Guinness lingüísticos. Alcanzó a inventarse y pronunciar lo que se consideró el vocablo más largo en lengua inglesa: antidisestablishmentarianism. Solo para expertos. No intenten probar a pronunciarlo desde sus casas. En español sería algo así como antidesestablecimientionismo. Con esta palabra de infinito calibre, el histórico político liberal criticó a los que se oponían a la idea de separar la Iglesia de Irlanda de la de Inglaterra. Supongo que estos se quedarían demudados. Nos cuenta todo esto el sociólogo Amando de Miguel, que hace la primera referencia a este fenómeno en nuestra lengua en La perversión del lenguaje, un trabajo publicado hace ya más de tres décadas.

La sesquipedalización —ahí va otra invención— de nuestra lengua empezaría ya a ocupar capítulos enteros en los libros de este modesto autor Dándole a la Lengua (2002) y Deslenguados: el nuevo español (2012).

 

Este reportaje sobre el sesquipedalismo de Julio Somoano, periodista y filólogo, es uno de los contenidos del número 3 de la publicación trimestral impresa Archiletras / Revista de Lengua y Letras, disponible en quioscos y librerías
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