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19 May 2020
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Reportajes

¿Sabrías escribir supercalifragilístico usando tan solo símbolos químicos?

Santiago Álvarez Reverter

Puedes ayudarte de la tabla periódica. Si no lo consigues, encontrarás la solución unas líneas más abajo, porque de lo que aquí se trata es de echar una mirada lúdica a la lengua, usando como alfabeto los símbolos químicos

Aunque se trata de un simple juego, podemos intentar construir todo un lenguaje basado en símbolos elementales en vez de en las letras del alfabeto, un «lenguaje elemental» formado por «palabras elementales». Solo hay tres sencillas reglas:

1) Debe usarse el mínimo número posible de símbolos para una palabra.
2) Se permite repetir un símbolo en la misma palabra tantas veces como sea conveniente.
3) Se puede añadir un acento al símbolo de un elemento siempre que sea necesario.

Siguiendo estas reglas, podemos combinar trece símbolos para escribir S-U-P-Er-Ca-Li-Fr-Ag-I-Lí-S-Ti-Co. Hay otras dos soluciones alternativas, S-U-P-Er-C-Al-I-Fr-Ag-I-Lí-S-Ti-Co y S-U-P-Er-Ca-Li-Fr-Ag-I-Lí-S-Ti-C-O que, sin embargo, no cumplen la regla de emplear el mínimo número de símbolos.

¿Qué posibilidades reales tenemos de hacer palabras con símbolos? Con uno solo nos salen 28 palabras, como Al, Fe, Ir, O, No, Re, Si, incluyendo interjecciones (Ta, Pu) y nombres de letras (Be, Ce, Cu, Ge, I), pero no palabras en desuso (Na, Ne) ni prefijos (Bi, Co, In). Podemos continuar con palabras de dos, tres o más símbolos, hasta llegar a secuencias de —por ejemplo— diez símbolos. Un simple cálculo de combinaciones con repeticiones nos diría que con 118 elementos podemos construir unos 100 billones de combinaciones, aunque la mayoría de ellas no son palabras. De hecho, en el Diccionario de la Lengua Española (DLE) he localizado algo menos de 13.000 palabras elementales, sin contar nombres propios, femeninos, plurales, o formas verbales. Esta cifra es tan solo una pequeña parte de las más de 90.000 que componen el castellano.

Este vocabulario limitado se debe a tres razones: (a) Tres letras no forman parte de ningún símbolo químico: J, Ñ y Q. (b) Algunos símbolos (27) son redundantes, y se pueden obtener como combinación de los de otros elementos, como Bi, Cf, Co, Nb o Pu. (c) Algunos símbolos químicos son improductivos, pues no aparecen en ninguna palabra elemental (como Cd, Db o Hg), o bien se encuentran en solo unas pocas palabras, como Cm (francmasón), Ds (windsurf), Gd (amigdalitis y lugdunense), Th (luthier, pathos) o Zr (lazrar).

De las muchas palabras ausentes del lenguaje elemental son buen ejemplo las que se refieren al tiempo. No están, entre otras, minuto, día, semana, mes, año ni siglo. Tampoco los meses del año, con la excepción de febrero; la semana quedaría reducida a lunes y viernes, y las estaciones serían tan solo invierno y estío (pero no verano). También para los colores tenemos una paleta restringida que incluye ámbar, blanco, beige, lila, ocre, pistacho y rubí, pero no amarillo, azul, gris, marrón, naranja, negro, rojo, verde ni violeta.

Por contra, el hecho de que catorce símbolos químicos coincidan con letras del alfabeto nos proporciona cierta flexibilidad para construir palabras. Otros 47 símbolos químicos forman sílabas comunes por sí solos (Al, Ba, Es, Eu, Po, o Ta, por ejemplo), mientras que algunas sílabas requieren la combinación de dos símbolos (por ejemplo, bo, cra, fi, nu, pla…). A menudo, sin embargo, un símbolo puede estar a caballo entre dos sílabas, como Nd en hondo, Rf en amorfo, Sb en resbalón, o Zn en osezno.

RW584R JULIE ANDREWS, MARY POPPINS, 1964

¿Cuán largas pueden llegar a ser las palabras elementales? En nuestro diccionario elemental el récord lo tienen, con catorce, algunas palabras con el mismo prefijo: nacionalcatolicismo, nacionalsindicalismo, nacionalsocialista, que podemos alargar hasta quince en el plural. Le andan muy cerca, con trece (catorce en plural), supersubstancial y la ya mencionada supercalifragilístico.

Un poco más atrás queda un grupo de palabras de doce símbolos, en su mayoría dotadas de afijos, como S-O-B-Re-V-Al-O-Ra-C-I-O-N, hispanoamericanismo o substantivación. Obsérvese que sobre-, hispano- y -ción añaden cuatro o cinco elementos cada uno a una palabra. Este patrón se repite entre el grupo algo más abundante de palabras con once o diez símbolos, entre las que encontramos expresiones tan sonoras como kinesioterápico, refocilación, suplicacionero o escagarruciarse.

Ni los propios nombres de los elementos escapan a las limitaciones del lenguaje elemental. Solo 52 de ellos se pueden descomponer en símbolos químicos, como Ac-Ti-Ni-O, Cr-O-Mo, Li-Ti-O, Ar-Sé-Ni-Co o S-Am-Ar-I-O. Por la propia definición de palabras elementales, cada una de ellas es en realidad la fórmula de un compuesto químico. FeO, por ejemplo, es la fórmula del óxido de hierro(II), CoMo puede ser tanto un adverbio como un compuesto intermetálico de cobalto y molibdeno, y el símbolo WC en una puerta, ¿nos indica el acceso a un inodoro o a un almacén de carburo de wolframio? Aunque no todas las palabras elementales corresponden a compuestos conocidos, sí existen muchas que lo son, como AlAs, AuLa, BeSe, CoSe, ErAs, LiBeN, PaN, ReOs, RuTa y TiPo. Incluso el mítico Eleuterio Sánchez, «el Lute», que pasó de condenado a muerte a abogado y escritor, y cuya azarosa vida fue objeto de dos filmes y una obra de teatro, comparte su mote con la fórmula del telururo de lutecio.

Hay varias parejas de elementos cuyos símbolos tienen las mismas letras, pero invertidas, como Ac|Ca, Al|La, Br|Rb, Er|Re o Es|Se. Podemos llamarlos «símbolos bifrontes», por analogía con las palabras bifrontes, que son aquellas que tienen un significado diferente leídas al derecho o al revés, como animal|lámina, o senos|sones. Un reto interesante consiste en construir palabras elementales bifrontes, que leyéndolas símbolo a símbolo tengan significados diferentes al derecho o al revés, como Co-Ba|Ba-Co, cota|taco, pala|lapa, espina|naipes, patanco|con tapa, o paparapa|para papá.

En el lenguaje natural un palíndromo es aquella palabra o frase que se escribe igual al derecho que al revés, letra a letra. Por ejemplo, anilina, Aman a Panamá o Etna da luz azul a Dante, este último de Juan José Arreola. Uniendo dos símbolos bifrontes también podemos generar los palíndromos allá y erre o, con algún símbolo más, rapar, la sal, o Atlas salta.

Un «palíndromo elemental» es aquella palabra o frase que se escribe igual al derecho que al revés, símbolo a símbolo. Algunos ejemplos se pueden construir mediante la repetición de un único símbolo: Ar-Ar, cucú, nana, osos, papa y rara. También podemos repetir un símbolo intercalando otro u otros: clic, pop, ganga, canica, repare, pólipo, escocés, alfalfal, o no patees la estepa, no.

Veamos ahora qué componentes del lenguaje conservamos y cuáles perdemos con nuestro alfabeto elemental. Los plurales son bastante accesibles, y se pueden derivar de una palabra elemental haciéndola acabar en S (bala – balas), As, Es (motín – motines) u Os (largo – largos). Para pasar del masculino al femenino no podemos usar la letra a por sí sola, pues no es un símbolo químico, pero sí algunos símbolos acabados en «a» (Tabla 1). Por ejemplo, se puede pasar de Co-C-H-I-No a Co-C-H-I-Na, de Cr-I-Ti-Có-N a Cr-I-Ti-Co-Na, y, con algún retoque más, de O-Br-Er-O a O-B-Re-Ra.

Entre las conjunciones, nos quedan y, ni, si y no, pero no e y que. En cuanto a los artículos, conservamos todos los indefinidos gracias al uranio; pero solo los definidos la y las. También disponemos de unas cuantas interjecciones como ¡bah!, ¡bravo!, ¡caramba!, ¡hey!, ¡hola!, ¡oh!, ¡uf! y ¡uy!

Algunos prefijos elementales son: bio-, hiper-, mono-, neo-, poli-, sobre-, sub- y supra-. Pero también muchos prohibidos, como ante-, auto-, contra-, endo-, ex-, intra-, multi-, o semi-. También hay un buen número de sufijos permitidos, como -al, -ero, -ico, -ísimo, -ista, -oso, y -tivo. En cambio, son prohibidos -ado, -ble, -dad, -dor, -ito, -mente o -udo. El sufijo -dura puede usarse si va precedido de «n» gracias al neodimio (blandura, hondura). Por otro lado, la terminación «-tia» no es permitida (por ejemplo, vertebroplastia), pero sí las terminaciones «-tico» y «-tica» (vertebroplástico).

Los infinitivos de los verbos son válidos (Ar, Er, Ir), siempre que la raíz del verbo sea elemental. En cambio, tenemos serias dificultades con los gerundios, que se forman fácilmente solo para verbos terminados en -bar (libar, libando) -car (buscar, buscando) o -nar (cenar, cenando). Aún peor lo tenemos con los participios, ya que los símbolos que contienen la letra d no permiten las terminaciones -ado ni -ido. Solo nos queda algún participio irregular: hecho, rehecho, satisfecho. Eso sí, tenemos verbos reflexivos gracias al selenio (lavarse).

Por último, escasean los adverbios y las preposiciones elementales. Entre los primeros tenemos acaso, nunca, no, sí, casi, poco, así, como, aún, allí y cerca. Y entre las preposiciones, con, hasta, para, sin, so y sobre.

Para poner a prueba los límites del lenguaje de los símbolos he intentado escribir un poema elemental. Resulta un proceso arduo pero gratificante en el que se intenta poner palabras a una idea, para lo cual a menudo hay que buscar sinónimos que cumplan las reglas. Si no se encuentra un sinónimo adecuado, se ensaya una perífrasis. Si tampoco funciona, se acaba modificando el sentido de la frase, como puede pasar cuando se escribe un poema en lenguaje natural, por imposición de la rima o la métrica. Al final, como en la escritura automática de los surrealistas (véase Les champs magnétiques, de Paul Eluard y Philippe Soupault, 1919), el propio texto prevalece sobre las ideas del autor.

Un festín cosmogónico

Un asceta con
blancas barbas
labios carnosos
aura fosforescente
proclamó vociferante

Convocaré titanes
cíclopes vírgenes
sirenas faunos
para proclamar
esta crónica
fundacional:

Yo, ilusionista cósmico
concebí universo
sobre caos
hice luna y Helios
constelaciones planetas
esta tierra única.

Yo, acuático Neptuno
lancé nubes feroces
saturé barrancos
con aguas claras
atlánticos y pacíficos
con aguasal
charcos planos con
limos viscosos.

Yo, naturalista erógeno
hice fauna y flora
hasta henchir la tierra.

Yo, omnipotente céfiro
erosioné cauces
generé olas
tifones huracanes
brisas refrescantes
pulí la cúpula infinita.

Yo, poblacionista supremo
parí genéticas varias
una población babélica
pacifistas
técnicos sibilinos
curas postconciliares
playboys limosneros.

Al ocaso
voluptuosas camareras
escanciaron vinos
sirvieron al titán
opípara cena
y al final
perfusión con morfina
para fenecer satisfecho.

El proceso de escritura de este texto no es muy diferente del que describía Raymond Queneau en su poema «Pour un art poètique» (L’instant fatal, 1946):

Bien placés bien choisis
quelques mots font une poésie
les mots il suffit qu’on les aime
pour écrire un poème
on sait pas toujours ce qu’on dit
lorsque naît la poésie
faut ensuite rechercher le thème
pour intituler le poème.
Bien colocadas y elegidas
unas palabras hacen una poesía
basta amar las palabras
para escribir un poema
no siempre se sabe lo que se dice
cuando nace la poesía
luego hay que buscar el tema
para titular el poema.

Cójase papel y lápiz, téngase a mano una tabla periódica y un buen diccionario, y dispóngase a pasar un rato entretenido construyendo palabras, frases y hasta textos elementales. En el proceso, seguro que se mejora el conocimiento de los símbolos químicos así como el de la lengua. Se pueden imaginar diversos juegos basados en el lenguaje elemental: probar con los nombres de amigos y familiares, o los de seres mitológicos. O se pueden refrescar los conocimientos de geografía: nombres de países y sus capitales, de montañas o de ríos, y descubrir, por ejemplo, que solo siete capitales de provincia españolas tienen nombres elementales. ¡Azufre-uranio-erbio-teluro!

 

Este reportaje es uno de los contenidos del número 6 de la publicación trimestral impresa Archiletras / Revista de Lengua y Letras.
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