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19 Abr 2022
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Diccionario

Qué hacer con Antonio de Nebrija

Borja Bauzá

El descubrimiento de un diccionario previo al que publicó el gran humanista en 1494 no altera, en lo sustancial, la historia de la lexicografía. Pero sí pone en valor a uno de sus principales competidores

El pasado 29 de julio, mientras el mundo estaba pendiente de los Juegos Olímpicos de Tokio y los talibanes preparaban su gran ofensiva sobre Kabul, varios medios de comunicación, Archiletras entre ellos, se hicieron eco de una revelación recogida en el Boletín de la Real Academia Española (BRAE). Era la siguiente: existe un diccionario de castellano anterior al que publicó Antonio de Nebrija en Salamanca allá por 1494. Es decir: anterior al que hasta ahora se consideraba el primero.

Dicha revelación surgió en el curso de una investigación iniciada en 2018 por dos académicos argentinos, Cinthia María Hamlin y Juan Héctor Fuentes, tras toparse con un par de folios antiquísimos que, por algún motivo, llevaban años cogiendo polvo en la Universidad de Princeton. Según explica la propia Hamlin en un extenso artículo publicado en el BRAE, los dos folios —parte de un prólogo y 77 entradas en castellano con sus equivalencias en latín— se encontraban dentro del Universal Vocabulario en latín y en romance, publicado por el humanista Alfonso de Palencia en 1490. Sin embargo, no pertenecían al libro que los atesoraba. Esa constatación fue la que animó a Hamlin y Fuentes a indagar. Y así, indagando y triangulando, alcanzaron tres conclusiones. Primera: los folios coinciden con un misterioso diccionario guardado en El Escorial llamado Vocabulario en romance y en latín del que nunca —y de ahí el misterio— se ha sabido ni la autoría ni la fecha exacta. Segunda: fueron publicados entre 1492 y 1493. Y tercera conclusión: fue Alfonso de Palencia, «o alguien muy cercano a él», quien los escribió.

En otras palabras: salvo que alguien demuestre lo contrario (Hamlin ha tenido la humildad de titular su artículo en el BRAE entre interrogaciones), el misterioso diccionario de castellano guardado en El Escorial sería anterior al de Nebrija y, además, hay quien puede recoger los laureles del pionero: Alfonso de Palencia.

¿Qué cambia este descubrimiento?

Página del ‘Universal Vocabulario en latín y en romance’, de Alfonso de Palencia.

Como suele ocurrir con las informaciones de carácter cultural, esta información pasó desapercibida y no alteró la rutina de la sociedad española. Sin embargo, hubo quien se preguntó, al leer la noticia, si semejante descubrimiento obliga a repensar ciertos planteamientos aprendidos. A fin de cuentas, el revisionismo histórico, la reformulación de según qué narrativas a partir de tal o cual revelación, es un género que cotiza al alza.

«El hallazgo no cambia para nada la historia de la lexicografía», responde Francisco Carriscondo, catedrático de Lengua Española en la Universidad de Málaga. En su opinión, la noticia en todo este asunto reside en haber descubierto, al fin, quién es el autor del manuscrito escurialense y cuándo apareció el documento. Que no está nada mal, claro, pero tampoco es que vaya a poner los departamentos de Filología patas arriba. Además, señala un dato importante: el primer tratamiento lexicográfico del castellano ya llevaba la firma de Alfonso de Palencia gracias al Universal Vocabulario en latín y en romance de 1490. Si ese diccionario no se ha considerado nunca el primero en castellano es porque el castellano no es lengua de partida —como sí lo es en el texto publicado por Nebrija en 1494— sino de llegada. Pero, en cualquier caso, el humanista palentino ya reflejó el castellano en su obra de 1490.

En la misma línea se pronuncia Rafael Cano, catedrático de Lengua Española en la Universidad de Sevilla: «Este descubrimiento no supone una gran ruptura epistemológica en nuestro conocimiento de la historia de la lexicografía». Si acaso, añade, lo que demuestra es que los años finales del siglo XV suponen un periodo de plena efervescencia lexicográfica durante el cual confluyeron, además de Nebrija y Alfonso de Palencia, otros intelectuales como Rodrigo Fernández de Santaella. O sea: «Confirma cómo ese humanismo que estaba entrando en España cristalizaba en obras lexicográficas de calado, algo que por otra parte ya sabíamos».

En resumidas cuentas, según Carriscondo y Cano, lo que han descubierto Hamlin y Fuentes (con ayuda, hay que decirlo, de Eric White, custodio de la biblioteca de Princeton y la primera persona que se fijó en aquel par de folios) no obliga a tener que repensar la Historia, con mayúscula, porque no afecta a lo sustancial. Lo que ha conseguido la investigación de los argentinos es identificar al autor de un diccionario de castellano que ahora sabemos que fue anterior al de Nebrija. Es decir: en los libros de secundaria habrá que añadir una fecha y un nombre al capítulo dedicado a los orígenes del castellano… y poco más.

Conviene, sin embargo, no llamarse a engaño. Aunque el hallazgo no sea equivalente al descubrimiento de la pólvora, el trabajo de Hamlin y Fuentes ha cosechado la admiración de un sinfín de estudiosos por una sencilla razón: haber sido capaces de conducir, en estos tiempos de prisas e inmediatez, una investigación lo suficientemente sosegada como para arrojar resultados significativos. «Vivimos en una cultura científica que vive de lo rápido, de los rankings, y por eso creo que esta investigación es una reivindicación y un homenaje total a la filología», cuenta Mar Campos Souto, profesora de Lengua Española, desde la Universidad de Santiago de Compostela. «A mí, por ejemplo, me carga las pilas de cara al curso que comienza al poder explicar a mis alumnos que el trabajo riguroso tiene su recompensa».

¿Y Nebrija?

Pese a que la revelación no ha supuesto un terremoto en las facultades de Letras, cabe preguntarse qué sucede a partir de ahora con Antonio de Nebrija, protegido de Isabel la Católica, procesado por la Inquisición a la muerte de esta y uno de los pensadores españoles más famosos de su tiempo. (En 2022 se celebra, por cierto, el quinto centenario de su muerte). ¿Debemos reubicarle dentro del árbol genealógico de la lengua española?

La respuesta es unánime: no.

«Claro que a los periodistas les da mucho juego decir que se desbanca a Nebrija del primer lugar de la lexicografía hispana», contesta Cano. «Con el gusto morboso, además, que hay en este país, y en otros, por arrojar de su pedestal a las grandes figuras consagradas por el tiempo». Ahora bien: «El valor de la obra de Nebrija seguirá por mucho que se puedan encontrar precedentes; precedentes que, por otra parte, no serán muy lejanos en el tiempo».

Asimismo, Carriscondo opina que «la historiografía valora la prelación, pero no para ensalzar una obra sobre las que surgen después». En ese sentido subraya que, concediéndole el mérito correspondiente a Alfonso de Palencia, la obra de Nebrija se sigue sosteniendo por sí misma. Entre otras cosas porque, aunque el hallazgo de los académicos argentinos arrebate al gran humanista la primacía cronológica de la lexicografía española, Nebrija puede seguir reivindicando el honor de haber firmado la primera obra dedicada a las reglas de la lengua española: su famosa Gramática castellana. Esta apareció en 1492, a tiempo para acompañar a un idioma que comenzaba su expansión global, y fue, además, pionera entre las gramáticas de las lenguas románicas.

 

Este reportaje es uno de los contenidos del número 13 de la publicación trimestral impresa Archiletras / Revista de Lengua y Letras.
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