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30 Dic 2019
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Reportajes

Cómo sabemos cómo se pronunciaba cuando el Cid

Ana Bulnes

Si no existen grabaciones de esa época, ¿cómo es posible saber cómo se pronunciaba la lengua por entonces?

En 2004, el teatro Shakespeare’s Globe de London ofreció una versión muy especial de Romeo y Julieta: era la primera vez, en 400 años, que se representaba la obra completa utilizando la pronunciación original. Según David Crystal, el responsable de entrenar vocalmente a los actores y uno de los mayores expertos mundiales en cómo se pronunciaba el inglés en la época de Shakespeare, la pronunciación original destapaba muchos artificios lingüísticos y juegos de palabras usados por el autor de Hamlet que se pierden al leer el texto usando la pronunciación actual.

Una búsqueda en Google no arroja resultados de algo similar en España. No hay representaciones de La Celestina en las que se use la pronunciación de la época (o, si las hay, no tienen un buen posicionamiento en el buscador), pero sí unas cuantas grabaciones y algunos vídeos en YouTube en los que alguien lee un texto en castellano antiguo usando la pronunciación medieval. Aparecen sobre todo ejemplos del Cantar de Mio Cid.

Tanto en el caso del inglés como en el del castellano como en esas múltiples grabaciones de alguien leyendo textos latinos con la pronunciación original, una pregunta enseguida empieza a formarse en la mente: si no existen grabaciones de esa época, ¿cómo es posible saber cómo se pronunciaba la lengua en ese momento? Recurriendo a lo único que tenemos, los textos escritos, y a una apasionante tarea de investigación.

«Si lo trasladamos a la época actual, el hecho de que alguien escriba, por ejemplo, ‘azia’ por ‘hacia’ serviría para documentar dos aspectos de la pronunciación del español moderno: a) que la grafía h no tiene correspondencia fonética y b) que las grafías c y z pueden corresponder a un mismo fonema en español», explica Elena Azofra, profesora titular en el Departamento de Lengua Española y Lingüística General de la UNED. Sin embargo, no es tan fácil como podríamos extraer de ese ejemplo. Antes de los primeros textos con intención codificadora, la asociación entre grafema y fonema era más libre. Variaciones equivalentes al ejemplo puesto por Azofra ayudan a sacar algunas conclusiones, pero no son concluyentes ni suficientes.

La importancia de los manuales y tratados gramáticos

«A partir de Nebrija, se genera una tradición en los estudios gramaticales en los que encontramos noticias directas sobre la pronunciación (la mayoría de ellas sobre lo que es o no es correcto en la dicción, cosa que suele ser muy clara e ilustrativa)», asegura Teresa Echenique, doctora en Filología Hispánica por la Universidad Complutense de Madrid y autora de numerosos artículos académicos sobre fonología evolutiva.

Acudir a textos antiguos (a partir del XV y sobre todo del XVI) que hacen referencia a la pronunciación, recopilar sus descripciones y, a partir de ellas, sacar conclusiones, es lo que hizo Amado Alonso en su De la pronunciación medieval a la moderna en español. Así, sobre la diferenciación (o no) en la pronunciación de la b y la v, recoge testimonios al respecto de Juan de Encina (1496), Antonio de Nebrija (1517), Erasmo (1528), entre otros, hasta mediados del siglo XVII, a partir de los que traza la evolución de la pronunciación de ambas letras tanto en el tiempo como en el espacio.

No obstante, si se consultan únicamente tratados de este tipo, que describen la lengua, quedan varios siglos de vacío: la época medieval, en la que el latín vulgar se convirtió en el romance castellano. Se escribía ya en romance, pero no sobre él. Es decir, no había intentos de codificación ni de regulación, por lo que la variación proporciona pistas, pero también dificultades. «Los textos medievales son los más difíciles de interpretar», asegura Echenique. Azofra pone como ejemplos de los obstáculos a la hora de interpretar estos textos las grafías alternantes o los errores que podía cometer el copista.

Además, las conclusiones que se sacan basándose en la variación gráfica no tienen por qué ser las correctas. La propia Real Academia Española explica en su Ortografía de la lengua española que, tradicionalmente, se interpretaba esa irregularidad gráfica como «reflejo de la vacilación e inseguridad de los escribientes en la representación gráfica de un sistema lingüístico aún en formación», pero que han ido apareciendo otras explicaciones. Factores como «las diversas tradiciones gráficas en las que se habrían formado los escribanos» o el «tipo de letra utilizado en cada texto» también podían influir en la elección de una grafía u otra.

Montserrat Batllori, profesora titular del área de Lengua Española en la Universitat de Girona y especialista en sintaxis histórica, apunta que el proceso de reconstrucción de la pronunciación se vale de dos métodos de investigación, el hipotético deductivo y el inductivo. Así, siguiendo el primer método, «se propone una serie de cambios que permiten explicar por qué las grafías de los documentos de los distintos estadios de la lengua son distintas». Por ejemplo, si se analizan las distintas soluciones que ha dado la palabra latina filius en el área románica, se observa que «en algunas tenemos la grafía <f> inicial que se pronuncia como /f/ (francés, italiano, gallego, portugués, aragonés, asturiano central, catalán), mientras que en otras tenemos la grafía <h> inicial que se pronuncia como /h/ aspirada, tal como en la voz inglesa horse (en occitano aranés, en asturiano oriental, en andaluz occidental) y en otras, como en castellano, dicha grafía <h> inicial no se pronuncia». Teniendo en cuenta también cómo ha evolucionado la palabra farina (‘harina’), se puede concluir que «un posible cambio fonológico evolutivo sería el que hace que la <f> inicial latina se transforme en <h> inicial pronunciada como aspirada y que esta aspiración llegue a desaparecer».

El método inductivo apoya la conclusión. Así, si «examinamos los documentos de las distintas etapas del español para ver cómo se escribe la voz hijo, vemos que presenta tres grafías básicas y que puede establecerse una cronología en su uso en las distintas zonas de habla castellana», afirma Batllori. «Si confrontamos la cronología extraída de la observación de las grafías de los documentos con los comentarios que incluyen distintos gramáticos a lo largo de la historia del español sobre esta pronunciación en concreto (Nebrija, Villena, etc.) y también con la regla fonológica que hemos propuesto a través del análisis contrastivo de las variantes románicas y de la observación de la pronunciación actual, obtenemos la cronología evolutiva de la regla fonológica que comentábamos en el apartado anterior».

Técnicas y fuentes que evolucionan

Es fácil imaginar que, una vez establecidos los métodos de investigación para reconstruir una pronunciación antigua de cualquier lengua, ya no hay mucho espacio para la evolución en esas técnicas o para el cambio en las conclusiones. No obstante, al tratarse también de algo interpretativo en lo que influyen muchos factores —determinar qué factores influyen y cómo lo hacen es parte de esa interpretación— hay más movimiento del que se podría esperar a priori.

«El principal avance ha consistido en fijar la mirada en textos poéticos», explica Teresa Echenique. En el libro Historia de la pronunciación de la lengua castellana, uno de los frutos del proyecto de investigación Hispocrast, relata que «antes de Nebrija, la (casi) ausencia de obras codificadoras sobre la lengua castellana hacen opaca su pronunciación». Ese fijarse en los textos poéticos, que tienen que adaptarse a «las exigencias de métrica y patrones rítmicos, así como la rima», arroja luz sobre cómo se pronunciaba el castellano de la época en la que fueron escritos.

Esto, la reconstrucción de la pronunciación a través de textos poéticos, es la materia de una tesis doctoral realizada por Francisco Pedro Pla Colomer y dirigida por Echenique. En la tesis, como recoge en las conclusiones, tiene muy en cuenta también una serie de factores socioculturales que sitúan y delimitan mejor la pronunciación reconstruida. No tendría sentido aplicar esa pronunciación a todos los hablantes del romance castellano de la época: «la elección de una determinada forma estrófica trajo consigo el empleo de una variante lingüística marcada, por un lado, así como el uso de licencias poéticas, latinismos o arcaísmos que modificaban la lengua con la finalidad de obtener un producto textual que se ajustara a los patrones exigidos por el género poético, por otro», explica Pla Colomer en la tesis.

A la hora de interpretar un texto, por lo tanto, es clave también entender de dónde nace y a qué responde la elección de unos u otros grafemas o, en este caso particular, estructuras silábicas. «En el proceso de acomodación de la prosodia al ritmo de los versos, los poetas tenían la posibilidad de utilizar la acentuación etimológica o la patrimonial en relación con el pie métrico que correspondiera», continúa Pla Colomer, que concluye que «los rasgos prosódicos caracterizadores de la lengua de los poetas castellanos medievales eran los que correspondían también a los de la lengua culta».

Además de los textos poéticos, Echenique señala que también se han empezado a estudiar textos «para la enseñanza de la lengua, tanto para españoles (y entonces se destacan los usos correctos frente a los que se consideran incorrectos, lo que suele ser revelador) como para extranjeros (y en estos casos se pone la mirada en el contraste con la pronunciación de otras lenguas: francés, italiano…, a través del cual comprendemos mejor las observaciones que hacen los autores del
momento)».

Batllori apunta también a nuevas investigaciones que no tienen tanto que ver con el texto del que se parte como con lo que se sabe ahora de fonología. Estas investigaciones «relacionan los cambios históricos con la variación fonética debida tanto a cuestiones de articulación como a aspectos relacionados con la variación en la percepción de los sonidos por parte de los hablantes».

La investigadora Assumpció Rost, por poner un ejemplo, ha utilizado la Fonología Evolutiva de Blevins, relativa al habla actual, para explicar «las causas de la evolución de dos contextos de yod segunda: /nj/ y /lj/, que llevaron a la fonologización de /ɲ/ y /ʎ/, en un primer estadio de la historia del español», según explica en el propio estudio A vueltas con la naturaleza del cambio fonético-fonológico: los casos de /nj/ y /lj/.

Estos conocimientos actuales sirven muchas veces para explicar cambios que «a veces parecen poco coherentes e incluso contradictorios», dice Azofra, que pone como ejemplo «los resultados de la l en posición implosiva, tan diferentes en MULTUM > mucho y en ALTERUM > otro». Gracias a la fonética experimental se puede «comprender mejor el proceso completo de la evolución». Los análisis acústicos, por ejemplo, pueden «analizar la influencia de los contextos fonéticos en que se produce un cambio».

¿Cómo de seguros estamos de la pronunciación medieval?

«Toda teoría es válida hasta que no se demuestre lo contrario», contesta Batllori a la pregunta de si podemos decir con cierta seguridad que sabemos cómo se pronunciaba el castellano medieval en sus distintas épocas. Al fin y al cabo, la situación de partida sigue siendo la misma: mientras no podamos viajar en el tiempo al siglo XIV escondiendo una grabadora en el bolsillo (o mientras no llegue un despistado viajero desde el siglo XIV hasta aquí y nos sorprenda con su acento), no podremos estar seguros al cien por cien.

Aun así, Teresa Echenique afirma que hay ya una seguridad «muy grande» sobre esa pronunciación medieval, si bien concede que sigue habiendo dudas de tipo cronológico. «Por ejemplo, si el seseo estaba ya consolidado, o no, en la norma meridional de la península para el siglo XV». Además, apunta que también hay «alguna cuestión de detalle que no podemos precisar con exactitud porque no tiene reflejo alguno en la ortografía». Cita como ejemplo en qué momento la segunda d de dedo pasó de pronunciarse con «la pronunciación que hoy le daría un italiano» a pronunciarse como en la actualidad.

Otro detalle sobre el que hay aún dudas, según Elena Azofra, tiene que ver con uno de los ejemplos mencionados anteriormente. «No hay acuerdo en el carácter de la pronunciación aspirada de f inicial latina (FILIUM>fijo>hijo), ni tampoco sabemos con certeza en qué momento se pierde esta aspiración o qué alófonos intermedios pudieron producirse en la evolución», señala.

Las investigaciones, nuevas técnicas y nuevas interpretaciones hacen que a lo largo de la de momento corta historia de la reconstrucción de la pronunciación antigua haya ya creencias que han sido refutadas. Montserrat Batllori menciona «todas las teorías substratísticas que imputaban una pronunciación determinada a la existencia de una lengua anterior al latín». Un ejemplo de esto, continúa la experta, es el hecho de «imputar la pronunciación de la vibrante múltiple castellana al substrato vascoibérico». Y no se puede descartar que siga pasando. «La verificación de las teorías está siempre abierta. Siempre puede surgir algo que permita falsear una teoría y entonces nuestro trabajo como científicos consiste en modificarla de manera que incluya los nuevos datos o fenómenos», concluye.

 

Este reportaje es uno de los contenidos del número 5 de la publicación trimestral impresa Archiletras / Revista de Lengua y Letras, disponible en kioscos y librerías.
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