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29 May 2019
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Entrevista

«En gran parte mi pasión por la literatura se debe a mi odio a mi padre»

Paula Arenas

Mario Vargas Llosa, el único premio Nobel de Literatura en castellano vivo, nunca soñó con vivir de la literatura y le gustaría morirse con la pluma en la mano. Piensa que ser viejo no tiene mucha importancia si estás vivo de verdad.

Poca altura le ha quitado la edad a Mario Vargas Llosa (Arequipa, Perú; 28 de marzo de 1936): a sus 83 años sigue siendo una figura imponente al que la vejez le ha tocado solo de refilón. Sonríe casi todo el tiempo el premio Nobel 2010 (único vivo en lengua española) cuando nos recibe y nos muestra, en su casa de Madrid (a la que ha llegado tras una larga biografía sentimental), la mesa en la que trabaja. «Es pequeña, pero si retiro el teclado del ordenador me queda sitio para escribir a mano. Luego lo paso a ordenador». Desde que comenzó a escribir y el camino era tan arduo que parecía que no sería posible, trabajó hasta de clasificador de lápidas. «Tantos muertos llevaba, tanto me pagaban», ha escrito a mano. Académico de la RAE y autor de La ciudad y los perros, Conversación en La Catedral o La fiesta del chivo, quiere ser recordado «por la literatura, no por los textos políticos».

¿Qué queda de aquel Vargas Llosa que en los años 60 triunfaba con libros como ‘La ciudad y los perros’, ‘La casa verde’ y ‘Conversación en la catedral’?
Ese Vargas Llosa quedó bastante atrás, son novelas de los años 60 y estamos en 2019. Ha quedado atrás, pero al tiempo soy la misma persona que escribió esos libros. He cambiado inevitablemente. Con el paso de los años se cambia mucho, pero muchas cosas quedan todavía de esos libros. En mí queda una manera de entender la novela como una versión de la realidad que encapsula el tiempo y que parece ser una lectura fiel de la realidad, pero no lo es, porque tiene muchos ingredientes que transforman y constituyen una realidad distinta; paralela, pero distinta. Eso es lo que queda como algo permanente.

Si compara a ese autor con el de su última novela, ‘Cinco esquinas’ (2016), ¿qué lectura haría desde fuera, si usted no fuera su autor?
La de que es una persona que tiene mucha más experiencia acumulada, aunque tal vez ha perdido los entusiasmos y la ingenuidad que le dieron más frescura al comienzo de la obra. Pero yo creo que lo que está muy vivo siempre es el amor a un género, la pasión por contar se mantiene muy viva, y ciertas constantes. Una es la apariencia realista, en mi obra se simula siempre la realidad aunque no lo es.

La gran novela es así, ¿no?
Toda gran novela se te impone como una realidad aunque sea muy distinta. Acabo de releer Los demonios, de Dostoievski, y se te impone como si fuera la realidad, y no lo es. La novela se te impone como la verdadera realidad y la verdadera realidad no es, no sabemos cómo es. Nunca llegamos a tener un control entero de la realidad. Aunque la gran literatura ayuda a entender muchísimo mejor la realidad, nunca es un mero reflejo. La imagen de Stendhal de que la novela es un espejo sobre un camino, yo creo que no es cierta. Ninguna novela es la realidad, una novela te da un conjunto que nunca tienes de la realidad. Te da las motivaciones de los actos, las consecuencias, esa totalidad que en la experiencia jamás tienes.

¿Cuesta sobre todo escribir las consecuencias de los actos?
Sí, cuesta mucho. Pero cuesta mucho escribir en general. Una novela tiene una cosa obsesionante que es que tú tienes que entregarte a ella, y en un momento dado ya no escribes solo con tus ideas y tus convicciones; lo haces también con tus emociones, con tus pasiones. Hay una sensibilidad que se pone en movimiento. Solo con esa participación de la totalidad del ser humano puedes escribir una novela que te trascienda, que dure más que tú. Una novela no se puede hacer a base de exclusiva inteligencia o de conocimientos, tiene que brotar ese otro elemento que es pasional, sentimental, intuitivo.

¿Es la parte de genialidad de escribir una novela?
Bueno, una gran novela, porque hay novelas que son tan malas que se pueden escribir fácilmente. Pero cuando tú lees una novela de Dostoievski, por ejemplo, dices: ¿cómo una mente ha podido producir ese hormigueo, ese deslumbramiento? Parecen ir más allá de las posibilidades del ser humano.

¿Puede una novela mostrar la actualidad más inmediata de manera certera o para ello hace falta tiempo, distancia?
No, una novela puede expresar su tiempo de manera maravillosa. Soldados de Salamina, de Javier Cercas, por ejemplo, que a mí me gusta mucho, es una magnífica novela que hace eso. Expresa una problemática de su tiempo y a la vez es muy literaria.

¿Usted lo haría, ubicar una novela en el momento actual de España?
Yo no me atrevo a asegurar nada sobre la novela. Cuando yo empecé a escribir jamás imaginé que escribiría una novela de humor, yo estaba muy influido por Sartre, y eso me hizo ver todo el humor como incompatible con la literatura. Y al final terminé escribiendo una de humor como Pantaleón y las visitadoras. Al final he escrito siempre movido por una curiosidad que no pasaba por la razón. No era una reflexión que decía: voy a escribir esto. Era algo que me empujaba a escribir y de pronto ya estaba trabajando en una novela sin saber por qué había elegido esa historia y no otra. Y eso me sigue ocurriendo. No elijo los temas de las novelas, hay factores que me empujan a escribir sobre determinadas cosas que no obedecen a una decisión racional.

¿Obedece a algo más artístico?
Es más intuitivo, tiene que ver con el subconsciente, ciertos hechos irracionales que vienen del subconsciente. Una materia que tienes dentro, que ni sabes que está ahí, y que te lleva a elegir unos temas y no otros.

¿Los personajes son los que más le llevan?
En la mayor parte de los casos los temas se deben a personajes que me fascinan. La última novela salió así. Yo estaba en una de esas cenas multitudinarias en las que no se puede conversar y no veía el momento de irme. Me aburría mucho. Entonces se sentó un señor a mi lado y me dijo: «Yo tengo un tema para que escribas una novela, Mario». Y yo: «Qué horror, no, otra vez». Porque basta que me digan eso para que no lo escriba. El señor me cuenta una historia que pensé que olvidaría inmediatamente. Y días después estaba dándole vueltas a esa historia que me había contado ese señor. De pronto me di cuenta de que tenía mucha curiosidad por aquello. Tanta que terminé dos años escribiendo una historia a partir de aquella anécdota. La historia es otra, claro, pero aquello sirvió para despertar mi curiosidad.

¿Nunca antes le sirvió una historia que le contaran?
No, no. Me blindo frente a este tipo de sugerencias. Y esta vez, que ha sido la única en mi vida, sirvió.

Llegó usted a tener siete trabajos; hasta clasificador de lápidas, ¿todo por la literatura?
Cometí la insensatez de casarme muy jovencito. La primera vez tenía 18 años, yo era un estudiante universitario que de repente tenía que mantener a mi mujer y a mí. Tuve siete trabajos y no dejé la universidad, lo que no sé si habla muy mal de la universidad en la que estudié o muy bien de mí. Seguí estudiando con siete trabajos. Los recuerdo perfectamente: ayudante de un historiador, con el que aprendí mucho; los boletines de una radio que tenía el primero a las ocho de la mañana y el último a las nueve de la noche, y tres horas en una biblioteca. Y el trabajo más pintoresco que tenía era los domingos, que era el único día que me quedaba libre, en el viejo cementerio colonial de Lima. Había unos cuarteles coloniales en los que habían desaparecido todos los papeles y no se sabía cuáles eran los muertos que estaban allí. Mi trabajo era fichar los nichos coloniales y me pagaban por muerto. Tantos muertos llevaba tanto me pagaban.

¿Qué fue lo más angustioso de aquella época?
Lo más angustioso era que no tenía tiempo para leer y leía en los colectivos [autos que se comparten] y en los autobuses. Pero tenía una voluntad de hierro, siempre la he tenido, y leía y escribía en los ratos que me dejaba mi trabajo en la biblioteca, porque apenas había qué hacer allí. El dueño casi no compraba libros y mi tarea era clasificar, así que me quedaba bastante tiempo libre que empleaba en leer y escribir. Allí descubrí unos libros prohibidos, eróticos franceses, que estaban discretamente ocultos. Era una biblioteca de un altísimo nivel literario, y de ahí viene mi formación en erotismo.

Y siempre ha estado en su obra…
Sí, puedo decir que mi formación en erotismo se la debo a aquel bibliotecario misterioso que apenas compraba libros.

¿Uno de los ejercicios más complicados en literatura es escribir escenas eróticas?
Sin ninguna duda, porque hay toda clase de prejuicios: favorables y contrarios. Es como escribir una historia de amor, que es dificilísimo también porque hay todo tipo de prejuicios, lugares comunes, cursilería. ¿Cómo evitar eso y contar una historia de amor que conmueva y que sea impresionante?

Y que además sea algo más, porque la literatura de evasión y solo de evasión será algo que usted respete o no, pero que no escribiría…
¿Qué es una literatura de pura evasión? Porque la literatura es siempre evasión: te saca del mundo real y te embarca en un mundo distinto. Pero la buena literatura deja además una huella. La de evasión, en cambio, no deja huella; te puede impresionar en un momento determinado, pero siempre acaba desapareciendo. Así que la mala literatura es la literatura de evasión.

¿Concibe, pese a todo, escribir algo solo de evasión? ¿Le podría pasar?
No. Porque la buena literatura no es solo de evasión.

Hay libros que le cambian la vida a uno, ¿no es así?
Claro, yo podría dividir mi vida en etapas por las influencias que he tenido, por los autores que me marcaron más en cada momento.

¿Más que con otra cosa?
Más que con ninguna otra cosa. La literatura para mí ha sido definitiva desde que descubrí la lectura con cinco años. Se convirtió en una fuente de experiencias. No sé si había cómic entonces, pero mi generación no los leía. Nosotros leíamos historias contadas por palabras que teníamos que traducir en imágenes. La literatura se convirtió para mí en una vida paralela y en ciertas épocas en la verdadera vida. Cuando la mía era muy pobre los libros me daban una vida riquísima. La literatura ha seguido siendo siempre para mí el gran placer.

¿Con qué autor identificaría su etapa actual?
Ahora sobre todo releo. Estoy abierto a lo nuevo también, no me cierro, pero releo mucho. La literatura que marca esta época diría que es la relectura de Los demonios, de Dostoievski. Es la historia de unos fanáticos dispuestos a acabar con la humanidad, y eso es de una actualidad enorme.

¿Estamos rodeados de fanáticos?
El mundo en el que vivimos está lleno de fanáticos dispuestos a acabar con el mundo para salvar el mundo. Que Dostoievski lo explicara hace tanto tiempo es fascinante.

¿Cree usted que el ser humano es especialista en destruirse?
Creo que nunca hemos estado mejor ni con tantas posibilidades y que nunca ha habido menos pobreza y que nunca hemos estado tan defendidos contra la enfermedad y contra la ignorancia como en esta época. Si lo comparas con el pasado, el pasado siempre fue mucho peor. Al tiempo que hemos progresado tan rápidamente la vida nunca ha sido tan frágil. Las posibilidades de que destruyamos el medio en el que vivimos, con la consiguiente catástrofe para la humanidad, nunca ha sido mayor que ahora. Creo que en eso hemos llegado con el progreso extraordinario al borde del abismo. Las posibilidades de que el mundo se acabe nunca fueron tan grandes y eso es una consecuencia de la civilización y el progreso y por otra parte de la naturaleza humana que es tan destructiva.

¿Tiene alguna explicación? Porque al final un escritor acaba teniendo algo de psiquiatra…
La literatura sabe más que los psiquiatras sobre la realidad y el ser humano, y sobre cómo funciona la sociedad. La literatura es la avanzada.

¿Es peligrosa para quien confunda vida y literatura?
Hay muchas personas que reencarnan a Madame Bovary. Madame Bovary creía que la vida era como las novelitas rosas que leía, trató de vivir una vida así, y terminó envenenándose. Hay mucha gente que vive como cree que es la vida que le dan las películas, las canciones… Es una manera de elegir una forma de vivir que en realidad es un escape, una huida.

¿Tuvo usted la tentación alguna vez de vivir así?
No, yo estuve condenado al realismo desde muy pronto: mi familia era modesta y yo sabía que tenía que ganarme la vida. Nadie me iba a pagar el escribir en una época que parecía imposible que la literatura te pudiera alimentar. Para mí fue todo un drama descubrir que la literatura era mi vocación y que tenías que entregarte a ella y al tiempo saber que nunca te iba a alimentar, iba a ser un lujo que te tenías que ganar de alguna manera.

Sigue siendo un drama…
Lo sigue siendo, y muy serio. Pero en un país subdesarrollado es verdaderamente dramático. No sabes cómo dividir tu vida entre lo práctico y lo vocacional.

¿Soñó que llegaría a este lugar?
Nunca pensé que podría vivir de mis libros. Cuando descubrí que la literatura era mi vocación, mi sueño no era vivir de la literatura, era poder publicar. Eso en Perú en los años 50 era un gran privilegio. No había editoriales, había libreros que editaban pero tenías que pagarlo y era caro. Tenías que querer mucho la literatura y yo no estaba nada seguro de que pudiera vivir de la literatura. Entonces trataba de compaginarlo con algo que se aproximara y pensé que podría ser periodista. Así empecé como periodista. Buscaba cosas cercanas a la literatura, pero que llegara a vivir de mis libros nunca pensé que fuera posible. No lo había soñado jamás.

En su camino ¿qué ciudad ha sido más importante: Madrid, Barcelona o París?
Todos los sitios en que he vivido han sido enriquecedores. Mi gran sueño cuando era jovencito y descubrí mi vocación literaria era ir a París. Se trataba de la ciudad de las artes, las letras, las ideas, y terminé yendo. Viví allí ocho años que fueron muy importantes, pero no diría que fueron menos importantes los años que viví en Barcelona, que fueron cuatro años y pico en los 70. Era una época maravillosa para la literatura latinoamericana. Gracias a gente como Carlos Barral y Carmen Balcells, se produjo el reencuentro entre escritores españoles y latinoamericanos que se habían dado la espalda con la guerra civil. Y Madrid, pues es mi casa ya, por eso soy muy crítico con ella, porque vivo aquí. Si tuviera que elegir una ciudad para vivir diría Madrid. Es maravillosa para vivir.

¿Se puede usted releer?
No, trabajo mucho mis libros mientras los escribo. Reescribo mucho, corrijo mucho, pero una vez publicados mis textos detesto tener que releerme. A veces no tengo más remedio por los traductores que me hacen preguntas y eso me obliga a releer.

¿Se sufre incluso?
Sí, porque releerte es pensar que podías haber trabajado un poco más esos textos, escribirlos de otro modo… Nunca me releo si no es por obligación.

¿Qué dos obras suyas salvaría?
Conversación en La Catedral, que es la que más me costó, fueron tres años de trabajo. Hasta que no tuve la idea de una conversación central que hiciera de nexo en la novela estuve perdido. Y la otra que salvaría sería La guerra del fin del mundo, porque me adentré en un mundo que me era totalmente desconocido.

¿Pesa haber tenido una obra de tan alta calidad al principio?
De eso no eres consciente y descubres muy pronto que lo que puede ser el éxito es algo muy relativo, que realmente lo que vale la obra que estás escribiendo lo sabrás cuando tú ya no estés aquí. Solo la distancia lo hará. Recuerdo el desconcierto de la historia que me contaron los propios miembros del jurado cuando fui a recoger el Nobel. El primero se disputaba entre Tolstoi y un poeta francés, Sully Prudhommee, al que ya nadie lee y cuyos libros ya ni estarán. Y ganó ese y no Tolstoi. A Sully Prudhomme se le leía mucho en esa época y los académicos suecos lo prefirieron antes que a Tolstoi. Es increíble, ¿no es cierto?

Han tenido hazañas increíbles…
Bueno, no se lo dieron a Borges. Yo fui con toda mi familia adonde dan el Premio Nobel a pedirle perdón a Borges y decirle: mil perdones, esta no es mi culpa. El otro pecado al revés fue dárselo a Dylan. El caso de Tolstoi es dramático. Borges y Tolstoi son los grandes excluidos.

¿Cuánto le debe a su padre de su vocación literaria por todo lo contrario que era?
Creo que le debo mucho a mi padre sin él quererlo. Recuerdo que cuando fui a vivir con él, yo tenía unos 10 años, para mí la literatura llegó a ser la verdadera vida. Eran las horas cuando leía cuando me libraba de su presencia, que era algo que a mí me aterrorizaba. Yo vivía en el miedo permanente con mi padre. En Lima, con mi padre, muy lejos de mi familia materna, que era mi verdadera familia, la lectura se convirtió en la verdadera vida. Si yo no hubiera tenido libros, la vida habría sido para mí el infierno. En gran parte mi pasión se debe a mi odio a mi padre y en cómo mi padre se convirtió en una persona que me destruía, que me intimidaba. Busqué un refugio en la literatura, que fue un gran refugio. Después he pensado que si la aversión de mi padre por la literatura no hubiera sido tan grande, probablemente mi pasión por la literatura no habría sido tan grande. Era una manera de resistir a mi padre. Él detestaba tanto la idea de que un hijo suyo pudiera ser escritor que mi pasión por la literatura fue una manera de resistir esa autoridad tan aplastante. Paradójicamente creo que le debo muchísimo a mi padre, pero en el sentido negativo.

¿Nunca lo reconoció?
Él era un hombre que se había hecho a sí mismo, su padre había sido político y había estado en el poder, pero había estado en el exilio… Y por eso mi padre desde muy pronto tuvo que trabajar. Para él la literatura era algo extraño, lo que admiraba era la manera norteamericana de vivir, y se acabó yendo a vivir a Estados Unidos. Mi madre me contó, ya muerto mi padre, que una vez leyendo el Time Magazine, siempre lo leía, de pronto vio mi foto. Era una página sobre un libro mío traducido al inglés y su desconcierto fue monumental. Él no entendía cómo escribiendo se podía llegar a una publicación como Time Magazine. Se quedó muy sorprendido de que practicando esa actividad que él despreciaba profundamente, pensaba que era una cosa de maricas, se pudiera llegar a Time Magazine, que para él representaba el éxito. En los últimos años hizo algunos intentos de acercamiento, pero yo no respondí, el rencor era muy grande.

A veces sí es tarde…
Sí, pero digamos que esa relación tuvo repercusión en mi literatura.

¿Va a tener que vivir usted 100 años más para que sigamos teniendo un Nobel de habla española? ¿Qué va a pasar?
Lo que va a pasar es que yo voy a mantenerme vivo hasta el final, espero no morirme en vida. Siempre me ha entristecido mucho el espectáculo que dan las personas que dejan de vivir estando vivas.

¿La falta de lucidez es lo que le aterra?
Y también los que la conservan, pero pierden la ilusión, el interés, y empiezan a esperar la muerte. Eso es horrible. Mi esperanza es que pueda mantenerme vivo hasta el final, que me sorprenda la muerte con la pluma en la mano. Qué bonito morirse con la pluma en la mano.

Que la muerte sea solo un accidente…
Creo ideal que la muerte sea un accidente, y bueno, pues te mata, pero estando vivo. Lo más maravilloso: vivir hasta el final trabajando, disfrutando, gozando de las posibilidades que tiene la vida. La vida tiene posibilidades maravillosas para todas las edades. Ahora, lo que me parece importante también es que en la edad final no le pidas a la vida que te trate como si fueras joven.

Eso es importante, ahorra muchas frustraciones…
Pero para un viejo la vida puede estar llena de placeres. Para un viejo que es consciente de su vejez y que no le pide a la vida cosas que ya no puede darle. Un escritor, artista o intelectual puede llegar vivo hasta el final.

¿Se lo dice a usted mismo así, sin eufemismos: yo soy un viejo?
Pues ya tengo 83 años, joven no soy; vamos a usar un eufemismo. Eres un viejo, pero ser un viejo no tiene mucha importancia si estás vivo de verdad. Ahora bien, si actúas como un viejo y pierdes las ilusiones, pues te mueres.

¿Cuál es la ilusión que más le mantiene vivo ahora?
Escribir, leer. Es una capacidad que me hace vivir. Yo creo que si pierdes eso, pierdes todo lo demás.

¿Se le podría despojar de todo, pero no de la literatura?
La literatura no es todo y al mismo tiempo lo impregna todo. En gran parte, organiza tu vida. Eres lo que lees y la lectura es lo más importante que tienes en la vida. Eso no se puede comparar con nada. Todo está orientado por la literatura. Dejar de leer y escribir para mí, que es lo mismo, eso sí sería morirse. Mientras eso esté vivo en mí, yo estoy vivo.

¿Se podría escribir una biografía de Mario Vargas Llosa solo como escritor?
Solo como escritor no creo, porque he sido muchas otras cosas, pero lo que da sentido a todo es la literatura. La literatura está detrás de todo lo demás que he hecho.

¿Desde qué momento se puede prescindir en su biografía de la política? ¿O no se puede?
La política ha estado muy presente en mi vida, en mi vocación y en mi trabajo de escritor. Pero fundamentalmente soy un escritor. No creo que si algo va a quedar de mí en el futuro vayan a ser mis ideas políticas o los textos políticos. No, me gustaría que fueran los libros de literatura que he escrito los que quedaran, si fuera a ser recordado como algo.

Si pudiera vivir una vida más, ¿invertiría los papeles: sería más político y menos escritor?
No, le debo tanto a la literatura que yo no concibo una vida distinta a la literaria. Al mismo tiempo creo que la sola literatura no basta, no eres una persona que lee exclusivamente. Haces muchas otras cosas. Pero lo que lees es el fundamento de todo lo demás.

¿Pondría literatura a la política actual en España o algún deber literario?
La política se vuelve cada vez más práctica, las ideas, los valores están menos presentes cada vez en la política y eso me parece muy malo. Yo he vivido la gran transformación de España hacia una sociedad moderna y un país próspero, y eso ha sido maravilloso. Al mismo tiempo, con lo privilegiada que es España vive una problemática muy seria, Europa también, y no estamos seguros de lo que va a ocurrir mañana con España o Europa. Para mí eso es un incentivo para tratar de actuar de alguna manera, salvar lo que uno cree que debe ser salvado. Así como creo que a la literatura también hay que salvarla porque podría desaparecer. Eso es aterrador…

¿Le da más miedo que desaparezca la literatura que la política?
Sin duda me da más miedo que desaparezca la literatura que la política. La pintura en cierto sentido ha muerto. Ya no sabemos qué es bueno, malo o pésimo en pintura, no tenemos las herramientas para valorarlo. En literatura aún no sucede eso, aún sabemos distinguir, pero podría ocurrir que el día de mañana haya muerto. Yo no quisiera estar en este mundo si la literatura ha desaparecido.

¿Qué considera más útil: un buen escritor o un buen político?
Ambas cosas son absolutamente indispensables. Llegar a no saber quiénes te gobiernan es un altísimo nivel, porque es confiar del todo, tanto que ni te preocupas ya por quiénes están en el gobierno, y eso ya sucede en algunos lugares, pocos, pero en algunos. Pero un mundo sin políticos es hablar de la altísima civilización; un mundo sin escritores es un mundo extremadamente pobre, mediocre, aburrido, muerto. Sería, sí, un mundo de zombis, autómatas.

¿Ha tenido ofertas políticas?
No, nadie ha sido tan insensato. Pero si tienes convicciones políticas tienes que hacer política. Si no, no puedes quejarte.

En caso de que se la hicieran y aceptara: ¿lo primero que haría?
Es que no me van a hacer ninguna oferta política, la vejez me defiende.

¿Es insensato, temerario o acertado el debate acerca del lenguaje inclusivo?
En el mundo ocurren cosas formidables, como que se reconozca que se haya discriminado tanto a la mujer y que está siendo discriminada todavía a pesar de los esfuerzos que se están haciendo. Los avances hay que apoyarlos, pero lo que no hay que hacer es forzar las cosas hasta la ridiculez por ejemplo del lenguaje inclusivo. Eso yo creo que es una estupidez que hay que combatir llamándola estupidez. La lucha contra la discriminación a la mujer se da en otros campos y automáticamente vendrá en los demás. Una verdadera revolución sería lograr a igualdad de trabajo igualdad de salarios. Y de ahí automáticamente irán saliendo todas las otras luchas contra las distintas formas de discriminación. Pero forzar las cosas hasta el extremo de provocar reacciones antifeministas es peligrosísimo.

¿Así que no acabaremos diciendo marrón y marrona?
Espero que no. Mientras esté vivo, jamás cuenten conmigo para eso.

¿Se acabó cualquier posible futuro para el spanglish?
Sí, no tiene futuro, eso es totalmente marginal, no va a prosperar. Lo que es muy interesante es la existencia de ese bilingüismo en zonas muy amplias de Estados Unidos. Eso es fascinante. Gentes que no pierden el español aunque ya lleven generaciones enteras hablando en inglés. El español está allí, porque Estados Unidos ha aprendido esa lengua por el constante ir y venir de los hispánicos.

¿Y en cuanto a la Real Academia de la Lengua, está usted de acuerdo con la paridad?
Ya hay varias mujeres. Pero la cosa estrictamente numérica no es una manera eficaz de luchar contra la discriminación. En la Academia deben estar quienes tengan derecho a ser académicos sean hombres o sean mujeres. Y se está llegando a eso.

¿Iría a una manifestación a favor?
Sin ninguna duda, pero no creo que haya ningún académico que esté en contra de que haya mujeres en la Academia. Ahora: ¿de qué hablamos? Establecer una paridad numérica no ha de ser una garantía de justicia social.
Si usted hubiera sido mujer, como le pasó a Emilia Pardo Bazán, que no le dejaron ingresar en la RAE, ¿qué cree que hubiera pasado?
Que no habría entrado en la Academia. ¡Qué incrustados estaban los prejuicios entonces!

 

Este entrevista a Mario Vargas Llosa es uno de los contenidos del número 3 de la publicación trimestral impresa Archiletras / Revista de Lengua y Letras, disponible en quioscos y librerías
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