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22 Mar 2019
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Reportajes

Los detectives de la lengua

Víctor Núñez Jaime

Lengua y Derecho. La información lingüística (fonológica, morfológica, sintáctica, discursiva, terminológica...) aplicada en los tribunales. Incluso en lo penal.

Aquel 12 de abril de 1993, como tantos otros días, Anabel Segura se puso el chándal y las deportivas para salir a correr por los alrededores de su casa, ubicada en la lujosa zona residencial de La Moraleja (Madrid). Apenas había comenzado a trotar cuando, de pronto, dos hombres se abalanzaron sobre ella, le taparon la boca, le amarraron los pies y las manos y la subieron a una furgoneta blanca que se alejó del lugar a toda velocidad. Unas horas después, los padres de esta chica de 22 años de edad recibieron la llamada de los secuestradores:

—Queremos 150 millones de pesetas a cambio de su hija. Reúnan el dinero y ya les diremos dónde entregarlo.

José Segura, el padre, no tardó en recurrir a la Policía para saber cómo manejar la situación. «Primero exíjales una prueba de vida», le recomendaron, y él les hizo caso. Los delincuentes se demoraron en aceptar la petición pero, al final, le mandaron una cinta magnetofónica con un supuesto mensaje de Anabel.

La voz femenina era débil:
—Quiero deciros que estoy bien, dentro de lo que cabe. Esta gente no me cuida mal, pero me gustaría estar en casa con vosotros.
Luego, entre sollozos, la chica se despedía de la familia y enseguida irrumpía una voz masculina:
—Ya han escuchado a Anabel. Si no entregan el dinero, la ejecutaremos… Esta situación se está complicando mucho… La Policía se cree que todo lo sabe y, para mi humilde opinión, sabe menos que los pimientos colorados… Investigar, que investiguen por donde quieran. No van a encontrar nada.

Un ruido de fondo acompañaba estas advertencias. Eran unos niños, quizá jugando en un espacio abierto donde, de repente, a uno de ellos se le escuchaba gritar:
—¡Anda, bolo!

Solo después de oír con detenimiento una y otra vez la grabación y de limpiarla con ayuda de la tecnología para tomar en cuenta todos y cada uno de los sonidos y vocablos que contenía, los investigadores del caso vislumbraron una pista en la palabra «bolo».

¿Qué significaba bolo? ¿Dónde se usaba ese vocablo? ¿Era posible geolocalizar a un hablante y, por tanto, a un malandro? La lingüística forense fue la encargada de resolver estas preguntas. Según el Centro de Lingüística Forense de la Universidad de Aston (Birmingham), esta disciplina «es la adquisición de conocimiento, perspicacia y métodos lingüísticos para aplicarlos al contexto forense de la ley, la investigación de delitos, los procesos y las penas judiciales». Los lingüistas forenses, en consecuencia, responden a las cuestiones legales del lenguaje y, con aires del Sherlock Holmes de Arthur Conan Doyle o del Hércules Poirot de Aghata Christie, se convierten en detectives de la lengua que, muchas veces, llegan a determinar la resolución de infracciones y delitos.

Ni una sucesión de videntes ni la colaboración de la opinión pública después de la difusión de la cinta en la radio y la televisión ni un grupo de policías convencionales ayudaron a encontrar a la chica y a sus secuestradores. En cambio, al recurrir al atlas lingüístico de España con el objetivo de delimitar un área geográfica de averiguación, las cosas cambiaron. Y todo apuntó hacia Toledo, donde finalmente se aclaró el asunto. Porque en esa provincia es donde suele utilizarse bolo de manera coloquial: «sí, bolo», «no, bolo», «anda, bolo», «tontoelbolo» o «qué bolo eres».

Pero, para entonces, Anabel ya había sido asesinada. Los delincuentes la habían matado apenas unas horas después de llevársela, y arrojaron el cuerpo en la fosa de una fábrica de cerámica abandonada. Emilio Muñoz y Cándido Ortiz, repartidor y fontanero respectivamente, habían improvisado el secuestro para resolver los problemas económicos que tenían. Temieron que, después de haber visto sus caras, la chica lograra escaparse y los delatara. Cuando les pidieron la prueba de vida antes de entregar el dinero del rescate, Emilio le dijo a su mujer, Felisa García, que se hiciera pasar por Anabel. Casi dos años y medio después del secuestro, acorralados por el uso del modismo «bolo», la Policía detuvo a Muñoz y a Ortiz. «Fue un negocio que salió mal», dijo Emilio Muñoz antes de ingresar en prisión.

Además de ocuparse de la acústica forense y de echar mano de la geolocalización de términos específicos, los detectives de la lengua utilizan la información lingüística (fonológica, morfológica, sintáctica, discursiva, terminológica) para identificar hablantes y escritores de una determinada variedad lingüística, estilo o registro que va a parar a los juzgados, donde sus peritajes pueden resultar definitivos en la sentencia judicial. Porque todos —usted y nosotros— tenemos «marcas lingüísticas» que nos delatan.

Robert Leonard, lingüista forense de la Hofstra University (Nueva York), cuenta que el trabajo de su gremio consiste en resolver cuestiones como «¿quién escribió una nota de secuestro o una carta con una amenaza de bomba?, ¿cuál es el significado de una palabra en un contrato?, ¿qué constituye exactamente ‘consentir’ un registro? Si un interrogador hace indirectamente una promesa, ¿se invalida una confesión? ¿Es ‘Mc’ parte de la marca registrada McDonald’s o solo parte de la lengua inglesa (y puedo llamar a mi restaurante McHamburgers)? ¿Podría, realmente, un delincuente común haber escrito una confesión con la frase ‘él aproximó su vehículo y yo alcé mi arma’?».

Si bien es cierto que el término «forense» evoca cuestiones mortuorias, Sheila Queralt, directora del único Laboratorio de Lingüística Forense que hay en España, Laboratorio SQ, explica que la labor de los especialistas en la materia no consiste en hablar con los muertos: «ni nos comunicamos con ellos, ni abrimos cadáveres para descubrir qué ha dicho la persona. Sería interesante, pero no. Somos unos trabajadores periciales que aportamos pruebas».

¿Y en qué se diferencia un lingüista forense de un criminólogo? «El criminólogo no tiene base lingüística, de la misma manera que el lingüista no sabe de criminología. Yo cojo una muestra lingüística (escrita, auditiva…) y la comparo con otra o, por su tipo de palabras y estructuras, sé si esa persona es mayor o joven, si viene de un sitio o de otro, si es varón o mujer, etcétera. Un criminólogo va mucho más allá», aclara Elena Garayzábal, profesora de Lingüística de la Universidad Autónoma de Madrid, quien desde 2010 organiza ahí las Jornadas (In)formativas de Lingüística Forense, una de las pocas oportunidades que tienen estudiantes y profesionales para profundizar en las diferentes aristas del tema en España.

El término y la metodología de esta disciplina comenzaron a utilizarse en la segunda mitad del siglo XX en Estados Unidos, donde las declaraciones de testigos e implicados en distintos procesos judiciales adquirían otro cariz al someterse a un análisis lingüístico solicitado por policías, abogados y jueces. Pero no fue hasta la década de 1990 cuando empezó a notarse la profesionalización de los peritos lingüísticos, cuando la demanda de sus servicios se extendió y cuando la publicación de investigaciones académicas se hizo frecuente.

Unabomber: Durante 18 años, Ted Kaczynski emprendió una cruzada contra el progreso tecnológico enviando cartas-bomba a diferentes puntos de Estados Unidos. Fue localizado, juzgado y condenado después de analizar uno de sus textos publicados en la prensa. La clave fue un refrán con los verbos traspuestos: «No puedes comerte la tarta y seguir teniéndola», escribió una vez el terrorista. Pero la mayoría de los estadounidenses lo decían y escribían al revés: «No puedes tener la tarta y también comértela». Con esa pista dieron con él.

En esa década, James Fitzgerald, entonces agente del FBI, demostró los alcances que puede tener la Lingüística Forense al resolver el caso de Unabomber. Durante 18 años, Ted Kaczynski emprendió una cruzada contra el progreso tecnológico enviando cartas-bomba a diferentes puntos de Estados Unidos. Fue localizado, juzgado y condenado después de analizar uno de sus textos publicados en la prensa. La clave fue un refrán con los verbos traspuestos: «no puedes comerte la tarta y seguir teniéndola», escribió una vez el terrorista. Pero la mayoría de los estadounidenses lo decían y escribían al revés: «no puedes tener la tarta y también comértela».

En los países hispanohablantes, en cambio, la lingüística forense es más bien desconocida, no solo para el público en general sino también en el ámbito judicial y no siempre goza de confianza plena. «Dado que las conclusiones no se expresan de forma cuantitativa, sino en forma de probabilidad verbal o ‘escalas de opinión’, algunos posibles clientes pueden recelar de sus resultados. La voz humana puede disfrazarse, lo mismo que el estilo de un escritor puede ser imitado, motivos por los cuales la certeza absoluta será raramente alcanzada», explica la profesora Garayzábal.

«Además, en España no está claro quién puede ser un perito de este tipo y hay mucho intrusismo», subraya Sheila Queralt. «Calígrafos, psicólogos, informáticos, filólogos, criminólogos, intérpretes… se erigen, de pronto, como lingüistas forenses. Esto da lugar a que su trabajo tenga muchos defectos y pocas certezas. Para dedicarse a esto, no basta con ser lingüista. Hay que conocer una metodología específica, cuáles teorías y modelos aplicar y, luego, saber defender los resultados».

A todo ello hay que sumarle que en España y en América Latina no existe formación académica específica ni una asociación nacional o iberoamericana que agrupe a los expertos. Hay varios cursos y jornadas, pero no grados y posgrados en las universidades. Había un máster en Lingüística Forense en la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona, pero se acabó hace un lustro, cuando falleció su directora, María Teresa Turell, y la institución educativa decidió suprimir no solo el máster sino también el laboratorio asociado donde los estudiantes y egresados realizaban peritajes lingüísticos de diversa índole.

Además del actual esfuerzo y empeño español de profesionales como Queralt y Garayzával, en Chile Claudia Poblete Olmedo, académica de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, cuenta que en su país ella y un grupo de estudiantes profundizan cada vez más en la fonética forense y han logrado diseñar un protocolo de identificación de hablantes. «Entre los casos que me han tocado, el que más me impactó, por la pena asociada (más de 20 años de cárcel), fue un homicidio e incendio en el que se me pidió periciar la transcripción del juicio oral para ver su correspondencia con el escrito judicial. En ese caso, la transcripción no se correspondía en actos de habla con el texto y era muy delicado, porque se alteraba el sentido de las interrogaciones al momento de leerlas en el texto escrito, cosa muy relevante para la apelación a la pena. Pero aquí todo esto apenas es un tema emergente».

Los seis de Birmingham:
En 1974, seis irlandeses fueron detenidos acusados de haber cometido dos atentados terroristas en los que murieron varias personas. Se realizaron tres juicios, y en el último, en la fase de apelación, se pudo demostrar que la supuesta confesión de uno de ellos había sido fabricada por agentes de la Policía, basados en dos declaraciones distintas de un imputado y en deducciones. Después de 17 años de prisión, ‘los seis de Birmingham’ fueron absueltos y excarcelados.

La situación no es muy distinta en México. Dice Fernanda López Escobedo, de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), que en el país norteamericano «son muy pocas las instituciones de nivel superior que ofrecen una asignatura en torno al tema, y no hay un programa de formación profesional». No obstante, agrega, «en la licenciatura en Ciencia Forense de la UNAM contamos con un laboratorio de audio en el cual hemos estado grabando hablantes con el fin de conformar una base de datos que nos sirva para llevar a cabo los diferentes trabajos de investigación». Si en su país se realizan varios peritajes de acústica forense, afirma López Escobedo, es porque «la mayoría de las instituciones de procuración e impartición de justicia cuentan con laboratorios de acústica forense para analizar evidencias orales, sobre todo en casos de secuestro y extorsión, delitos que lamentablemente son muy comunes en México».

En España los esfuerzos de los detectives de la lengua se concentran, principalmente, en la determinación de autoría de un texto, correos electrónicos, mensajes en redes sociales, plagio en obras literarias (en los que se han visto implicados escritores como Camilo José Cela y Arturo Pérez-Reverte o la presentadora de televisión Ana Rosa Quintana), la desambiguación de cláusulas de contratos de trabajo o pólizas de seguros, la identificación de voces y perfiles lingüísticos (origen geográfico, sexo, edad, nivel socio- cultural y posible contacto con otras lenguas del sujeto en cuestión), el análisis del lenguaje utilizado en actos delictivos como la amenaza, la difamación, el chantaje, el soborno o el acoso, la posible coacción en declaraciones policiales o ante el juez, las potenciales manipulaciones de una grabación y su «limpieza» para facilitar su comprensión, los nombres de las marcas comerciales para ver si hay riesgo de confusión entre una y otra o la evaluación de traducciones jurídicas y judiciales para ver si hay errores o ambigüedades de traducción, o si se ha eliminado o añadido contenido o, incluso, si la actuación del intérprete ha influido en la situación final de un testigo o sospechoso.

Un peritaje de este último tipo fue decisivo en el caso de Óscar Sánchez, un lavacoches detenido en 2010 por «tráfico de drogas». La prueba en la que se basó la Guardia Civil de Maresme (Cataluña) para llevárselo era una conversación telefónica interceptada desde un móvil a su nombre. Seis años antes, Sánchez había vendido su DNI por 1.400 euros a una mujer que presuntamente se lo entregó después a un narcotraficante que lo utilizó durante un año para, entre otras cosas, comprar un teléfono móvil y registrarse como huésped en varios hoteles de España. En una investigación sobre la Camorra napolitana, las autoridades italianas siguieron el rastro del lavacoches y pidieron su aprehensión y extradición.

En realidad, habían suplantado la identidad de Óscar Sánchez, pero un intérprete italiano dijo que la voz de Óscar y la de la llamada grabada eran las mismas. La defensa solicitó un peritaje de la supuesta prueba y se comprobó que el verdadero culpable era un hombre uruguayo, Marcelo Marín, que era uno de los enlaces de la Camorra en España para el tráfico de cocaína. En la voz de la grabación policial se detectaron características del español hablado en Uruguay. Óscar, en cambio, era andaluz y tenía un claro acento de esa región. Además, había varias palabras comunes en aquel país sudamericano que no se usan en España, como «guacho» y «guachito», vocablos que significan niño pequeño, o «acá» en lugar de «aquí», y el uso del prefijo re como superlativo («rebuena persona»). Si en el juzgado de Nápoles se hubiese recurrido a un traductor o intérprete originario de algún país hispanohablante, en lugar de un italiano que sabía español, pero no distinguía sus variaciones fonéticas, o si desde el primer momento se hubiese solicitado la intervención de un lingüista forense profesional, Óscar Sánchez se hubiese evitado casi dos años tras las rejas.

 

Entrevista Sheila Queralt

Sheila Queralt

«En tres ocasiones, la persona que acompañabaal cliente resultó ser la persona de interés»

Sheila Queralt era estudiante de Lingüística en la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona cuando se topó con un cartel que decía: «Máster en Lingüística Forense». De inmediato se puso a investigar «de qué iba eso». Iba, le dijo la directora, María Teresa Turell, de la unión entre Lengua y Derecho. Apenas terminó la licenciatura, se apuntó al máster y casi de inmediato comenzó a trabajar en el laboratorio de Lingüística Forense de la universidad. «A partir de ahí, aprendí muchísimo y tuve la suerte de estar codo con codo con María Teresa, una catedrática importante a nivel internacional. Pero cuando ella falleció se cerró el laboratorio. Llevábamos casi dos años y las periciales estaban creciendo casi 300%, pero de todas formas lo cerraron. Por eso, poco tiempo después decidí montar mi propio laboratorio», cuenta la mujer que hoy está al frente del único laboratorio privado de Lingüística Forense que hay en España, Laboratorio SQ, ubicado en la capital de Cataluña.

-¿Cuál es, en términos generales, el método de trabajo utilizado en su laboratorio? Normalmente se pone en contacto con nosotros el abogado o el cliente particular. En algunos casos, muy pocos, el juez. O la Policía, mientras está haciendo su investigación. Pero estos dos últimos no son habituales. Bueno, pues llega el cliente, nos trae el material y lo miramos. Nos explican algunos detalles del caso, solo algunos porque no quiero que nos influyan… En un caso de atribución de autoría, por ejemplo, les planteo los rasgos lingüísticos del sospechoso: hombre o mujer, de tal edad, de tal profesión, si viaja mucho, si habla otras lenguas y, a veces, también tanteo a otros sospechosos. Porque, a veces, la persona que está al lado tiene algo que ver. Simplemente digo: ‘¿Y no sospechas de alguien más?’ O: ‘Bueno, ya que has venido acompañado, vamos a ver si tu acompañante tiene algo que ver’ [ríe]. Me ha pasado en tres ocasiones, ¿eh?: la persona que acompañaba al cliente resultó ser después la persona de interés. Bueno, nos dan el material y, en unas 48 horas, lo valoramos. Les decimos si hay material suficiente, si es de calidad… Les decimos: parece que hay rasgos que pueden llevar a concluir lo que a ti te interesa, pero no te podemos llegar a decir en qué grado de probabilidad. Habría que verlo. Son muchísimas horas de trabajo invertido. Depende del caso y depende del material.

-¿En qué tipo de casos invierte más tiempo de trabajo? Nosotros participamos recientemente en un caso en el que había una cláusula en la que se tenía que renovar el convenio. Había un «salvo que» y, debido a nuestro análisis lingüístico, se dictaminó que se tenían que excluir a ambos sujetos. Por lo tanto, ambos sujetos tenían que ser renovados y eso tuvo una gran implicación económica: ¡1,8 millones de euros!

También tenemos casos de plagio en los que probamos que se ha infringido la propiedad intelectual. Marcamos en rojo todo lo que ha sido plagiado y, de ese modo, mostramos rápidamente al juez que ha habido un plagio. Nos ocupamos de casos de exámenes de inglés, en los que se excede el nivel en la prueba. Piden un Nivel Uno, pero hacen preguntas de Nivel Dos o superior. Y eso impide poder aprobar.

También tenemos temas de hackers y códigos: en qué lengua ha empezado un virus, por ejemplo, y por tanto en qué país se ha desarrollado ese virus. En temas de narcotráfico o de tráfico de animales, a lo mejor se les ha interceptado llamadas o mensajes y determinamos su perfil sociolingüístico y geolectal de tal región y, por tanto, se ha de seguir investigando por ahí.

Analizamos información para saber si en ella se está difamando a una persona. Por ejemplo: el uso de tiempos verbales. Si antes de que haya una sentencia se está llamando a esa persona ‘asesino’, hay difamación. Tendría que llamársele ‘presunto asesino.’ Ahora estoy con un caso de Sudáfrica, de un hombre que era abogado y una ex pareja le acusaba de haberla difamado en algunos escritos. Ella lo cuenta a su grupo de amigos y, de pronto, aparecen anónimos difamando al abogado, incluso con cosas muy personales, y estamos viendo quién pudo haberlos escrito.

-Si en nuestros países no hay formación para ser lingüista forense, ¿qué puede hacer un hispanohablante que quiera dedicarse a esto? Irse al extranjero. Yo recomiendo Reino Unido, por la tradición que tiene, por tener profesores de reconocido prestigio, que además siguen estando activos como expertos, investigadores y docentes. Está la Universidad de Aston, que es la pionera y se especializa en texto. Después está la Universidad de York, centrada en el tema de voz. Después Cardiff, centrada más en el tema de lenguaje legal y jurídico. Entonces, según el interés de cada uno, que elija universidad. En fin, hay que formarse fuera, con el riesgo que ello conlleva: estudiar en una lengua que no es la suya y, luego, volver a tu país e intentar aplicar y adaptar lo aprendido.

-¿Por qué ahora que se han puesto en entredicho varios trabajos de fin de máster de algunos políticos e, incluso, la tesis doctoral del presidente del Gobierno, se ha recurrido solo a programas informáticos y no a un lingüista forense para aclarar las cosas? Los programas de detección de plagio son una herramienta que se utiliza para un análisis, un complemento. La herramienta no detecta el plagio sino las coincidencias. Pero tenemos que tomar en cuenta también los parafraseos. Estos no los detecta un software. Incluso este no puede detectar algunas citas porque simplemente el entrecomillado está utilizado de forma errónea o las comillas son distintas. Otra de las limitaciones de sus programas es que solo encuentran las similitudes que tiene en su base de datos, textos que ellos tienen disponibles. Pero eso no quiere decir que esa sea la única fuente. Entonces, nosotros como lingüistas forenses, haríamos un análisis lingüístico más detallado en el que se podrían buscar distintos estilos, tipos de frases, cortas o elaboradas, vocabulario de registro formal… Y eso ya nos pondría en alerta. Podríamos decir «estos párrafos, que están en otro estilo, podrían ser de otro autor».

-¿En alguna ocasión le han rechazado un peritaje? No. De momento, todos los informes periciales que hemos hecho en el laboratorio han sido admitidos como prueba. En la mayoría de los casos he ido a ratificarlos a los juicios y a someterme al interrogatorio de las partes sin ningún problema.

 

Para ser lingüista forense

Quien desee dedicarse de manera profesional a esta disciplina, puede formarse en estas tres prestigiosas universidades del Reino Unido que ofrecen másteres y doctorados:
Aston University (Birmigham, Inglaterra).
York University (York, Inglaterra).
Cardiff University (Cardiff, Gales).

 

Este reportaje sobre la lingüística forense es uno de los contenidos del número 2 de la publicación trimestral impresa Archiletras / Revista de Lengua y Letras, disponible en quioscos y librerías.
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