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12 Jul 2019
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Reportajes

Furtivos del lenguaje, justicieros de las letras

Antonio Martín

Los francotiradores de erratas, los cazadores de gazapos, son el síntoma de una ciudadanía alfabetizada que no soporta más esos derramamientos inútiles de mayúsculas, esa escasez de tildes

Algunos piensan que Cervantes se volvería a la tumba si viera las erratas que hay en la placa que conmemora su nacimiento en Alcalá de Henares. Lo malo es que la que recuerda dónde vivió —en la calle que lleva su nombre— también tiene erratas. No muy lejos, en la calle Atocha, donde estuvo la imprenta de Antonio Sancha, quien en 1605 fue el primero en publicar El Quijote, se le homenajea en un texto sin tildes. Y peor aún, al volver a la tumba, también se encontraría erratas en la placa que lo recuerda: en el Convento de las Trinitarias, en la capital; aquí le cambiaron el nombre de la protagonista de la obra de la que se citan sus versos: «Sigismunda» por «Segismunda».

No creo que don Miguel se volviera a la tumba por estos errores, sino que, si tuviera el milagroso poder de volver a las calles, ya tendría otras razones para quedarse en ese Madrid ajeno, desconocido y fascinante. Las tildes poco le preocuparían, porque la normativa más estricta comenzó a partir de la creación de la Real Academia, un siglo después de su muerte. Hasta entonces, la mano dura en la ortografía y tipografía la imponían los códigos tipográficos, asunto de impresores y cajistas.

Lo que resulta llamativo de toda esta historia es que la Real Academia, la de 2015, reconvino al ayuntamiento madrileño por cambiarle esa vocal a Sigismunda, pero no ha dicho nada, hasta el momento, de las erratas en las otras placas, que todavía puede ver cualquier visitante.

Es llamativa de errores, debería convocar urgentemente cientos de plazas de agentes que «persigan» el mal uso de nuestro idioma. Afortunadamente, hace mucho tiempo que se quitaron esa pesada carga que el imaginario les atribuyó, puesto que nunca tuvieron ni legislación que los respaldara ni calabozos para los tozudos reincidentes ni policía ortográfica.

Comandos de safari ortográfico

Los que sí que existen son guerrilleros de letras, comandos que aceptan la quijotesca tarea de enmendar los errores que saltan a la vista en cualquier calle, para marcar la tilde que falta, la coma innecesaria, la letra perdida. Se llaman Acción ortográfica, en Quito y Madrid; Acentos perdidos, en México y Lima; pero hay muchos más. Puede que descubras el que tienes en tu interior. Son una armada secreta que busca mantener la coherencia con las normas que nos enseñaron a todos. Algún lingüista podría rebajarles el romanticismo al de meros bandoleros de letras, que se llevan pequeños botines de gloria por ver su trofeo en las redes; pero su gloria —escasa al ser anónimos— nada tiene que ver con el purismo ni la defensa ultramontana de normas. Hay más de Robin Hood que de Curro Jiménez.

De los pocos justicieros de las letras que han dado su nombre para explicar por qué señalan errores ajenos, destaca el de un publicista vitoriano afinado en la Ciudad de México. Zulaica se convirtió en el paradigma de esta corriente con sus Acentos perdidos: pegaba enormes tildes de papel allá donde faltaran (aquí puedes descargarlas: http://bit.ly/acentosperdidos). Lo que en 2009 era una iniciativa personal acabó por convertirse en algo más grande: un movimiento con profesores y alumnos que imparten justicia ortográfica, sacando de las escuelas lo que deberían saber sus mayores. Su fundador, en una charla TED en 2014 —en la que aprovechó para añadirle la tilde a «Cuauhtémoc», el distrito de CDMX donde se celebraba el encuentro—, recordó que estas acciones sirven para «tomar conciencia de nuestra lengua». Este es el principio fundamental en el que coinciden todos estos movimientos: recordar que nuestro idioma, como lo público, es nuestro, es de todos; razón de más para que todos lo usen, disfruten y cuiden, tanto los grandes como los pequeños. Estas iniciativas correctoras sirven para cambiar esa creencia machacona de que los jóvenes son los que escriben peor. Son precisamente quienes empiezan a leer y a escribir los más perjudicados por los errores que se ven a simple vista, errores que ellos no han diseñado, imprimido, fijado o atornillado: «Los niños se encuentran con unas calles llenas de trampas», afirmó Zulaica, quien cerró con una conclusión que también satisface nuestro lado más hedonista, esencial para nuestra imagen: «Si escribes bien, te ves mejor».

Este impulso de Zulaica llevó a Lorena Flores Agüero, en Lima, a lanzar el primer «Tildetón», al que siguieron otras cacerías ortográficas o «cruzadas puntuales» perpetradas por correctores. Cada 27 de octubre —el Día de la Corrección, homenaje al santo laico Erasmo de Róterdam— sacan sus cámaras para retratar con humor su hartura y, al tiempo, el beneficio de su labor. Así, las asociaciones de correctores, como la de Ecuador (ACORTE) y la de España (UniCo), decidieron aprovechar este día para salir a la calle: una llamada de atención, no solo sobre las erratas que nos rodean, sino de la cantidad de profesionales que están a su disposición para, precisamente, cuidar la imagen de instituciones y empresas; para quien quiera evitarse el escarnio de dejarse ver con sus textos sucios.

Don Juan Tenorio por los suelos

El ejemplo que luce el grupo Acción ortográfica de Madrid en su muro de Facebook es esclarecedor para entender estas acciones. ¿Cuánto tiempo y dinero puede haber costado incrustar unos tipos dorados en las calles del Barrio de las Letras, de Madrid, para reproducir, entre otros, unos versos de Don Juan Tenorio? ¿A nadie se le ocurrió que en ese proceso «alguien» tenía que haber comprobado que cada letra y signo de puntuación eran los correctos? ¿Por qué sí se consideró que todas las letras tuvieran el mismo cuerpo y posición, un espacio bien proporcionado entre el adoquinado, una sujeción apropiada o el esfuerzo de usar la cursiva para el título de la obra… incluso para aplicarla innecesariamente también a las letras del nombre del autor? ¿No encontraron a ningún profesional de la corrección cerca, en el Barrio de las Letras? Esa muestra de orgullo por nuestros autores y por este barrio queda afeada por cuatro erratas —en esa calle, porque hay más citas, y más erratas—. Quien a las cabañas bajó y los palacios subió, volvió a dejar amargo recuerdo de sí, pero esta vez por culpa de las prisas y el descuido por la lengua que trata de enorgullecer a la ciudad de Madrid.

Esos errores en el suelo o en las paredes son casos que nuestra memoria acaba por registrar, estén bien o mal escritos. Así, cuando alguien duda de cómo se escribe una palabra, su memoria —que es más rápida que el polvoriento tomo de normas que aprendimos en el colegio— le muestra ejemplos que ha grabado, igual que un mago enseña una baraja para elegir una carta. Ese es el momento «a-mí-me-suena», en el que su memoria le dirá que ‘mas’ probablemente no lleve tilde porque lo he visto así cientos de veces en los rótulos de los supermercados Ahorra Mas o en las cafeterías MasQmenos.

No es para entrar en cólera, pero qué menos que señalarlo. A eso se dedican Acción ortográfica y sus seguidores: a recuperar el brillo de la ortografía que queda por el suelo (y en las paredes, carteles y rótulos).

Hay erratas en las calles que confunden, pero no han llegado a instalarse ahí por las prisas ni por los costes. Para que cualquier comercio o institución pueda exponer un rótulo en las calles de Madrid —como cualquier ciudad— se debe seguir estrictamente la Ordenanza Reguladora de la Publicidad Exterior: se exige un interletraje determinado, milímetros precisos de márgenes, un contraste preciso: todo ello se revisa hasta que se consigue el visado para exponerlo. Y con un tiempo y coste extras además de los de la producción del rótulo. Pero esa ordenanza nada dice sobre si el texto debe ser supervisado por un profesional que certifique que no contenga errores. Por eso, ¿no debería ser este un objetivo sencillo que debería asumir cualquier ayuntamiento, dado que ya tiene su propio espacio legal para incorporarlo? Al fin y al cabo, la veracidad o la ambigüedad de lo que en él se expone le incumbe a la ciudadanía, para entender con claridad lo que se ofrece, propone o recuerda en cada calle. ¿Es demasiado pedir que además de un visado técnico haya un visado de igual categoría que vele por la correcta expresión?

Del anonimato a la tribuna

Otra iniciativa similar la ha tomado Luis Muñoz, del Grupo Editorial Letrame. En este caso, lejos del anonimato y la pintada callejera, Muñoz propone actuar legalmente.
Su propuesta es acudir a distintos representantes de la Administración para que elaboren —nada más y nada menos— una Ley Nacional de Calidad para el Sector de la Autoedición. Su objetivo es que se apruebe en el Congreso de los Diputados una ley que exija a las editoriales de autoedición el cumplimiento de una serie de estándares mínimos de calidad. Según Muñoz, esto beneficiaría el fomento de la lectura y la mejora de la calidad de los libros que se editan. A pesar de que en el sector de la edición la figura del corrector es bien conocida —que no reconocida—, por lo expuesto por Muñoz, sería deseable que se exigiera una serie de estándares mínimos de calidad: la obligación de llevar a cabo correcciones de estilo y pruebas de todos los manuscritos antes de que estos se conviertan en obras publicadas. Aunque Muñoz no lo pretenda, se vislumbraría en esta ley no solo el respeto merecido a nuestro idioma, sino la obligación de que en el sector editorial también se aplicaran unas mínimas garantías a sus consumidores, también llamados lectores.

Aunque la iniciativa de Luis Muñoz se circunscribe al ámbito de la autoedición, no tardaría en valorarse que aplicara al sector editorial completo. El día que se proponga esa exigencia a toda editorial —la vuelta a un laico imprimátur, un vale— se oirán más ayes que en Semana Santa, porque la reconversión industrial del sector cada vez deja menos margen económico para los profesionales de la corrección.

Pero no es un sueño: Ecuador mantiene una ley que obliga a la prensa a que sus textos sean revisados por profesionales. Chile y Argentina, entre otros países, tienen leyes que garantizan la claridad de los textos jurídicos. ¿Sería extraño exigir leyes como estas en ayuntamientos, prensa, medios y editoriales ahora que se exigen certificados de calidad, de consumo energético, de sostenibilidad o de confianza del consumidor?

Puede que, en breve, los movimientos de los guerrilleros de las letras empiecen a contar con los refuerzos de la corriente de la comunicación clara: el equivalente a la 7ª flota del
cuidado del lenguaje, con unas miras más amplias. Cada vez son más los bancos, administraciones y publicistas que han decidido ponerse en el lado correcto, para ganarse una buena imagen, para no confundir al consumidor, para que «preferente» sea preferente de verdad y no una tapadera. Es un movimiento lento y sereno, pero que avanza firme y ganando terreno.

Mientras, en las calles sigue esa serena guerrilla que pide justicia con nuestras letras. Y estás a un clic de sumarte a ella.

 

Acción Ortográfica de Madrid: «Nos revienta ver un descuido en un cartel de un ministerio»

Son anónimos y lo seguirán siendo porque marcar un cartel puede considerarse vandalismo. Buscan y capturan las erratas de sus calles para limpiarlas y darles esplendor.

¿Quiénes formáis Acción Ortográfica de Madrid? Se podría decir que dos mulas y una mujer, como la película. Somos profesores, pero también trabajamos en la traducción y la edición de textos. Nos revienta ver que todo lo que enseñamos, con todo lo que insistimos para que no haya errores, acabe en un descuido en un cartel de un ministerio, en la publicidad de una gran marca, en la señalización de las carreteras. Si a estos parece no importarles la ortografía, ¿con qué autoridad podemos exigir que no cometan errores?

¿Quién puede sumarse a vuestro comando? Cualquiera que localice una errata: basta con que la señale y la suba a nuestro FB o que nos la envíe por correo. Las buenas son las de instituciones y anuncios, no las escritas a mano en un comercio. No damos placa ni licencia de caza; pero, oye, qué gustirrinín ver la pieza que has cazado en la web.

¿Por qué solo Madrid? Esta idea empezó en Quito. Con su permiso la replicamos en Madrid. Nadie impide hacerlo en Barcelona o en Cádiz. Solo hay que ponerse en marcha. ¡Será por erratas!

¿Por qué el anonimato? A un diligente periodista se le ocurrió preguntar a la Policía si lo que estábamos haciendo podría considerarse vandalismo: acertó. Y de paso alertó a los agentes. No queremos meternos en más líos. No hacemos ningún destrozo cuando nosotros o los seguidores corregimos un cartel: por eso ya dejamos de usar rotuladores. Las marcas se hacen solo sobre las fotografías que capturamos.

¿Son tan graves las erratas? Te pueden suspender un examen; te restan puntos en una oposición; haces el ridículo en la red, pero, sobre todo, aportan ruido, confusión. ¿No nos podemos permitir revisar un rótulo, una placa conmemorativa o la señal de una carretera? ¿Tanto cuesta y tanto tiempo lleva corregir?

 

Galería de grandes cazadores

-El Mítico corrector justiciero.
El inolvidable Antonio Fraguas Forges obsequió a la Unión de Correctores con el Mítico corrector justiciero: le dio nombre y rostro a un personaje que durante años llamó a las puertas de empresas e instituciones para señalarles errores que se habrían solventado con un asesor lingüístico.

-Evaristo Acevedo
El despiste nacional fue una antología en tres tomos donde recopiló sus piezas cobradas, editado por Magisterio Español para sus ediciones de bolsillo de la colección Novelas y Cuentos. Un referente para encontrar todo tipo de anécdotas y erratas comentadas.

-Luis Carandell
Periodista, corresponsal, cronista, presentador, pero sobre todo crítico y seguidor de esa tragicómica Celtiberia orteguiana. Su celebérrimo libro Celtiberia Show, el superventas de este sector, recogía perlas de noticias confusas, no solo por sus erratas sino por los equívocos de su discurso. Una joya.

-Juanjo de la Iglesia
El periodista, presentador y guionista consiguió que su sección Curso de ética periodística —en el programa CQC, a finales de los noventa— popularizara la malinterpretación de titulares por una redacción equívoca o con errores.

-Isaías Lafuente
Un apasionado del lenguaje, además de galardonado periodista, que nos sigue recordando en su sección Unidad de Vigilancia —La ventana, Cadena SER— que todos, todos, cometemos errores. Señalarlos nos ayuda a evitarlos.

 

Este reportaje de Antonio Martín sobre los cazadores de erratas es uno de los contenidos del número 3 de la publicación trimestral impresa Archiletras / Revista de Lengua y Letras.
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