PATROCINADORES
INSTITUCIONES
Junta castilla
jcm

Archiletras

Archiletras es posible gracias al apoyo de las siguientes empresas e instituciones

Junta castilla jcm
24 Oct 2022
Compartir
Entrevista

Fernanda Trías: «Yo tengo un pensamiento mágico y creo que el proceso creativo es misterioso»

Javier Rada

La escritora uruguaya, residente en Bogotá, ha ganado el Sor Juana Inés de la Cruz, galardón que premia a las mejores narradoras latinoamericanas

Telépata en la intimidad, soñadora, narradora, reeducadora del realismo mágico. Mujer, sí, escritora de un país de escritores raros: Uruguay. Último premio Sor Juana Inés de la Cruz 2021, que premia la excelencia de las narradoras en América Latina y el Caribe, por su novela Mugre rosa. Una de las voces más sólidas de su generación. Feminista, itinerante, nómada. Obsesionada con el bien y el mal. «Son indisolubles». Interesada en el gran tema, el que debería quitarnos el sueño: la destrucción de este planeta hermoso.

Se ha atrevido con los tabús del incesto (en La azotea) y con las distopías. Es una humanista del miedo y la claustrofobia, siempre con potencia poética: que lo bello no sucumba ante lo abyecto. Ante ustedes… Fernanda Trías, 45 años, bruja de un Montevideo melancólico y sin apenas árboles. Decía Mario Levrero que lo que ella sueña se cumple. Y justo hablamos en una mañana que nos parece a los dos irreal, un mal despertar, «lo último que necesitábamos», el mundo vuelve a temblar…

El miedo, tu gran tema. Hoy hemos amanecido con el inicio de una nueva guerra…
He estado siguiendo las noticias y leyendo mucho toda la mañana, y estoy como todo el mundo, con esa expectativa, pero desgraciadamente sin sorpresa. Tengo la sensación de que todo se repite, las pesadillas son recurrentes, y me pongo en los zapatos de una escritora como Ida Vitale, pienso en ella porque es también uruguaya, la tengo cerca, y casi va cumplir los cien años, y me pregunto por todas las guerras y cosas que ha visto. Lo mismo que con la pandemia, que me acuerdo que hubo como la avalancha de una necesidad de entender muy rápido lo que estaba pasando…

Justo acababas de publicar entonces, en 2020, Mugre rosa, una novela que hablaba precisamente de un desastre ecológico y del confinamiento de sus personajes…
Me acuerdo de que me llamaban los medios para preguntarme que qué onda, que qué pensaba, qué cómo podíamos escribir la pandemia. Y yo pensaba que hay que procesar esto, que no tenemos ni idea, estamos en el ojo del huracán. Y literariamente, que es de lo único que puedo hablar, es necesario siempre un tiempo para procesar las emociones.

Por Mugre rosa casi te han llamado oráculo, por haberte avanzado…
Si yo no hubiera escrito Mugre rosa antes de la experiencia que tuvimos, me pregunto cómo podría haber sido esa novela, ya con esa experiencia real de la pandemia. Creo que tal vez no la hubiera escrito.

¿Por qué?
Porque me hubiera parecido muy literal. Y no me interesa mucho esa cosa literal sino una lectura más transmutada, como más metafórica de ciertas cosas. Cuando Mugre rosa ya estaba maquetado, justo terminado, estalla la pandemia, y mi miedo fue que se la tragara en el sentido de que únicamente se viera la pandemia allí, y en parte sucedió (ríe). Afectó muchísimo a la lectura, y mi miedo era que se la tragara para mal, que la gente no tuviera interés en leerla por verse demasiado reflejada.

Pero ocurrió que la gente encontró justo unas palabras para lo que estaban viviendo…
Muchos lectores se identificaron con esa parte de la historia, y se identificaron con las emociones del encierro, con la incertidumbre y el miedo. Pero una de las cosas que más opacadas quedaron fue el tema de la conversación sobre la catástrofe ambiental.

Creo que fue Mario Levrero, escritor uruguayo de culto y tu mentor, quien te dijo: «Cuidado con lo que escribes que se puede cumplir». ¿Una superstición literaria?
(Ríe). Esas supersticiones literarias me las pegó, porque me las transmitió siendo yo muy joven. Tengo una manera de entender el proceso creativo que tiene mucho de mágico, me parece importante mantener ese misterio y dejar eso sepultado en una zona a la que yo no puedo acceder. Pero fíjate que no me acuerdo en qué año, pero todavía Levrero no se había muerto, él murió en 2004, fue en algún punto desde que escribí La azotea (2001) y antes de que él se muriera. Salió una noticia en Montevideo de que habían encontrado a una mujer en un apartamento del centro —todos los apartamentos del centro son muy parecidos al que aparece en La azotea—, y la mujer estaba viviendo con el cadáver no sé si de su padre o madre, que se había momificado. Entonces Levrero me manda esa noticia y me dice que se había vuelto realidad la historia de La azotea por mi culpa (ríe).

Te llamaba «so bruja, que te metes en mi inconsciente…».
Sí, porque era una época en la que nos escribíamos a diario por mail. Yo me levantaba y lo primero que hacía era narrarle los sueños que había tenido, y como él vivía de noche, y dormía de día, cuando él se despertaba ya era de tarde, y entonces descubría que el sueño que yo le había narrado él lo había soñado, que me había entrometido de alguna manera en su inconsciente. Era muy común que tuviéramos conversaciones que para cualquiera serían la conversación de dos lunáticos y que para nosotros eran completamente normales. Episodios telepáticos, tuvimos muchísimos…, por eso te digo que yo sigo todavía creyendo mucho en todas estas, que se relacionan con Mugre rosa, porque se relacionan con cómo funciona el tiempo…

¿No me digas que saltamos ahora a la física cuántica?
(Ríe). Me obsesiona mucho todo lo que tiene que ver con los juegos del tiempo de la física cuántica que estás mencionando, sin tener un conocimiento profundo.

Es esa reflexión que está en Mugre rosa, sobre que el tiempo no es lineal, que no funciona como los seres humanos nos lo inventamos para poder entenderlo y no enloquecer. Muchas veces a mí me pasa que me entero de cosas que están en Mugre rosa después de estar publicado, y cuando me preguntan si esa cosa fue una influencia, yo podría decir que no, porque evidentemente leí ese libro después, pero sí que pienso que es una influencia (ríe). Creo que es una influencia que simplemente ha tenido que viajar por algún otro agujero de gusano.

Me hablas de magia y escribes (en parte) realismo, ¿por eso la crítica te habrá llamado ‘la reeducadora del realismo mágico’?
Ese es el papel de la crítica, que pueden hacer esas reflexiones. Pero me parece muy interesante pensar cuál sería el nuevo realismo mágico latinoamericano hoy, porque sin duda no a va ser el mismo. Se ha comentado que la ciencia ficción podría estar ocupando ese lugar, no lo sé. Yo sí que tengo, eso sí, un pensamiento mágico (ríe).

Eres una escritora nómada. Has vivido en Francia, Argentina, Estados Unidos, y ahora en Colombia, pero siempre está Uruguay presente…
Uruguay es por supuesto una periferia literaria, no es un centro, y sin embargo sorprende que haya tantos autores importantes. Pero fíjate en una de las cosas maravillosa que tiene Uruguay: tiene autoras. Obviamente está Onetti. Felisberto. Está por supuesto Levrero. Pero en relación a sus escritores importantes, muchas son autoras. Está Marosa di Giorgio, está Armonía Somers, está Idea Vilariño, Cristina Peri Rossi, Ida Vitale…, grandes escritoras mujeres. Eso me parece interesante. Si te pones a mirar, es cliché decir que la literatura uruguaya es rara, pero sin duda es muy personal. Las poéticas de cada uno de estos autores son muy personales.

¿Alguna explicación?
Yo tengo una teoría. Pienso que tiene mucho que ver con ser un país pequeño y periférico, donde la industria editorial no existe. De verdad que yo no creo que nadie crezca en Uruguay pensando que ser escritor pueda ser una profesión viable. Crecer en Uruguay con la pasión de escribir te hace sentir profundamente que estás en un rincón del mundo donde a nadie le importa lo que vos hagas.

¿Y eso os regala libertad?
Ahí está la clave. Como a nadie le importa lo que vos hagas, hay una libertad total. Pienso que la misma cosa que es lo negativo es su riqueza. Yo con eso me siento muy identificada. Porque necesito defender la escritura como espacio de libertad. Es decir, lo que me decía Levrero: «Ojalá que nunca seas una escritora profesional, que toda la vida seas una escritora amateur» (ríe).

Curioso consejo para un mentor literario…
Él decía que quería ser toda su vida un escritor amateur. Y por un lado yo me siento dentro de esa corriente, y luego también siento que hay algunas cosas que son muy uruguayas, que aunque quisiera sacármelas de encima no podría. Y una de las cosas con las que yo crecí y que me marcó muchísimo fue nacer en dictadura.

Eso tuerce mundos enteros…
Obviamente en la idiosincrasia del país hay una personalidad también marcada, nos hacen muchos chistes los argentinos sobre esta personalidad melancólica, onettiana, hay una cosa nostálgica que yo sí creo que es del bandoneón, que de verdad viene de generación tras generación, no es un pueblo alegre. Pero al contrario de lo que dice Mugre rosa, a mí como escritora sí que me interesa la contaminación, me interesa exponerme a la contaminación de otras tradiciones, de otras formas de ser.

Los militares cortaron los árboles de los parques de Montevideo… ¿Ahí empezó la claustrofobia?
La claustrofobia viene del silencio impuesto. De lo que no se puede decir. Del miedo que está allí latente. Yo recuerdo esa sensación de murmullo, recuerdo esa sensación de cosas inexplicables que ocurrían, como que de pronto una familia no estaba. Mi padre tenía una ruta de escape por si lo llamaban, se iba a ir en un bus por Brasil. Todas esas cosas que parece que los niños no las escuchan siempre se filtran en las casas. Y también lo de Montevideo, que había sido una ciudad muy verde, y los militares no sé si los talaron por seguridad o por cómo funciona en la cabeza militar lo que es la belleza (ríe). Sí, todo eso ya estaba allí. Uruguay nunca hizo un proceso de reparación y memoria. Y la memoria se necesita para poder sanar.

Cuando empezaste a escribir en los noventa, te sentías también muy aislada, apenas tenías pares, pero mira cómo ha cambiado la situación de las autoras…
Es impresionante. Una de las cosas buenas que me tocó vivir. Yo sentí una gran sensación de aislamiento y Levrero insistió mucho en que yo debía encontrar a mis pares. Realmente todos los jóvenes que escriben tienen que sentirse muy solos, es inevitable, porque es algo que es completamente anacrónico, ya lo era en los noventa, pero, como no teníamos internet y redes sociales, encontrar un par era como encontrar una aguja en un pajar. El primer cambio que yo noté fue con la aparición de los blogs, en 2005, permitieron la primera construcción de redes entre personas que escribían y que no habían publicado. Logré gracias a eso conectar con escritores un poco más jóvenes que yo, uruguayos, y nos leíamos entre nosotros y nos comentábamos, y esa simple cosa, ese ser diez personas leyéndose y comentándose ya mejoraba un poco la sensación de aislamiento, ya no te sentías en una incomprensión o soledad absoluta.

Visto hoy, empezaba una disrupción…
El siguiente momento importante fue cuando Diego Trelles Paz, un escritor peruano, hizo una antología que llamó El futuro no es nuestro (antología de veinte escritores nacidos entre 1970 y 1980). En ese momento mapea los escritores jóvenes que estaban escribiendo en toda América Latina y arma un gran grupo y nos conecta a todos. Por supuesto que en ese momento las mujeres teníamos mucha menos importancia, pero gracias a las redes sociales se empezaron a tender puentes a través de las fronteras, nacieron las editoriales independientes, y empezaron a publicar a los autores de otros países…

¿Un gran primer paso?
Sí, y creo que eso marcó bastante lo que sería la identidad de este llamado…, yo odio la palabra boom, ya sabes que yo odio la palabra…

Todas creo que odian la palabra en este contexto…
Pero antes del estallido de las escritoras latinoamericanas, hubo otro estadillo que fue el de los escritores latinoamericanos, porque desde el verdadero boom no había una generación fuerte latinoamericana. Por supuesto, con preponderancia de hombres, pero fue gracias a las redes sociales y a romper fronteras. Después de 2015 cambia todo con la situación de las escritoras y eso fue también muy evidente.

Cada generación de escritoras, sin embargo, había abierto una puerta a la otra…
Vos fíjate que otra vez estamos hablando de reparación y memoria, porque es gracias a la visibilización que hemos tenido las escritoras de mi generación. Nosotras hacía rato que veníamos leyendo a las anteriores, eso sí que era un secreto a voces, era underground, underground. Había lectores que me lo dijeron en mi cara: yo no leo mujeres. Lo más bonito de este proceso ha sido que las de mi generación empezaron a nombrar constantemente a las anteriores. Ellas habían abierto puertas para nosotras, porque si bien no eran leídas y no estaban visibilizadas, el simple hecho de que hubieran publicado es lo que nos habilitaba a sentir que podíamos escribir.

Esa libertad a la uruguaya: ¿no crees que esto también se da hoy en las autoras?
Sí, yo sí creo, hay una efervescencia que además es contagiosa. Es que no hay otra explicación, si no. Estamos en un momento en que nos estamos leyendo con mucho entusiasmo, y entonces sale una nueva voz que acaba de publicar su primer libro en México o en Ecuador, o voces que aunque sean latinoamericanas sacan su primer libro en España, y es como que lo global por fin sí está sirviendo para algo, está replicándose. La sensación de efervescencia que hay, una sensación global, y me refiero a América Latina y España, por primera vez…

Pero ya hubo el boom que unió esos puentes…
El boom fue otra cosa distinta. El boom original era España como agarrando unos escritores y haciendo un fenómeno con unos determinados autores que tenían muchas más cosas en común, eran más homogéneos, y que venía a decir: esto es América Latina para España. Y ahora no, porque es muy diverso, es muy difícil homogeneizar el fenómeno… Y también se dio vuelta. Nosotros en América Latina estamos interesados en leer lo que se escribe en España, antes el fenómeno no era viceversa, era como unilateral.

Un fenómeno que inventó en gran parte una mujer, Carmen Balcells…
Pero no fue Carmen Balcells quien las invisibilizó, sino el sistema. Por ejemplo, estoy pensando en Marvel Moreno. Una escritora espectacular, brillante, colombiana. Ella era conocida de todos ellos, García Márquez, por ejemplo, pero ellos mismos la ninguneaban un poco, la miraban a menos. Todo el sistema estaba cooptado por esa masculinidad. Ya nos dimos cuenta que no alcanza con que haya mujeres escribiendo. Tiene que haber un sistema. Mujeres escribiendo siempre hubo.

¿Qué ha significado el premio Sor Juana para ti?
Por el lado personal una gran satisfacción de reconocimiento, por lo simbólico del premio, porque de alguna manera me hace sentir parte de ese linaje de escritoras, que parten de Sor Juana, y que desde el 93 lo han venido recibiendo escritoras que yo admiro mucho.

¿Cómo cuáles?
Está Cristina Rivera Garza, está Lina Meruane, Nona Fernández, Claudia Piñeiro, Camila Sosa, y mirando más para atrás, Margo Glantz… Y luego en lo profesional el premio da una visibilidad a la obra que sí se siente mucho.

Siempre dices que te obsesiona que estemos dejando pasar muchas señales, ¿qué estás captando, oráculo?
Después de Mugre rosa, ha crecido mi interés por el aspecto que menos se habló del libro, que es el tema de la crisis medioambiental. A mí me asombra lo poco que estamos hablando de este tema. Lo poco que estamos hablando entre escritores. Yo creo que apenas está empezando esta conversación. Y para mí es el tema. Porque todo parte de lo mismo, y tiene que ver con los feminismos, todas estas violencias que nos infligimos los seres humanos unos a otros es el mismo motivo por el que violentamos a las otras especies. No podemos salvarnos a nosotros sin salvar todo lo demás. A mí me interesa pensar cómo a través del arte, desde la escritura en mi caso, puedo pensar una manera de estar en el mundo que sea más horizontal. No podemos ir masacrando animales, o pensando que un bosque es materia prima. Un bosque no es un recurso que está allí para que el ser humano haga lo que quiera, tiene que tener un valor en sí mismo. Cuando yo miro la flor puedo decir qué hermosa flor, o también darme cuenta de que yo soy la flor, cuando entiendo que no hay separación, ya iría un poco más allá, y sé que esto puede sonar muy místico…

Fuiste traductora médica, que es un lenguaje muy seco y jerárquico, no sé si hubo un proceso de huida o, como ocurrió con Kafka, quizás todo se retroalimentó…
Creo que todo eso alimenta, porque no hay mayor misterio que el cuerpo humano. Por más que yo he traducido cosas médicas y he aprendido, también me he encontrado con el no se sabe por qué, no se entiende. Y yo puedo relajarme en el misterio, he aprendido a no intentar agarrarme del aire, porque si me agarro del aire me voy a caer. Hay muchas cosas que no se pueden entender, y todo ese misterio es en el que me sumerjo con la escritura, porque el proceso creativo parte de ese misterio…

¿Sigues interesada en saber por qué los humanos hacemos cosas tan misteriosas a lo largo del día?
Creo que todos los que escribimos intentamos llegar a entender la experiencia sensible de ser otro, pero a mí lo que me maravilla es que en realidad nunca vamos a llegar. Nunca se llega a conocer cabalmente a otra persona. Y además me pregunto si llegamos a conocernos en el fondo a nosotros mismos. Nos aburrimos constantemente de las personas porque no tenemos ninguna capacidad para ir profundo. Pero una sola persona es un misterio insondable. Daría para esta vida y varias más… Y escribir es eso. Es estar por un tiempo, por unos años, intentando descifrar el misterio de ese personaje.

Buceadora de almas utilizando un lenguaje poético

Fernanda Trías

Nacida en Montevideo, el 12 de octubre de 1976, en una dictadura que la marcó. Hija de padre médico, ejerció como profesora de inglés y fue traductora médica certificada. Publicó su primera novela, La azotea, en 2001. En 2005 recibió la Beca de la Unesco Aschberg, que la llevó a residir en Francia. Es maestra en Escritura Creativa por la Universidad de Nueva York (NYU), y autora de Cuaderno para un solo ojo, Ciudad invencible y Mugre rosa (premio Sor Juana Inés de la Cruz 2021). Siempre itinerante, otra carambola del destino la llevó a Colombia, donde actualmente ejerce como profesora de la Universidad de los Andes. Tiene esa sensación patente de que «el ser humano es capaz de lo más horroroso y de lo más bello». Por ello, se enfrenta a los abismos utilizando un lenguaje poético. Aunque se declara pesimista, no lo es del todo. «Hasta en el fin del mundo siempre habrá un humano capaz de apreciar una gota de belleza, sea la última flor que sigue quedando antes de que el meteorito nos lleve, o un pájaro que va a cantar, o en el mismo recuerdo, o incluso, como hay relatos, en un campo de concentración», dice. Buceadora de almas y enemiga de la simplificación, cree en esta máxima de Leonard Cohen: «Gracias a Dios que las cosas no son tan simples en mi vida secreta».

 

Este entrevista es uno de los contenidos del número 15 de la publicación trimestral impresa Archiletras / Revista de Lengua y Letras.
Si desea suscribirse o adquirir números sueltos de la revista, puede hacerlo aquí https://suscripciones. archiletras.com/

más información

Las autoras latinoamericanas superan sus cien años de soledad

Las autoras latinoamericanas superan sus cien años de soledad

Estamos asistiendo a la efervescencia de las escritoras latinoamericanas: ganan grandes premios, las apoyan lectores y crítica. Es un fenómeno que algunos han querido llamar el ‘nuevo boom’, pero que es mucho más bello y profundo que eso

Leer más >

más información

Las autoras latinoamericanas superan sus cien años de soledad

Estamos asistiendo a la efervescencia de las escritoras latinoamericanas: ganan grandes premios, las apoyan lectores y crítica. Es un fenómeno que algunos han querido llamar el ‘nuevo boom’, pero que es mucho más bello y profundo que eso

Leer más >
Las autoras latinoamericanas superan sus cien años de soledad