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26 Sep 2022
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Literatura

Las autoras latinoamericanas superan sus cien años de soledad

Javier Rada

Estamos asistiendo a la efervescencia de las escritoras latinoamericanas: ganan grandes premios, las apoyan lectores y crítica. Es un fenómeno que algunos han querido llamar el ‘nuevo boom’, pero que es mucho más bello y profundo que eso

Ocurrió en Latinoamérica, en la periferia de Macondo, a las afueras del realismo mágico. Allí siempre estuvo ese río de ríos. Imaginen un río de mujeres escritoras cubierto por más de Cien años de soledad, cruzando por un desierto más hostil que el de Pedro Páramo. Imagínenlo, porque decía la escritora anglocaribeña Jean Rhys que la literatura es como un gran lago, y que los distintos escritores y escritoras son como pequeños o grandes ríos que lo alimentan.

Sigamos con la metáfora fluvial para entender la posterior inundación. Aquel era un río de mujeres escritoras latinoamericanas que iba igualmente a parar al gran lago, pero era más bien subterráneo, invisible, época tras época, iba cuesta arriba. Un torrente que continuaba bajo el impermeable suelo de pizarra patriarcal de las grandes editoriales, de los gestores culturales y de las ferias de libros.
Hoy las escritoras recuerdan este linaje. Saben que están en deuda. Ellas les lanzaron el susurro: vosotras también podéis. Muchas de sus antecesoras apenas fueron publicadas y siguieron, sin embargo, escribiendo; de algunas de ellas se habló poco hasta hace solo unos años, cuando empezaron a reconocerlas. ¿Conocen a Cristina Peri Rossi, a Diamela Eltit, a Cristina Rivera Garza? Piensen que estos afluentes muchas veces nacieron en cocinas secretas, en desvanes invisibles, tras puertas cerradas; acompañadas por la libertad de quien inventa en el margen de los márgenes, como aquella monja que en el Siglo de Oro rompió con un grito el silencio monástico.

Tenían, sin embargo, un cierto privilegio que les daban las sombras. Estaban fuera de la industria y del foco. Se sentían libres, a veces impertinentes u obscenas. Un extraño daimón creativo las liberaba, un espíritu que de un modo u otro sigue marcando, ya lo verán, a la actual generación de escritoras de las que venimos hoy a hablar aquí.

Ocurrió en Latinoamérica, sí, y era un secreto a voces… De golpe, vino la sorpresa. Fue como un descubrimiento. El lago de la literatura parecía encresparse por la llegada del huracán tropical.

Nombres como Samanta Schweblin (Argentina), Fernanda Trías (Uruguay), Mónica Ojeda (Ecuador), Fernanda Melchor (México), Selva Almada (Argentina)… Todo el mundo empezó a hablar de ellas. Corría la tinta de oeste a este… Gabriela Cabezón Cámara (Argentina), Liliana Colanzi (Bolivia), Mariana Enríquez (Argentina), Alejandra Costamagna (Chile)…

Muchas voces, y una misma coordenada geográfica… Ena Lucía Portela (Cuba), Brenda Navarro (México), Guadalupe Nettel (México)… Y además, estaba el recuerdo, aquella losa de marfil: la gran generación del boom latinoamericano; con realismo mágico, parecíamos sentir al espíritu de la editora Carmen Balcells removiéndose en su tumba: ¡menudo nuevo filón tenemos aquí!

Ocurrió en Latinoamérica y fue solo unos años atrás. Escritoras que empezaron a ganar premios relevantes (el Herralde, el First Book Award de Edimburgo, el Internacional de Literatura de Berlín…). Las empiezan a traducir y a leer en muchos países y culturas distintas. Se cuelan como finalistas en los cotos privados anglosajones (como el prestigioso Booker Prize). Parece que todo va muy rápido. Llaman la atención de las editoriales grandes, que llegan además tarde. En las ferias y congresos, donde antes apenas las invitaban, se habla de «Autoras: ¿el nuevo canon de América Latina?». Son centenares, imposible citarlas aquí a todas. Cada dos meses parece surgir una voz nueva. Se leen con entusiasmo unas a otras…, efervescencia.

Algo está pasando, tituló la cronista Leila Guerriero al acercarse en un gran reportaje al fenómeno de la actual generación de escritoras latinoamericanas. Algo pasa, sí, nadie puede negarlo, es «el fenómeno de las mujeres», como dice la escritora Fernanda Trías. Un fenómeno tan difícil de acotar como el agua que lo nutre, porque ni siquiera el concepto de generación funciona bien en este caso, y tampoco, ya lo verán, el concepto de latinoamericano.

Una efervescencia que algunos no parecen entender de dónde sale, y por ello «se recurre a los viejos espejos masculinos para identificarlo», según la escritora e investigadora colombiana Ivonne Alonso Mondragón. No caen en el río que hemos señalado al principio, en eso que era «un secreto a voces», según Trías.

Alonso sugiere que en 2022 nuestro río es ya un «tsunami». Nadie se pone de acuerdo, sin embargo, todavía con las categorías: canon, visibilización, nuevo boom… Tal vez no necesite nombres. Muchos lo ven como una fuerza natural o atmosférica. Hay contagio creativo, las editoriales arriesgan porque los lectores tienen nueva sed. «Simple y llanamente, los lectores se acercan hoy con menos prejuicios a la literatura que escriben mujeres», asegura la escritora Mónica Ojeda.

Parece, eso sí, que cada una de ellas, en su campo, en sus renglones y textos, están dinamitando viejas reglas, y seguramente sin quererlo. Se meten en los jardines privados, en los géneros que tenían antes el absurdo apellido de «masculino». Como enredaderas selváticas, toman los palacios de las esculturas fálicas. Reinan en el gótico andino, en la novela negra, en las distopías y la ciencia ficción, en un nuevo realismo violento…

Lo hacen sin pudor, como si jugaran con aquel privilegio de las sombras que heredaron de su linaje. Gabriela Cabezón, por ejemplo, coge El Gaucho Martín Fierro, el poema argentino fundador de José Hernández (1872), y lo revienta en las claves del siglo XXI: nueva fundación con Las aventuras de China Iron. La jovencísima Clyo Mendoza aparece con un lenguaje supranatural hablando de las disidencias, sexuales, políticas, geográficas o neuronales, en México. Rita Indiana, que es también música, mezcla cual dj, usa su literatura flow, apuesta por la lectura sincopada, por el fraseo de poesía callejera. Mariana Enríquez reescribe en parte la historia de Argentina con horror, gore y deseos inconfesables…

Son muy diversas. Por esta razón los medios estábamos y quizás estemos, en mitad de esta fuerza natural, despistados. Titulamos rápido, con poca idea: «Es el nuevo boom femenino». Pero si dices boom, ellas disparan.

«Es un tema muerto para mí», espeta la escritora Fernanda Melchor a Archiletras. «Odio la palabra boom», nos dice Trías. «Muchas autoras ya hemos dicho que es lo que no está funcionando en esa categoría», afirma Ojeda. «Reducirlo a un boom es triste y poco acertado. Es algo que no captura la inmensidad y belleza de lo que está pasando», concluye la escritora chilena María José Navia.
Nada quieren saber de esa etiqueta masculinizante, ninguneante, comercial, y además eurocéntrica, en sus propios calificativos recogidos al azar en distintas entrevistas. No parece importarles que en ese viejo espejo haya auténticos genios. Matan al padre en nombre de la madre. Son en el fondo del río las hijas de otra corriente…

Intentemos capturar esa inmensidad que hoy cubre tantas latitudes, distintos estilos, voces, nombres, edades, ordenadores, cuerpos, disidencias, volcanes, deseos, vampiros, cocodrilos, y tantas habitaciones secretas…

Tengan claro que no se parecen unas a otras, no son homogéneas. Por primera vez brillan como un colectivo firme y numeroso. Pero…, ¿un nuevo boom? Como una explosión, una guerra, otro obús masculino en Crimea. Boom, boom, boom

Una etiqueta metralleta que viene a decir que eso explota en un lugar concreto, que emerge de la nada, sin referentes, que se repite, además, cuando estamos en realidad frente a algo que es tan nuevo como antiguo. Como el río de Borges o Heráclito: el mismo y a la vez distinto. Y vamos a bañarnos en él…

«Se está produciendo un fenómeno de visibilización que antes hubiese sido impensable, y tiene que ver con el proceso natural de la incorporación de la mujer de forma masiva, a partir de los años setenta y ochenta, al ámbito académico y universitario, y a todas las esferas del conocimiento. El resultado, por razones biológicas, es una cosecha de escritoras donde hay muchísima visibilidad», explica José Manuel Camacho, profesor de Literatura Hispanoamericana de la Universidad de Sevilla.

«Hay muchas —y siempre ha habido muchas— autoras escribiendo maravillosamente pero no se las publicaba o leía por distintas razones. Para mí siempre han estado ahí, como un trabajo constante, como una melodía que se escucha de fondo y que de pronto vamos oyendo cada vez con más fuerza», añade Navia.

Los medios nos empezamos a fijar en el fenómeno a partir del 2017, cuando Samanta Schweblin (Buenos Aires, 1978) quedó finalista en el Booker Prize International, galardón anglosajón en el que por primera vez se colaba una mujer latinoamericana, al haber sido traducida al inglés. Doble anomalía. Mujer y América Latina. Así saltaron las alarmas. Al poco repite la hazaña la argentina Ariana Harwicz; luego, la mexicana Valeria Luiselli, Fernanda Melchor, Gabriela Cabezón… En 2019, Mariana Enríquez se lleva el Premio de la Crítica en España. Es la primera latinoamericana que lo recibe. También el Herralde. «Entonces surgió la pregunta de por qué había mujeres ganando estos premios literarios, como una sorpresa, y esa sorpresa es la que revela una problemática profunda: ¿por qué no pasaba antes», dice Alonso.

¿Por qué no pasaba antes? Borremos la palabra boom porque nada sale aquí del azar. No hay violencia, explosión, sirenas, ni siquiera, bien mirado, una novedad… Así lo ve el escritor peruano Fernando Iwasaki: «El mundo de las humanidades, la cultura, la comunicación y la lectura es esencialmente femenino. Si son más y además muy buenas, ¿cómo no vamos a reparar en ellas?». Ellas siempre fueron y son. Hay escritoras como Margo Glantz que siguen escribiendo (¡y tiene noventa años!). Algunas viven en Latinoamérica y otras no (en Berlín, Nueva York, Madrid…). Unas tienen veinte años, otras cuarenta, otras sesenta, y otras están muertas. Son las generaciones de las nacidas de los setenta para abajo quienes han ganado la nueva atención.

Muchas son universitarias y con una formación muy sólida. Enseñan en universidades literatura o escritura creativa. Otras son periodistas, traductoras (aparece en paralelo el fenómeno de mujeres que traducen a otras mujeres). Algunas habitan en las grandes urbes y otras reivindican la provincia. Ya no existe para ellas un centro literario, un París o Nueva York. Pueden ser feministas militantes o no postularse de una manera tan clara. Ninguna apuesta por el panfleto. Solo hacen literatura. «Y ojalá no se necesite ninguna etiqueta para asomarse a la buena literatura», dice Navia. Les sorprende que nos sorprendamos. Son ellas las que nos exploran a nosotros, los lectores, son ellas las que nos descubren y no al revés. Y «todas apuestan de un modo u otro por la experimentación», argumenta Alonso.

Desde 1993, se entrega el premio Sor Juana Inés de la Cruz en la Feria Internacional de Guadalajara (México). Un galardón prestigioso que fue creado precisamente para romper el esquema de las sombras. Solo lo otorgan a mujeres latinoamericanas. Piensen en el premio Nobel: apenas lo han recibido dieciséis literatas de más de un centenar de hombres. Y solo hubo una del Nuevo Mundo: Gabriela Mistral.

El último Sor Juana, en 2021, se lo ha llevado Fernanda Trías por su libro distópico Mugre rosa. Sor Juana es la madre abadesa y protectora. Nacida en México, fue una monja del siglo XVII. Pionera del feminismo, está considerada como una de las primeras grandes escritoras hispanoamericanas. Ya en aquel Siglo de Oro, a la sombra de Góngora y Quevedo, tituló así uno de sus poemas: «Hombres necios que acusáis».

Un río que nace en parte de Sor Juana y que ha sido sin duda marcado hoy por el desarrollo tecnológico y el me too. Emergen visibles porque el mundo ha cambiado. Iwasaki va más allá: «Eran mayoría como consumidoras y ahora mismo lo son como creadoras. El personal masculino está en otras cosas, como el fútbol, los videojuegos y el bricolaje. Sigue habiendo escritores muy buenos, pero ya son minoría. Nada más».

Y no hemos llegado al tope de esta inundación. Todavía estamos leyendo a un tipo de mujer concreta, según Ojeda, de una cierta condición, con acceso a la cultura, de determinada edad, de cierto color. Faltan las mujeres negras, indígenas, mayores…, el río es profundo y hay capas todavía olvidadas…

El mundo cambió en los noventa, a finales, pero no nos dimos cuenta. Llegó internet, aparecieron los blogs, y más tarde las redes sociales. Escritores de toda Latinoamérica empezaron a darse cuenta de que existían sus pares. Salían de su aislamiento y en múltiples direcciones. Retorna la idea de una comunidad literaria latinoamericana fuerte. Otra generación tras aquella del boom. «Que había sido un momento muy dulce para la cultura, con una gran cosecha de obras maestras», dice Camacho.

La fuerza del río crece, pero nadie puede prever aún el tsunami. Surgen las pequeñas editoriales en el nuevo continente (sin su revolución no puede entenderse el resto de procesos). Son pequeñas factorías y como tal muy arriesgadas.

Boca a boca, red a red, entramos en el siglo XXI, y las mujeres, salvo excepciones, aún están en el cauce subterráneo. Pero cada generación ha ido abriendo una brecha, tumbando una nueva presa de cemento (de Gioconda Belli a Gabriela Alemán). «En mi generación —es decir, quienes nacimos en los sesenta— hay escritoras maravillosas que están en activo y publicando, pero las que nacieron en los setenta son más y tuvieron más facilidades editoriales que las de mi generación. Sin embargo, las narradoras de los ochenta fueron todavía más precoces y visibles», explica Iwasaki.

Inundaciones relámpago. 2015. Vienen las olas feministas. Ni una menos (movimiento argentino), Los pañuelos verdes (por la legalización del aborto). Es ya evidente la descentralización del poder de las grandes editoriales que habían privilegiado lo masculino desde antes del boom. Muchas escritoras ya están en editoriales independientes, dando talleres en cualquier lugar, de la universidad a la barriada, y así pueden llegar a su inicial público, «por esa reinvención del mundo editorial y de las nuevas plataformas», apunta Alonso.

Las editoriales y los lectores ya están sedientos, y no es extraño: llevábamos siglos sin beber la mitad de vaso. «Y entonces se produce una explosión económica, editorial, sociológica, de presentaciones, de tesis, de entusiasmo, un nuevo contexto en la recepción», asegura Camacho.

Entusiasmo es en nuestro río la gran barca vikinga. «Por fin lo global sirve para algo», dice Trías. Algunas, ya ancianas, se sobresaltan: de pronto las releen, premian y entrevistan. Las están llamando todas las voces que forman parte del río de ríos, han conseguido por fin «cambiar cómo fluye el agua», según Alonso.

Lo primero que hacen, en cuanto gana visibilidad la actual generación, es reivindicarlas a todas, a las ignoradas por el boom latinoamericano (Rosario Castellanos, Elena Garro…), por ese colectivo que José Donoso calificó como «un club de machos». Parecen decididas a recuperar la «biblioteca de las ancestras», como en el sueño de Ojeda. No olvidan, no hay revancha, solo reparan, usan la memoria. «Las autoras son mucho más hijas de esa tradición invisibilizada que de la tradición editorial del boom, son conscientes de quién es Nélida Piñón, Albalucía Ángel, Marvel Moreno, esa tradición subterránea», dice Alonso. Crecieron en las periferias mentales sin apenas referentes. «Me costó trabajo descubrir autoras latinoamericanas, pues sus libros no circulaban fácilmente. Tuvo que pasar el tiempo para poder llegar a Marosa di Giorgio, Amparo Dávila, Clarice Lispector, María Luisa Bombal o María Virginia Estenssoro», asegura Colanzi.

Muchas no pensaban ni siquiera en publicar cuando empezaron. «Yo no leo a mujeres», le llegaron a decir a una principiante Trías. Pero aun con todo: era irremediable. En el fondo siguen siendo las mismas. «Escribo con todo lo que soy y he sido. Creo que la escritura es misteriosa. Tal vez aún escribo con lo que seré en el futuro. Entonces soy mujer, argentina, provinciana, feminista, de izquierda, proletaria, sin formación académica, etcétera, etcétera. Todo lo que hay en mí está también en la escritura», concluye Almada. Todas, ayer y hoy, fueron picadas por la extraña garrapata del arte, ese animal a mitad de camino entre el vampiro de Quiroga que habitaba en las almohadas y el daimón griego que te obliga sin descanso.

«Somos cuerpos que escriben, y los cuerpos están determinados por una geografía emocional, psíquica, mental, por una cultura», dice Ojea. Eso está allí. Sigue allí…, pero esta crecida no ocurre (solo) en Latinoamérica. Pasa en España (autoras como Sara Mesa, Andrea Abreu, Cristina Morales…), ocurre también en Japón (Hiromi Kawakami, Banana Yoshimoto…).

Seguro que si mirásemos en Rusia, en Australia…, en cualquier rincón del mundo, algo está pasando, como decía Guerriero. Y acaso la persistencia de esta crecida tenga que ver con esto que nos explica Melchor. ¿Por qué escribes, Fernanda?

«Sin pasión, sin la locura ciega que implica arriesgarlo todo por escribir una historia, no hay literatura. Hay que estar dispuesta a sacrificarlo todo, a dejar a un lado todo lo que no sea la escritura. Hay que construir una habitación secreta dentro de una misma, y pasar largas horas ahí, conversando con tus sombras». Las publicaran o no, fue eso: «La posibilidad de entablar una conversación con mis deseos y mis fantasmas, por eso me siento tan libre y tan yo misma cuando escribo», concluye Melchor. 

Selva Almada: «La escritura es, en cierto modo, una revelación»

HPAWMY ALMADA Selva – Date : 20140325 ©Basso Cannarsa/Opale

Villa Elisa, 1973. Escritora y periodista argentina. Una de las voces más potentes de su país. Su primera novela, El viento que arrasa, fue elogiada por la crítica y considerada novela del año por la revista Ñ. Finalista del Premio Rodolfo Walsh de la Semana Negra de Gijón por Chicas muertas. First Book Award de la Feria Internacional del Libro de Edimburgo en 2019. Ha publicado las novelas Ladrilleros (2013) y No es un río (2020), además de colecciones de cuentos y poesía.

¿Por qué escribes? Creo que lo que más me atrae de la escritura es que nunca sabés si va a suceder o no. Cada vez que voy a empezar algo, que en un principio no es más que una línea perdida, siento que me asomo a un abismo…, no sé qué hay debajo, si agua, rocas, un pantano. Y lo maravilloso de la escritura es que no lo sabés nunca, ni siquiera cuando terminás una novela. No sabés qué hay o si hubo algo que te perdiste porque justo miraste para otro lado en ese momento. La escritura es, en cierto modo, una revelación: siento que apenas sé alguna cosa de ese universo (el relato) y que es en el transcurso de la escritura que ese universo empieza a revelarse, a sorprenderme la mayoría de las veces.​

¿Qué impregna tu literatura? Todo lo que hay en mí está en la escritura. Velado, entre líneas, subterráneo…, detesto el panfleto, la literatura que te señala qué es lo que tenés que pensar o en qué tenés que creer. Pero eso no quiere decir que todo lo que pienso y todo en lo que creo no esté conmigo cuando escribo.

¿Cuáles fueron las escritoras que te marcaron? Mi biblioteca de formación, como la de la mayoría de las escritoras de mi generación, tiene los estantes llenos de libros escritos por varones. Sin embargo, a muchos les debo mucho, les debo el deseo de escribir, de convertirme en una escritora: Horacio Quiroga, Onetti, Daniel Moyano, Zelarayán, Laiseca. Para la edad que tengo y para leer desde muy chica, hace poco que empecé a leer a las escritoras: Sara Gallardo, Alfonsina Storni, Emma Barrandeguy, Estela Figueroa, mis contemporáneas… Creo que en los últimos años el 90 % de mis lecturas son de mujeres, trans y disidencias…, de décadas de leer a los varones, me maravilla y me entusiasma todo lo que tengo por leer.

María José Navia: «La escritura llega con el desborde de la lectura»

Navia

Santiago de Chile, 1982. Es escritora y profesora de literatura en la Facultad de Letras de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Premio Mejores Obras Literarias de Chile en categoría de cuento inédito, 2019, por Una música futura. Fue finalista del Premio Cosecha Eñe (2017), y Premio Municipal de Literatura de Santiago de Chile (2018). Ha publicado las novelas SANT y Kintsugi. También las colecciones de cuentos Instrucciones para ser feliz y Lugar.

¿Por qué escribes? Es algo que me hace extremadamente feliz, ¿cómo no le voy a dedicar esfuerzo y energía? Para mí la escritura llega con el desborde de la lectura, es ese entusiasmo luego de leer algo genial que te deja frente a la página en blanco y con todas las ganas de seguir escribiendo y leyendo. Escribir y leer son dos felicidades enormes.

¿Cuáles han sido los autoras que te han marcado? A mí me gusta distinguir entre aquellos escritores sin los cuales yo no escribiría de la manera que escribo (y cuyas marcas se notan de cierta forma en mi propia escritura), y aquellos escritores y escritoras sin los cuales yo no escribiría en absoluto. Entre las primeras (porque son casi todas autoras) están las grandes escritoras de la tradición del cuento en inglés: Mavis Gallant, Grace Paley, Deborah Eisenberg, Amy Hempel y, ahora más recientemente, Laura van den Berg, Jamie Quatro o Charles Yu. Y, entre los realmente fundamentales, están Rodrigo Fresán, Jean Rhys, Joy Williams y Virginia Woolf.

¿Por qué no te gusta la etiqueta de boom? Porque tiene ecos del boom latinoamericano, en el cual se privilegió a las voces masculinas, por lo general, y porque boom es además una palabra que denota una explosión. Algo que irrumpe con violencia. Y me parece que no es eso lo que está pasando, hoy hay más editoriales independientes y las propias autoras han encontrado maneras también de defender sus tiempos de escritura, y hay además otros canales fuera del círculo de publicación tradicional.

Mónica Ojeda: «Escribir me permite pensar»

Monica Ojeda

Guayaquil, 1988. Escritora ecuatoriana considerada una de las más relevantes de la literatura latinoamericana actual. Poeta (su formación) y narradora cargada de símbolos. Formó parte de la lista de Bogotá 39-2017, que recoge a los 39 escritores latinoamericanos menores de 40 años con más talento y proyección de la década. Ganó el premio Alba Narrativa en 2014 por La desfiguración Silva. Finalista al Premio Bienal de Novela Mario Vargas Llosa por Mandíbula. Ha publicado, entre otras obras, Nefando y Historia de la leche.

¿Por qué escribes? Creo que lo que más me interesa de la escritura es que me permite pensar, me permite ensanchar el tiempo del pensamiento. Yo entiendo el acto de pensar como un acto muy poético, muy creativo, muy imaginativo, que tiene que ver con enlazar unas ideas con otras y lograr que a través de eso se produzca un sentido revelador en cierta manera.

¿Qué impregna tu literatura? Somos cuerpos que escriben. Pero no es algo consciente, es algo que simplemente ocurre. Hay cosas de las que me he dado cuenta con el tiempo. Por ejemplo, la simbología tan fuerte que hay de lo animal y de lo telúrico en mi literatura referido a Ecuador. Probablemente no serían tan importantes en mí los símbolos de los volcanes y de los cocodrilos si no fuera porque crecí en un contexto muy específico, en donde he visto cocodrilos y he estado rodeada toda mi vida de volcanes. Son cosas que permean en tu escritura, que de alguna manera u otra moldean el pensamiento.

¿Cuáles fueron las escritoras que te marcaron? Sobre todo me he formado en poesía. Yo empecé leyendo, como cualquiera, narrativa, pero creo que los autores que me han marcado más han sido autores de poesía o autores de ensayo que trabajan desde una perspectiva poética. Raúl Zurita, Blanca Varela, Marosa di Giorgio, María Auxiliadora Álvarez, hay muchísimos, no hay dos o tres en especial, pero creo que cada vez se me hace más difícil leer narrativa.

Liliana Colanzi: «La escritura se convirtió en una manera de estar en el mundo»

Li

Santa Cruz, 1981. Es escritora, editora y periodista boliviana. Fue seleccionada entre los 39 mejores escritores latinoamericanos menores de 40 años por el Hay Festival Bogotá 39-2017. Vive en Ithaca, Nueva York, y enseña literatura latinoamericana en la Universidad de Cornell. Premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez con su libro Nuestro mundo muerto. Autora de Chaco (2020), La ola (2014) y Vacaciones permanentes (2010).

¿Por qué escribes? Es una pregunta complicada: en verdad no sabemos por qué surge el deseo de la escritura. No crecí rodeada de bibliotecas o de gente a quien le gustara leer, pero aun así leer fue para mí una necesidad, y aquello que me llevó a escribir. Recuerdo que me atrajo la música del lenguaje: la rima, los juegos de palabras. Después la escritura se convirtió en una manera de estar en el mundo sin tener que hablar. Y más adelante fue la posibilidad de encontrar una forma y de sumergirme en los misterios que nos rodean.

¿Qué impregna tu literatura? Lo que escribimos es producto de determinadas fuerzas históricas, pero también la literatura viaja a contrapelo de su época: escribimos para volver al pasado y escarbar en sus silencios y en sus potencialidades, así como para intuir, dentro de nuestra ceguera, los contornos del mundo que está por venir. Quisiera que mi escritura estuviera ubicada en ese lugar desfasado, en fuga, mientras participo de los debates, las luchas y las contradicciones de mi época.

¿Cuáles fueron las escritoras que te marcaron? Le tengo una enorme gratitud a esas lecturas tempranas que me descubrieron nuevos mundos: desde los cuentos rusos que llegaban a través de Editorial Progreso hasta los libros de Stevenson y de Quiroga. Pero leer a las hermanas Brontë, a Jane Austen, a Maria Gripe o a Selma Lagerlöf marcó una sensibilidad temprana.

Fernanda Melchor: «La realidad es la madre absoluta de la ficción»

Fernanda

Boca del Río, 1982. Es escritora y traductora mexicana. Vive en Berlín. Ha sorprendido a público y crítica con sus novelas sobre la violencia en México. Con Temporada de huracanes ganó el Premio Internacional de Literatura y fue finalista al Premio Man Booker International. El New York Times calificó como impresionante esta novela que trata sobre el asesinato de una supuesta bruja en un entorno rural. Acaba de publicar su nueva novela, Páradais.

¿Por qué escribes? Escribir es un oficio que requiere técnica, talento y suerte, pero sobre todo pasión. Y aunque a veces sea doloroso, o incluso pavoroso, aunque a veces se sienta como una tortura, para mí hay pocas cosas más placenteras que ir materializando poco a poco, palabra tras palabra y cuartilla tras cuartilla, esa forma que en un principio solo existe en mi cabeza.

¿Qué impregna tu literatura? Estoy convencida de que la realidad es la madre absoluta de la ficción, como alguna vez escribió Sergio Pitol, y que la novela no es más que una impresión personal y directa de la vida de su autor. Pero justo por eso escribo novelas: en ellas está cifrada la totalidad de mi experiencia como mexicana, como mujer, como clasemediera. La novela es mi manera de decir las cosas. Como dice Alejandro Sanz, no es que sea mi trabajo, es que es mi idioma.

¿Cuáles fueron las escritoras que te marcaron? Creo que todos los escritores formamos siempre parte de una tradición, aunque estoy convencida de que esta tradición nunca es única o unívoca. Pienso más bien en «voces» que de alguna u otra manera sobresalieron de entre la vorágine de historias que me rodeaban mientras crecía. Si me preguntas por autoras, las tres primeras que me vienen a la mente son Rosario Castellanos, A. M. Homes y Agota Kristof. Pero mucho antes que ellas estuvieron también las historias y los personajes de Anne Rice, Poppy Z. Brite, Isabel Allende y V. C. Andrews…

 

Este reportaje es uno de los contenidos del número 15 de la publicación trimestral impresa Archiletras / Revista de Lengua y Letras.
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