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22 Abr 2019
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Reportajes

Esto parece el camarote de los hermanos Marx

Miguel Ángel Villena

El teatro y el cine se han colado en la lengua cotidiana. El habla común está salpicada de expresiones, giros y frases que proceden de los escenarios o de la gran pantalla

Vaya, ayer hicisteis un mutis por el foro.
—Nos cansamos de esperar a vuestros amigos, eran más lentos que el caballo del malo.
—La verdad es que nuestros colegas son un poco como el perro del hortelano.
—Por suerte encontramos un local de copas, aunque estaba más lleno que el camarote de los hermanos Marx.
—De todos modos, lo peor no fue la multitud, sino los camareros, que parecía que venían del lado oscuro de la fuerza.

Este diálogo ficticio, un tanto exagerado pero totalmente verosímil, revela el enorme arraigo de las expresiones teatrales y cinematográficas en el habla común de nuestra lengua, en el español cotidiano y popular. Los hablantes ignoran, en la mayoría de ocasiones, el origen o las circunstancias en que surgieron estas expresiones, pero en cualquier caso las suelen emplear con soltura y acierto. Hay que tener en cuenta, sin caer en patrioterismos lingüísticos, que el español es una lengua muy creativa, teñida con frecuencia de humor, plagada de guiños y dobles sentidos, y muy permeable a las influencias de la plaza pública y de los espectáculos que allí se representan. Hasta comienzos del siglo XX, el teatro y los toros fueron las dos formas de ocio más importantes del país y al alcance de todas las clases sociales. Por tanto, si dejamos a un lado que las numerosas citas taurinas de antaño han ido cayendo en desuso por el declive de la lidia, el teatro ha mantenido un peso notable en el idioma que llega hasta nuestros días, incluso hasta las generaciones digitales. Todo ello se produce a pesar del eterno anuncio de la muerte del teatro, una manifestación artística única, directa e irrepetible, con 2.500 años de antigüedad, que no ha podido desbancar ni el cine ni la radio ni la televisión ni siquiera Internet. No obstante, es preciso señalar que el cine fue ganando terreno al teatro, poco a poco, a lo largo de todo el siglo XX, hasta convertirse en la mayor fuente de trasvase de un arte al habla coloquial.

Profesor de Lengua en la Universidad de Valencia, experto en el lenguaje hablado y en su evolución, Salvador Pons destaca que la abrumadora presencia del cine en nuestro idioma no se registra tanto en el léxico como en lo que califica de «rutinas de conversación o modelos sobre cómo se realizan ciertas acciones». «La hegemonía del cine anglosajón y por tanto del inglés», explica Pons, «nos ha llevado a utilizar expresiones ajenas al español del estilo de ‘¿quieres que hablemos de ello?’ o bien a manejar estereotipos como ‘un tipo duro’ cuando nos referimos a un chulo o bien a interrumpir frecuentemente con un ‘ya veo’ el relato de un amigo o de un familiar. Por no hablar de esa clase de tics de las películas como el OK o el todo irá bien».

A juicio de este especialista, el cine invade también los idiomas por su capacidad de ensoñación sobre los intérpretes (el bigote de Clark Gable o los contoneos de Marilyn Monroe por citar dos ejemplos clásicos) o sobre el american way of life o sobre aventuras intrépidas en paisajes exóticos. Ahora bien, a pesar de esta omnipresencia del cine en la lengua que hablamos cerca de 500 millones de
personas en el mundo como idioma materno, Salvador Pons reconoce que los lingüistas no se han ocupado del tema muy a fondo.

Esta lamentable carencia aconsejó hace unos años al cineasta José Luis Borau (1929-2012) a escribir, en la etapa final de su vida, un ameno y curioso libro sobre el tema titulado Palabra de cine (Península). El que fuera director, productor, guionista y durante unos años presidente de la Academia de Cine aclaraba en el prólogo: «El cine ha marcado la forma de hablar y de escribir con huellas más abundantes y profundas de lo que pudiera parecer a primera vista». A renglón seguido, se quejaba Borau de ese poco interés que cineastas y filólogos han prestado a este impresionante trasvase de expresiones de cine al lenguaje común.

«Como, pese a semejante filón lingüístico», escribía el cineasta aragonés, «se aprecia una notable falta de curiosidad por el fenómeno, así como la ausencia de trabajos donde este quede registrado con cierto detalle y no de pasada, decidimos aventurarnos en tan densa maraña aun sabiendo de antemano que no habríamos de llegar muy lejos, dada la espesura reinante, por una parte, y el escaso bagaje técnico del que el autor dispone, por otra. Pero la incursión resultaba tentadora y, además, alguien nos enseñó que los caminos solo se hacen al andar, es decir, echándose al monte».

Tal vez esta invasión cinematográfica de la lengua pueda parecer una tendencia del pasado, pero el periodista Guillermo Altares, un especialista en cultura, subraya que en la reciente campaña electoral andaluza, tanto las candidatas Susana Díaz como Teresa Rodríguez, han hecho constantes referencias a la serie Juego de tronos, mientras el cabeza de cartel (por cierto, una expresión trasvasada del teatro) del PP, Juan Manuel Moreno Bonilla, ha usado términos de La guerra de las galaxias en más de un mitin. Resulta evidente, pues, que el auge de las series ha propiciado también esos trasvases lingüísticos, protagonizados mayoritariamente ahora por los hablantes más jóvenes.

Autor de un libro básico sobre el cine bélico y sus códigos, Esto es un infierno (Alianza), Altares admite que es probable que en un futuro los aficionados al cine desconozcan de dónde proceden frases hechas como «este es el principio de una gran amistad» o
«vamos a tomar esa puta playa» que han servido como manifestaciones de complicidad cultural durante generaciones.

«Me pregunto», señala Altares, «si no se estará abriendo en la actualidad una cierta brecha generacional, aunque supongo que las expresiones del cine clásico están siendo reemplazadas por frases o giros de series de éxito como Juego de tronos o Friends, por poner dos ejemplos famosos. Pero que conste que estas transformaciones me parecen bien porque significan que, al igual que ocurre con la música, la cultura visual y el lenguaje están vivos, evolucionan y encuentran nuevos públicos y significados». Está claro, pues, que los cambios culturales han sido gigantescos en la última década, pero muchos teóricos, como el historiador francés Roger Chartier, un experto en el tema, argumentan que los distintos soportes técnicos acaban conviviendo y apelan a la pervivencia de la radio, con un siglo de existencia, como un auténtico medio de masas en plena era de Internet.

En esa perspectiva, algunos sociólogos remarcan que la vigencia de expresiones teatrales o cinematográficas no depende tanto de las innovaciones tecnológicas, sino del lugar donde se consume la cultura. Así pues, a diferencia de los siglos XIX y XX, cuando el teatro, primero, y el cine, más tarde, se convirtieron en el centro de una intensa vida social en sustitución de las iglesias, hoy en día 70% del consumo cultural se concentra dentro de las paredes de una casa.

Profesor de Historia del teatro, director y autor, Toni Tordera figura entre los contados especialistas en la influencia de las expresiones teatrales en el habla común. En opinión de Tordera, esta hegemonía de los móviles, los ordenadores o los videojuegos en el ámbito doméstico deriva en que «el humorista José Mota genera hoy más expresiones que pasan al habla común que el teatro o la literatura». En cualquier caso, este experto apunta un elemento fundamental a la hora de la sostenida influencia del teatro en nuestro idioma cotidiano. «Conviene destacar», comenta este teatrero con una trayectoria mitad teórica y mitad práctica, «que unas pocas expresiones proceden del oficio de autor dramático, de la escritura teatral. Pero la mayoría vienen de la experiencia del propio espectáculo vivo y así se convierten en más universales y más atemporales. Serían los casos de «tener o no tener un papel lucido», de cuando a un actor le daban un personaje menor o malo; o del giro «meter una morcilla», que se ha convertido en sinónimo de improvisar no solo en el teatro, sino también en el periodismo, la literatura o la política. Por otra parte, no podemos perder de vista que aún hoy resulta impresionante el gran número de obras teatrales, películas o series donde el argumento o el ambiente de fondo es el teatro. Este fenómeno llega hasta una reciente serie de culto en Netflix como El método Kominski».

Los especialistas coinciden en señalar que resulta bastante complicado describir los procesos de creación y trasvase de expresiones teatrales al español común, pero Tordera enumera tres fuentes: la que procede de un origen ajeno como un proverbio y se populariza al subir a un escenario («el perro del hortelano»), la que genera el argot del oficio teatral («estar entre bastidores») o las que surgen de pasajes o títulos célebres como el Tenorio, una mina en este sentido («muy largo me lo fiáis», «cuán gritan esos malditos», «¿no es verdad, ángel de amor?»…). Sea como fuere, lo que resulta innegable es una lista interminable de expresiones teatrales que perviven en la lengua de todos los días y que van desde «meterse en el papel» o «perder los papeles» hasta palabras como gallinero, claque o figurante, pasando por frases hechas como «tener muchas tablas», «telón de fondo», «estar en situación» o «lleno hasta los topes».

Una lista que incluye lugares comunes muy populares que han impregnado a modo de frases-símbolo el habla común como «hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad» (La verbena de la paloma, Ricardo de la Vega y Tomás Bretón); «esto es Jauja» (La tierra de Jauja, de Lope de Rueda); o como los de «Fuenteovejuna, todos a una» (Lope).

 

Películas españolas cuyo título es de uso común en la lengua

 

 

Este reportaje sobre el lenguaje del teatro y el cine es uno de los contenidos del número 2 de la publicación trimestral impresa Archiletras / Revista de Lengua y Letras.
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