PATROCINADORES
INSTITUCIONES
Junta castilla
jcm

Archiletras

Archiletras es posible gracias al apoyo de las siguientes empresas e instituciones

Junta castilla jcm
15 Dic 2021
Compartir
Reportajes

El oro lingüístico de las cartas privadas

Ana Bulnes

Querido lector: Te presento el oro lingüístico de las cartas privadas: cómo estudiar la historia de la lengua a través de la correspondencia. Testimonios de los que, desde el Nuevo Mundo, daban pistas sobre sus relaciones interpersonales y su habla

Los primeros valientes que decidieron trasladarse al Nuevo Mundo dejaron en casa, en Castilla, su vida anterior y a sus seres queridos. Afortunadamente, la comunicación entre Castilla y América era posible: quien quisiera, no tenía más que escribir una carta y esperar pacientemente que esta hiciese toda la travesía transatlántica y llegase a su destinatario.

Esta comunicación era algo que la propia Corona impulsaba. Como recoge Carmen Mena García en su artículo Más allá de la historia oficial. Escritura doméstica y claves secretas en las cartas de los conquistadores del Nuevo Mundo, el rey instruyó en 1513 al gobernador de Castilla de Oro, Pedrarias Dávila, que las cartas privadas de los particulares se guardasen y enviasen en el barco «en el cajón del oro». Eran algo tan valioso como el tesoro que se traía desde América. Además, en sucesivas órdenes se insistía en que todo el mundo tuviese libertad para escribir y que nada de lo que escribiesen pudiese ser usado en su contra.

El resultado fue un aluvión de cartas de muchísima variedad de las que más de 600 se conservan en el Archivo General de Indias en Sevilla. La catedrática de Lengua Española de la Universidad de Sevilla Eva Bravo García explica a Archiletras que esta correspondencia se puede dividir en dos amplios subgrupos: por un lado, las cartas a autoridades, que «sorprenden mucho porque se expresan con mucha sinceridad», en ocasiones incluso diciéndole al rey lo que debería hacer; y, por otro, las llamadas cartas privadas, de particular a particular. Se trata de cartas escritas por personas que viven en América y que «escriben a sus familiares, normalmente para contarles cómo les va la vida», indica Bravo. Las que se conservan hoy en día son sobre todo cartas en las que se le pide a un familiar (mujer, hijos…) que vaya a América para reunirse con él o con ella. Eran las cartas de reclamo, que se usaban como prueba de que esa persona tenía a alguien esperando al otro lado del océano y que, como tal, se archivaban, logrando así llegar hasta nuestros días.

Carta de amor de 1893. Museo de Escritura Popular de Terque (Almería)

Estas últimas cartas, las privadas, son un documento muy valioso por muchas razones: testimonios que describen el mundo que se encontraban, que muestran cómo funcionaba la sociedad o que dan pistas sobre las relaciones interpersonales más íntimas. Desde un punto de vista lingüístico, son una fuente que puede rellenar muchas de las lagunas que otros documentos escritos dejan sobre la historia y la evolución de la lengua.

Las cartas privadas de cualquier época y lugar «nos ponen en contacto con la lengua de personas reales en un momento histórico bien determinado; nos muestran el discurso cotidiano y nos permiten acercarnos a una lengua real que no es recreación ni interpretación», explica Mercedes Abad Merino, catedrática de Lengua Española en la Universidad de Murcia. Es distinto a otros documentos que se puedan conservar de la época como textos literarios, periodísticos o cartas a autoridades porque muestran una lengua más espontánea: «Es la complicidad entre dos hablantes que comparten vivencias o incluso confidencias sin pretensiones artísticas en una época pasada a través del lenguaje», asegura la experta.

Esta proximidad emocional entre el remitente y el destinatario hace que en estas cartas puedan emerger aspectos relacionados con la lengua que no se ven en otros documentos. Marta Fernández Alcaide, doctora en Lengua Española y profesora titular de la Universidad de Sevilla, señala como ejemplo algunos «datos interesantes sobre la cortesía». Esto ocurre en los saludos iniciales, que «en épocas pasadas podían limitarse a un vocativo como hermana, señor, muy ilustre señor o sintagmas más afectivos como alma mía y todo mi bien», y que afloran «de manera más natural en confianza». También se pueden detectar «elementos o construcciones que están en variación (diacrónica o diatópica) y cuya consideración social podemos percibir en las cartas privadas».

Por otra parte, aunque muchas de esas cartas no son autógrafas —es decir, el remitente no las escribe directamente, sino que contrata a un escribano—, hay otras en las que es el propio emisor, muchas veces con un nivel de alfabetización muy básico, el que pone tinta sobre papel. Son las cartas de estas personas a las que se denomina semicultas las que, para Eva Bravo García, son «la mejor manera que tenemos para tratar de escuchar el español hablado en España y en América en los primeros momentos del descubrimiento».

La tentación de lo que reluce

Carta de amor

Sin embargo, antes de zambullirse en el cajón del oro y ponerse a sacar conclusiones de cada carta, hay que tener en cuenta que el estudio de la historia de la lengua a través de este tipo de documento viene también con sus limitaciones y peculiaridades.

En primer lugar, es importante comprobar si la carta es autógrafa o si ha sido escrita por un escribano. Eva Bravo García apunta que este es un detalle con el que hay que tener «mucho cuidado», ya que «no sabemos hasta qué punto están dictadas por el autor, pero la mano que escribe es otra». Las interpretaciones lingüísticas serán totalmente diferentes. Otra razón por la que las cartas podrían no ser autógrafas es que «solían copiarse», añade Marta Fernández Alcaide. Esto se hacía «en familias con mayor nivel económico, para tener un cierto registro en caso de pérdida o falta de respuesta del destinatario, o también las que se conservan en los archivos, porque fueron presentadas como prueba ante la acusación por algún delito o ante alguna demanda o solicitud oficial».

Una vez establecida la originalidad o no de la carta, es importante también comprender quiénes estaban a ambos lados de la misiva. «Para mí es fundamental situar socialmente al emisor y al receptor en la época en que fueron escritas (en la medida de lo posible), así como conocer su procedencia geográfica, porque esos factores nos pueden dar mucha información en cualquiera de los planos lingüísticos», explica Abad Merino.

El grado de alfabetización de los implicados también juega un papel importante. Para Fernández Alcaide, la alfabetización de los remitentes es importante porque «en determinadas circunstancias históricas pudieron atreverse a escribir a pesar de que apenas tuvieran los rudimentos básicos para hacerlo (por ejemplo, no sabían establecer la caja de escritura, es decir, el espacio designado para el desarrollo de las líneas del texto, la ubicación del saludo o la fecha, y, por tanto, no dejaban márgenes; no podían mantener la línea, escribían letra a letra, sin distinguir sílabas o palabras, etc.)». Pero también es clave la alfabetización de los destinatarios, ya que «si no sabían leer, otra persona lo haría en voz alta para ellos o, incluso, la carta se leería en medio de un grupo familiar, sin intimidad ninguna». Se trata de algo particularmente importante con las cartas de mujeres, que «tardaron en tener una alfabetización amplia».

Esta caracterización tan básica del remitente y el destinatario, sin embargo, no siempre es posible. Según explica Bravo García, «hay muchos individuos que, precisamente al ser particulares, son completamente anónimos». La carta aportará información como a qué se dedica el remitente, por ejemplo, pero «no hay forma de averiguar cuál es su formación, su grado de conocimiento del lenguaje, cuándo fue a América…», asegura. «Hay veces que no sabemos nada más que una carta firmada. Esto es una limitación que se compensa haciendo una hipótesis sobre el propio documento».

Con esos elementos sobre el remitente solucionados o no, las cartas privadas son un objeto goloso a ojos del historiador de la lengua. Para empezar, son documentos casi siempre encabezados por una fecha y un lugar. Y después está el texto, que muchas veces ofrece el espejismo de reflejar de forma más o menos fiable cómo hablaba el remitente. Sin embargo, como apunta Bravo García, no hay que caer en el error de leer una carta y pensar «así hablaba este señor».

«El registro escrito es mucho más conservador que el oral y más planificado», explica Mercedes Abad Merino. «El texto epistolar, además, está sujeto a la presión de la tradición discursiva de la que forma parte, por lo que es esclavo de estructuras y fórmulas propias y exclusivas de la escrituralidad», añade.

Esta dependencia de la tradición epistolar del momento puede provocar cosas como que el remitente se ciña de forma muy estricta a las fórmulas establecidas aprendidas en los manuales de cartas, muy comunes en la Edad Moderna, o directamente copiados de la carta a la que contestan. Esto pasaba sobre todo cuando el remitente estaba menos acostumbrado a escribir: se aferraba «al esquema que le enseñaron o que encuentra en otra carta que le sirve de modelo hasta el punto de no querer (o no poder) salirse de él», indica Marta Fernández Alcaide. Esta retórica a veces excesiva en las cartas limita

Carta enviada desde Murcia por José Barbaran a su hermano Simón en Almería.

el estudio sobre el uso real de la lengua, aunque puede evitarse obviando «las partes donde ese esquema aflora más, sobre todo el principio y el final de la carta», explica la experta.

Por otra parte, está el hecho evidente de que la lengua escrita y la hablada no son iguales, por lo que las conclusiones sobre oralidad extraídas del estudio de un corpus epistolar —como pasa con cualquier texto escrito— son siempre limitadas. Aquí también hay muchas veces diferencias entre el remitente culto y el semiculto, aunque en este caso al revés: es en los semicultos en los que en muchas ocasiones la lengua es más coloquial y cercana a lo que podía ser su forma de hablar.

Eva Bravo García pone como ejemplo que hay autores cultos que «se van por las nubes y son hasta repipis», muy poéticos y muy formales. En contraste, hay individuos «absolutamente llanos» que escriben de forma más directa y «le dicen a su mujer que la quieren, que quieren que se reúna con ellos, que están solos y que tienen que irse para allá, que no les dé miedo el mar», cuenta Bravo García.

Enfrentarse a estos retos y limitaciones, sin embargo, es solo posible si se supera el mayor obstáculo en el estudio de la correspondencia privada: acceder a ese corpus. No es ninguna casualidad que muchos de los ejemplos e investigaciones que existen tomen como muestra las cartas de los emigrados a América: es sin duda un corpus interesantísimo, que al abarcar varios siglos permite estudiar la evolución de la lengua en una circunstancia muy particular, pero también es prácticamente una anomalía. Es muy raro tener tantas cartas de naturaleza privada de remitentes tan variados en su competencia lingüística pero que comparten la circunstancia histórica de escribir desde América como colonia española.

«Por su propia esencia efímera, la correspondencia privada no es un tipo documental que se conserve o se archive de manera habitual», señala Mercedes Abad Merino, que añade que «no hay tantas cartas privadas como puede parecer». Marta Fernández Alcaide coincide y apunta también que su estado de conservación no es siempre el óptimo, debido, por ejemplo, a que el emisor las dobla para meterlas en un sobre y enviarlas. Por otra parte, su localización en los archivos en los que han sido guardadas como prueba de algo también puede resultar complicada, ya que «hay que buscar en los expedientes de uno en uno pues no se catalogan las pruebas entregadas para testimoniar lo que hiciera falta», explica.

Pero sí es oro

Toda esta relación de obstáculos, limitaciones y detalles que es necesario tener en cuenta puede hacer que parezca que las cartas privadas son más un caramelo envenenado que un cajón lleno de oro lingüístico, pero no es así. Superados los escollos y abordando el texto con todo el cuidado requerido, el resultado sí puede ser muy valioso.

«Si comparamos cartas del XVI y del XVIII se ve cómo evoluciona la lengua en todos los sentidos», explica Eva Bravo García, refiriéndose en particular a las cartas desde América. Siempre que se trate de cartas autógrafas, se notan cambios «en el aspecto discursivo, de la estructura de la carta» y también, muy relacionado con la oralidad, «en los usos de pronunciación». Así, se va viendo cómo el español de América se va formando y distinguiendo de las variedades peninsulares en cartas en las que ciertos errores traslucen que «cada vez hay más seseo o más expresión del yeísmo». Esto ocurre especialmente en las misivas escritas por «personas que no sean muy cultas», que pueden no distinguir si una palabra se escribe con ese o con zeta.

Este caso particular de las cartas desde América también muestra una evolución muy grande en términos de vocabulario, especialmente en palabras de la vida cotidiana, como nombres de plantas o alimentos. «Ahí podemos ir viendo cómo se van conservando algunas características comunes y también ese germen de la diferenciación entre el español de España y el de América», explica Bravo. Se aprecia también la aparición de palabras que tienen como origen alguna de las lenguas indígenas y que han cruzado el Atlántico, como maíz, canoa o hamaca, algo estudiado por Łukasz Grützmacher en su artículo Indigenismos americanos en cartas de particulares del siglo XVI.

Cartas de amor de 1897. Museo de Escritura Popular de Terque (Almería)

En cuanto a si la oralidad se traslada a las cartas, Bravo indica que «cuanto más popular es el individuo, se expresa de una manera más sencilla, más próxima a su forma de hablar». Aparecen interjecciones y muletillas (está ya el tan andaluz «no ni ná», cuenta la experta), expresiones coloquiales y una cercanía al modo de hablar que muchas veces emerge cuando el discurso alcanza momentos más emocionales.

Otro aspecto muy interesante que se puede estudiar a través de las cartas privadas es el de los estándares de escritura y el acatamiento o no de una norma ortográfica. Todo depende en primer lugar del grado de alfabetización del remitente. La norma ortográfica, expone Marta González Alcaide, se puede romper tanto en el siglo XVI, cuando no había RAE, como en el XVIII o XIX (o XXI, añadiría cualquier profesor de Lengua). «A medida que la norma ortográfica se asienta, su práctica se va ejercitando pero siempre quedan excepciones», explica.

Aun así, sí hay «diferencias históricas» en temas como la separación de palabras y en el uso de mayúsculas y minúsculas, afirma la experta, que añade que, por el contrario «se da más homogeneidad en cuanto a la escasez de signos de puntuación o el respeto a los márgenes o la caja de escritura».

Mercedes Abad Merino señala que las grafías utilizadas en las cartas nos muestran esa evolución en cada momento. Aspectos como «el uso indistinto de U o V, por ejemplo, o la reducción o conservación de los grupos consonánticos, el uso de las mayúsculas, las mismas pautas de puntuación o de acentuación se muestran muy cambiantes». Aunque la Real Academia Española se funda en 1714, como ya apuntaba Fernández Alcaide, Abad Merino coincide en que «las cartas del XVIII no siguen las normas académicas de repente».

Sobre este tema, Eva Bravo García indica que la evolución principal que se ve en las cartas americanas es una progresiva limpieza ortográfica. «Todavía en el siglo XVI hay muchas letras heredadas de época medieval que carecen de sentido y van desapareciendo en los siglos XVIII y XIX», como la ce con cedilla, la ese doble o las variantes de grafías para la eñe. Por otra parte, en las últimas cartas americanas, las que están escritas sobre todo en el siglo XIX, «hay una cierta reivindicación de usos propios», en línea con los distintos movimientos y procesos de independencia. «En muchos países se hace una reflexión lingüística que invita de alguna manera a escribir como se habla», explica la catedrática.

Las cartas privadas, en definitiva, sí son dignas de ese cajón del oro en el que se pidió que fuesen enviadas. Con todas las precauciones que hay que tener y con todas las limitaciones con las que se encuentra su estudio, ofrecen una ventana excepcional y variadísima hacia el estado de la lengua en un lugar y momento concretos. Y permiten algo extraordinario: ver cómo escribían y se expresaban por escrito personas que apenas sabían escribir.

 

Este reportaje es uno de los contenidos del número 11 de la publicación trimestral impresa Archiletras / Revista de Lengua y Letras.
Si desea suscribirse o adquirir números sueltos de la revista, puede hacerlo aquí https://suscripciones. archiletras.com/