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11 Jun 2019
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Oficios de la lengua

Caligrafía, el arte de escribir a mano

Beatriz Valdeón

La caligrafía aún sobrevive en una era digital... ¿Por resistencia, por moda o por el placer de escribir a mano?

«El punto sobre la i se lo debemos agradecer a la letra gótica; antes de este hito gráfico, pensad en la palabra minimum», explica el calígrafo Goyo Valmorisco a doce alumnos que escrutan una plumilla de corte recto, antes de sumergirla en nogalina y apoyarla sobre el papel, con un ángulo de 30 grados, para practicar el abecedario de la letra humanística en la Casa Museo Lope de Vega, en Madrid.

Ensayando una ‘o’ en dos trazos originaria del siglo XIV, el tiempo puede pasar volando. Incluso puede atravesar la cristalera de la sala donde se imparte el taller, y reflejar la imagen de uno de los copistas del llamado «fénix de los ingenios» en el «huertecillo» madrileño.

Pedro de Valdés, director de comedia en el Siglo de Oro, observa a los aprendices a través de las ventanas complacido con la idea de que sigan estrenándose obras de su admirado Lope en el siglo XXI (Mujeres y criados, obra inédita copiada por él en 1631).

El giro a un hipotético guión de El Ministerio del Tiempo tiene que ver con la circunstancia agravante para la imaginación de que el brazo y la mano del profesor son los del personaje de Cervantes en un capítulo de esta serie; y también los del mismísimo «monstruo de la naturaleza» en la miniserie de TVE Lope enamorado. «Copié el manuscrito con los ojos cerrados para imitar su mala letra, una cursiva alta ininteligible», comenta el calígrafo.

El chasquido característico de la cámara de un móvil suena sucesivas veces en la clase de caligrafía, como si la alarma de la era digital saltara para recordar su poder omnipresente y a los gurús que predicen el fin no muy lejano de la escritura manual. Los analistas de tendencias valoran datos como este: el 88,4% de los niños de 10 años utiliza ordenadores, según el Instituto Nacional de Estadística. Igualmente esclarecedoras son las cifras del último informe de la agencia estadounidense We are social, de 2019, según el cual 4.454 millones de personas utilizan redes sociales en el mundo, y concretamente en España (con cerca de 39,5 millones de internautas y 37 millones de usuarios de móviles), la aplicación de WhatsApp ocupa el primer puesto.

En tiempos en los que prima la inmediatez de la comunicación y la conexión permanente en la red, cuando recibir una tarjeta postal o una carta manuscrita es un hecho insólito, y hasta la marca BIC ha lanzado en el mercado un móvil desechable (BIC phone), ¿imaginamos un futuro con bolígrafos? En un repaso mental rápido por la literatura y el cine futurista de culto, desde Metrópolis, Fahrenheit 451, 2001: una odisea del espacio o Blade Runner a la serie británica Black Mirror, que señala los ángulos más oscuros de la sociedad tecnológica actual y está inspirada en avances tecnológicos ya implantados o en desarrollo, ¿alguien vio una pluma estilográfica?

El modelo de sistema educativo finlandés, considerado el mejor de Europa por el informe PISA, también ve el futuro entre pantallas. Así, este año ha dado la opción a los colegios de que enseñen las letras sin ligar. Es decir, a partir de los 7 años, los niños pueden aprender a escribir solo con letra de palo con el objetivo de que se familiaricen cuanto antes con la letra de imprenta y pasen a clase de Mecanografía. Esta innovadora línea educativa no convence a los investigadores de los procesos cerebrales implicados en la lectoescritura. «El aprendizaje de la cursiva (con ligaduras) es una herramienta fundamental para el desarrollo cognitivo de un niño porque ayuda a la especialización de unas áreas del cerebro (control del movimiento, sensaciones y razonamiento) que no se entrenan con los teclados», afirma la neuropsicóloga Rocío Mayoral, profesora de títulos propios en el Departamento de Psicología Básica de la Universidad Complutense de Madrid, donde investigan sobre los procesos de lectoescritura y de funciones ejecutivas desde hace años. Muchos estudios de este grupo, en contexto nacional e internacional, verifican la conveniencia de practicar la escritura manual. «Siempre lo hemos sabido, pero ahora tenemos la evidencia científica gracias a las tomografías cerebrales. Hacer caligrafía requiere más recursos cognitivos de tipo superior», añade. Es decir, precisa mucho más desarrollo de la memoria y de la capacidad de autorregulación (por ejemplo, en la corrección), más control manual, orientación espacial y psicomotricidad. Asimismo, se ha comprobado científicamente que aumenta la reserva cognitiva en personas mayores. «No podemos negar los beneficios del mundo digital, pero un modelo educativo centrado en cómo funciona el cerebro debería platearse la introducción de pantallas y teclados valorando a qué edad se incorporan y cómo; nunca debería hacerse de forma masiva y sin que se hayan completado los procesos neuropsicológicos», concluye.

«Mens et manus» (cerebro y mano) es la divisa del logo del MIT (Instituto de Tecnología de Massachusetts), una de las mejores universidades del mundo, puntera en investigación. A la calígrafa Belcha Villalobos, del taller Deletras, en Madrid, le gusta mostrar este emblema como argumento del valor de su oficio. Cuenta que en la Escuela Waldorf de Aravaca (Madrid), donde también imparte clase de Caligrafía, desarrollan una propuesta pedagógica que aprecia lo que el ser humano es capaz de hacer con sus manos. «En horario lectivo, les enseño a escribir con plumilla ancha, a partir de 7 años, y también a valorar cómo la humanidad evolucionó gracias a la transmisión escrita de conocimientos. No se trata de que tengan buena letra, aunque repercuta positivamente en ella, sino de que disfruten haciendo letras bonitas y conozcan una disciplina que se está perdiendo», explica. Esta profesora, que aprendió el oficio con 15 años, recuerda su acierto en el examen de Selectividad cuando, provista de pluma estilográfica, tituló el comentario de texto en gótica, algo que le dio la nota más alta de su vida.

Encontrar una primorosa ornamentación del texto en un examen no es la tónica general, según se quejan profesores de institutos y universidades ante la dificultad de corregir pruebas con párrafos ilegibles.

Lo cierto es que el sistema educativo español sigue preocupándose por asentar unas buenas bases de escritura en la infancia. No solo las escuelas de educación alternativa o emergente valoran esta habilidad, igualmente es apreciada en colegios convencionales, tanto privados como públicos. «La enseñanza de caligrafía en Primaria sigue siendo algo genuino –confirma Javier Zarzuela, maestro del CEIP San Bartolomé de Fresnedillas, en la sierra oeste de Madrid–. Hay colegios que introducen teclados en edades tempranas, pero su uso es restringido. Seguimos usando lápiz, bolígrafo y papel, porque sabemos que la práctica de la cursiva genera mayores conexiones neuronales que las mayúsculas y es crucial para el desarrollo cognitivo». Las guías de escritura siguen vigentes, aunque no hay un material común que prevalezca, porque según argumenta este experto en Educación Infantil desde hace más de treinta años, «enseñamos para que el alumno tenga una letra legible. Permitimos que cada alumno exprese su personalidad en letras variadas, aunque sí promovemos una escritura bella».

Curiosamente, en plena revolución digital del diseño, la publicidad y el marketing también aprecian las letras bonitas trazadas artesanalmente. Tanto, que es común que agencias y estudios de diseño encarguen trabajos a calígrafos profesionales, en busca de la diferenciación de un logo, un cartel, la portada de un libro o un anuncio publicitario cuando quieren transmitir calidez, personalidad, prestigio o exclusividad, por ejemplo.

Asimismo la rotulación, que es un campo relacionado pero diferente, porque reproduce formas caligráficas básicas para crear otras, vive un momento de auge. Hay constancia de un incremento de diseñadores gráficos que se dedican a ello de forma manual (con pincel, brocha o rotuladores) o digitalmente, y del número creciente de clientes, sobre todo locales comerciales, que eligen una seña de identidad retro o de época que está de moda. «Compartimos con la caligrafía la herramienta de trabajo, el interés por el lenguaje escrito, y también el gusto por la belleza estética, pero para los rotulistas lo primero es la función: el texto tiene que entenderse y verse bien. Predomina el impacto», aclara Diego Apesteguia, fundador de la empresa Rotulación a mano (Premio al Emprendimiento de los Premios Nacionales de Artesanía 2016), ubicada en el barrio del Lucero en Madrid. El rótulo actual de la pastelería centenaria La Duquesita (c/ Fernando VI), grabado en cristal, brilla más ahora porque lleva pan de oro de verdad y materiales mejores: «Tras crear un facsímil del original, que no se podía restaurar, lo hicimos como le hubiera gustado a su autor, Gilca, si hubiera tenido más presupuesto en los años cincuenta», cuenta.

Llama la atención que en un momento en que los términos en inglés están de moda (lettering, hand painting, etc.), Apesteguia eligiera el español para el nombre de su marca: «Fue una decisión consciente, porque la rotulación como disciplina estaba tan desaparecida que hasta su palabra se perdía. No se nos nombraba, éramos la gente que hacía carteles…».

Otra propuesta de los apasionados por la palabra escrita, la más innovadora, prefiere cambiar la pluma por un escobón (entre otros instrumentos) y salir a la calle. Son los «caligrafiteros», término inventado por el director de arte holandés Niels Meulman, o «Shoe», en 2007. Este artista visual nombró «Embajador oficial del Calligraffiti» a «Mr. Zé», nombre artístico de Félix Rodríguez, director creativo del estudio de diseño Pobrelavaca, en Valladolid, con numerosos premios de publicidad.

Alejada de tendencias, modas y galardones, la figura del calígrafo (del griego kalos, bello, y grapho) quizá sea la más silenciosa y, sin duda, la que mejor podría simbolizar al superhéroe o superheroína de la era digital capaz de ayudarnos a levantar la vista de las pantallas para recuperar el placer de escribir a mano y practicar la lentitud. «Tenemos poderes limitados. Hace 33 años que trabajo en EINA (Centro Universitario de Diseño y Arte), ahora adscrito a la Universidad Autónoma de Barcelona, y la caligrafía no es una asignatura universitaria, no existe. Parece ser que he enseñado Tipografía, Dibujo, Proyectos, Historia del arte o Teoría del color…», responde Keith Adams, profesor de referencia que vino a España en los años ochenta seducido por la colección patrimonial de manuscritos. Su próxima misión es escribir un libro sobre la Corona de Aragón. «Me fascina encontrar en una misma página el latín y el catalán, o el latín y el castellano –comenta–. Me pregunto si detrás de la caligrafía pulida había una relativa madurez política, una comunicación fluida». Keith dice que aún son pocos los que se han dado cuenta de que en esta disciplina hay una calma profunda.

 

Oriol Miró

Oriol Miró: La caligrafía comunica mucho más que cualquier letra de pantalla»

Relaja seguir su trazo a pincel desvelando los rasgos de una itálica del Renacimiento…

¿Y si en una sociedad futura de la era digital nadie empleara la escritura manual? Siempre existirá la necesidad de escribir a mano, igual que la de hacer pan.

En el mundo actual, ¿qué papel desempeña un calígrafo? La caligrafía representa el arte y la atención plena. Establece una conexión con lo que haces por ti mismo y activa tu nivel de conciencia; por eso nos hace crecer como personas, y culturalmente. Mejora nuestra sociedad.

A sus talleres acuden personas con profesiones, edades e inquietudes diversas. ¿Qué persiguen? Buscamos autenticidad. El placer de hacer algo bien hecho. Nos tienen adormecidos, y por eso necesitamos generar, crear, «hacer».

¿Y en el caso de las agencias de publicidad o estudios de diseño que le encargan trabajos como, por ejemplo, un logo hecho a mano? Buscan comunicar. La caligrafía comunica mucho más que cualquier letra de pantalla. Quizá en muchos casos transmite demasiado, y por eso se opta por una letra tipográfica, más neutra, con menos carga humana.

¿Tener buena letra es señal de…? Una prueba de que te han enseñado bien.

El método tradicional exigía repetir e imitar el modelo perfecto. ¿Funciona? No. Y no hay ninguna exigencia de copiar exactamente un modelo de letra. Hablamos de una técnica instrumental muy parecida a la música, cuyo aprendizaje se basa en conocer el instrumento y su historia, y comprenderlo. Después, partiendo del conocimiento, algunas personas preferirán seguir imitando los patrones, buscando cada vez un mayor virtuosismo, y otras elegirán crear, explorar formas de expresión propia.

¿Cómo ha enseñado a sus hijos? Guiándoles para que hagan una letra legible y se sientan bien consigo mismos.

Si modificamos nuestra letra, ¿cambiamos nuestra forma de ver la vida? Claro. Modificar nuestra conducta –ya sea en lo referente a comer, caminar, meditar, cantar o escribir– transforma nuestra visión del mundo y de nosotros. Todo está conectado.

¿Ha copiado algún manuscrito en castellano antiguo que le haya impresionado? Beatos. El primer manuscrito antiguo que tuve en mis manos fue el Beato de Liébana de la Seu d’Urgell.

¿Qué se necesita para ponerse en la piel del Beato de Liébana? Solamente un pergamino, una pluma de ave y tinta. Respirar, convertirte en tinta y escribir.

«Usar la mano hace escribano»

Por qué hacer buena letra, liberados de aburridos y obsesivos métodos del pasado, sigue aportando ventajas

El idioma español posee dos significativas palabras, sinónimos de escribiente y escribano, para denominar a las personas que ponen su pluma al servicio de los demás. Una es «amanuense», cultismo procedente del latín amanuensis (secretario) que deriva de la frase servus a manu (esclavo de la mano). Y la otra, «memorialista», autor de memorias. Además, con la acepción de «persona que tiene una caligrafía sobresaliente», el peculiar término «pendolista», de pennula (diminutivo de penna, pluma), trae al recuerdo el apodo coloquial de «plumilla» para quien ejerce el periodismo.

Escribas en Internet. Estamos equivocados si creemos que la labor de los escribientes, los que ayudaban a redactar formularios y cartas, se perdió en aquellas casetas de madera del Paseo de Gracia o de la calle Dr. Fleming de Barcelona en los noventa. Hay personas que buscan a calígrafos por Internet para que les copien con letra bonita un texto, como por ejemplo, una petición de matrimonio recibida por correo electrónico. Fue un trabajo reciente de la calígrafa Belcha Villalobos.

Prestigio social. Marcas de lujo, como Hermès, Loewe o Gucci, en España, cuentan con un calígrafo personal que personaliza las invitaciones, entre otros trabajos de protocolo: se trata del afamado artista de origen porteño Josemaría Passalacqua. Hay diferencias con una imitación digital y la publicidad lo sabe.

Hay quien ve en la obra de teatro Un médico a la fuerza (1666), de Molière, el antecedente de una recriminación. Jacoba le dice al falso doctor Sganarelle que «no se le entienden los latinajos». Una «pequeña bagatela», como la denominaba el autor, quien disfrutaba satirizando a los médicos.

¿Y la letra (mala) de médico? El British Medical Journal llevó a cabo un estudio en los años noventa con 92 trabajadores entre los que seleccionaron médicos, personal técnico de enfermería y administrativos. El resultado indicó que los galenos no tenían peor letra que el resto. Lo cierto es que todos en algún momento hemos padecido sus garabatos. La necesidad de escribir rápido y el estrés parecen ser las causas. Una prueba de que la ilegibilidad de las recetas no es una leyenda urbana está en el grupo de Facebook «Trabajamos en farmacias españolas. Foro para apañarnos entre nosotros», donde la mayoría de las consultas solicitan ayuda para traducir sus prescripciones.

Ni un trazo atrás. Un método anticuado para hacer cursiva llamado popularmente «voy (línea hacia adelante) y vengo (rasgo hacia atrás para enlazar la última letra con la siguiente)» es responsable de algunos traumas de la infancia y, sobre todo, de mucho aburrimiento en personas que estudiaron con la exigencia de copiar un único modelo de letra. Hoy la cursiva es libre.

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De las cartillas Rubio de escritura y cálculo de los años sesenta, que se imprimían en la casa del creador, a los Cuadernos Rubio actuales hay de diferencia hasta una aplicación: iCuadernos.
El gesto de amistad con la era digital no significa que el papel haya sido relegado. Las ventas en 2018 llegaron casi a tres millones de cuadernos, con un aumento del 22%, y del 48% en la venta digital. El éxito del negocio proviene de un laborioso trabajo de actualización y sabia resistencia. Su responsable, Enrique Rubio –hijo del fundador, Ramón Rubio–, dio en el blanco con cinco medidas: la ampliación de cuadernos con recursos educativos para niños y nuevas ediciones para adultos (caligrafía creativa y rotulación, por ejemplo); la incorporación de ejercicios de estimulación cognitiva y de destrezas motoras finas, que ayudan en enfermedades como el Alzheimer; la aportación de pedagogos, ilustradores y diseñadores gráficos; precio barato (muchos cuadernos a 1,15 euros); la vía del comercio electrónico y el uso de redes sociales.

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