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17 Ene 2019
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Reportajes

‘¡Este sí es mucho berraco!’

Fernando Ávila

Un acercamiento a la palabra berraco, característica del lenguaje popular, y que en los últimos tiempos se ha comenzado a internacionalizar por películas, novelas y series de televisión que retratan la realidad del en otro tiempo pacífico país del café y las esmeraldas, Colombia

Pablo Escobar, el legendario mafioso, está sentado a la mesa con sus secuaces, bajo un techo de teja española con cielorraso de madera rústica sostenido por columnas de roble que conectan a un piso de baldosín colorado. El lugar, de unos veinte metros cuadrados, se ve rodeado de verde. Un samán brinda suficiente sombra para refrescar el costado por donde pega el sol ya entrada la tarde. Más allá hay abundancia de búcaros, guayacanes y palmeras, y se alcanza a divisar la casa principal de la finca, la famosa Hacienda Nápoles, de casi tres mil hectáreas. El lugar favorito de Escobar. Su lugarteniente, alias Popeye, se acerca a darle alguna información, y Escobar dice: «¡Este sí es mucho berraco!». ¿Qué información le da Popeye?

Si la noticia es que alguno de sus pilotos coronó, sus palabras estarán acompañadas de risas y gritos de triunfo, tras lo cual habrá invitado a su acompañantes a tomar las motos parqueadas a diez metros de la mesa, para salir a correr como locos por caminos que ellos mismos han trazado y cruzarse con los elefantes y los rinocerontes que el capo ha traído del África. Le exigirá a su máquina toda la velocidad posible, y verá saltar a lado y lado el agua de los charcos y las piedras del camino, para celebrar así, embriagado por el éxito, su nuevo logro, no sin repetir una y otra vez «¡Este sí es mucho berraco!».

Si su frase va acompañada de una mueca de animal herido, pero dispuesto al desquite, es posible que Popeye lo haya enterado de alguna incautación inesperada, y el man al que llama berraco sea algún agente de la DEA, uno de sus muchos enemigos declarados.

En el primer caso el piloto es para Escobar magnífico, excelente y merecedor del dineral que le paga por cada viaje. Es un man muy berraco, por lo bueno. En el segundo, el agente gringo no es más que un maldito esbirro del Tío Sam, bueno para nada, a quien está dispuesto a enfrentar, doblegar, reducir y aniquilar. Es un man muy berraco, por lo malo.

Buenos y malos son berracos.

Berraco en los diccionarios

Luis Lalinde Botero, un hombre de radio, que difundía las manifestaciones culturales de su Antioquia entrañable por las ondas hercianas de los años 40 y 50, explica en serio y en broma el uso de la palabra berraco, en su Diccionario jilosófico del paisa (Ediciones Triángulo, Medellín, 1998). «Berraco —dice Lalinde Botero— es el hombre valiente, el aventurero, el tahúr, el osado, el astuto, el “ojodiáguila” y, en fin, todo aquel que sobresale por algo, sea este algo bueno, malo o “pior”». Más adelante agrega que «Berraco también significa bravo», que sus más significativos derivados son berraquera, ‘rabia contenida’, emberracarse, ‘enojarse’, y que esta familia de palabras se regó por el país cafetero, dada la migración paisa hacia otros departamentos de Colombia. El mismo diccionario incluye los lemas berraquinina, ‘capacidad de aguante’, y berriondo, ‘bravo, irascible o malgeniado’ o ‘aventurado, atrevido, valiente’. Berriondo es, pues, el más cercano sinónimo de berraco.

Sobre su carácter, Lalinde Botero dice que berraco es para los paisas «el calificativo de calificativos, el abundancial de abundanciales, el comparativo de comparativos, el gentilicio de gentilicios, el numeral de numerales, el determinativo de determinativos, el demostrativo de demostrativos y el posesivo de posesivos». Aclara que en el Diccionario de la Lengua Española, DLE, figura la palabra verraco, con v de vaca, para referirse al ‘marrano padre’, pero que el berraco antioqueño es con b de burro por la fuerza expresiva y significativa que tiene. «Hasta con la Divinidad empleamos este inmenso señalador, porque todos saben que (…) el Señor Caído de Girardota es un berraco pa los milagros» y que «san Pedro es el berraco pa decretar veranos en Antioquia».

El Nuevo diccionario de colombianismos, del Instituto Caro y Cuervo, edición de 1993, registra la palabra berraco como hipérbole coloquial para referirse a ‘persona que por su talento o destreza sobresale en alguna actividad u oficio, o que se destaca por su fuerza física, audacia o valentía’. Por su parte, el Diccionario de americanismos, 2010, de la Asociación de Academias de la Lengua Española, muestra la universalidad que ha alcanzado este adjetivo, y entre sus significados incluye los siguientes: ‘valiente’, ‘bravucón’, ‘pendenciero’, ‘extraordinario’, ‘magnífico’, ‘persona que desempeña muy bien una actividad u oficio’, y también, ‘complicado’, ‘difícil de resolver’, ‘disgustado’, ‘enfadado’, ‘tonto’, ‘estúpido’, ‘tramposo’, ‘embustero’ y ‘persona que está excitada sexualmente’.

Y la verdad es que para todos esos efectos sirve decir «berraco».

Etimología

Claramente el origen de berraco, con b, es verraco, con v. El cambio de b por v, en un idioma en el que no se diferencian fonéticamente las dos letras, es normal en su evolución. La locución latina ad vocatus, con v, da lugar a la palabra española abogado, con b; la palabra biche, ‘que no ha madurado’, escrita así en el DLE, no impide que Postobón, la mayor embotelladora de gaseosas en Colombia, lance al mercado su sabor «mango viche», con v, con el argumento de que así lo escribe la gente. El manjar de mariscos más apetecido en las playas del Caribe es el cóctel de cebiche, sebiche, ceviche o seviche, que ofrecen los lugareños a los turistas en cualquiera de esas cuatro escrituras, todas ellas admitidas por la Academia.

En el diario El Tiempo, de Bogotá, en artículo publicado en el año 1992, Ramón Darío Pineda cuenta que en el municipio de Heliconia, llamada Guaca por los conquistadores españoles, por la cantidad de guacas o entierros de oro que había, se hizo famoso un marrano enorme, que no contento con preñar a las marranas de día, lo hacía también de noche. El incansable cerdo iba tumbando lo que se encontraba a su paso, mataba a las gallinas y dañaba los sembrados. Su historia se convirtió en leyenda, y los habitantes de esa región comenzaron a decir del hombre pendenciero, bravucón y mujeriego que era como el Berraco de Guaca. De frases como «Este sí es más matón que el Berraco de Guaca» o «Este es más sobrado que el Berraco», que hoy todavía se oyen entre paisas raizales, se pasó a «¡Este sí es mucho berraco!», expresión con la que ya el término berraco tenía su carácter actual.

La palabra berraco identifica al típico antioqueño. Su lema «Antioqueño no se vara» ha sido repetido de generación en generación, como motor de conquista, progreso y dominio. A finales del siglo XVIII, Antioquia era el departamento más aislado, atrasado y pobre de Colombia. Paradójicamente los antioqueños trabajaban en la extracción del oro, pero la inequidad en la cadena de este negocio hacía que quienes sacaban de la tierra el metal fueran los menos favorecidos. A medida que la veta se agotaba, la pobreza crecía, y el único recurso que quedaba era emigrar. Fue así como comenzó la llamada Colonización Antioqueña. Este fenómeno social quedó muy bien ilustrado en novelas como La Oculta (2014), de Héctor Abad Faciolince, o La casa de las dos palmas (1988), de Manuel Mejía Vallejo. Esta última, adaptada a serie de televisión por Martha Bossio de Martínez, que revive de manera preciosa la epopeya.

Expansión

La Colonización Antioqueña comenzó en la misma Antioquia, con la fundación de Sonsón, Abejorral y Aguadas, y se fue extendiendo hacia el sur de ese departamento, por tierras que hoy forman parte de los departamentos de Caldas, Risaralda y Quindío, conocidos como Eje Cafetero, hasta llegar al norte de los departamentos del Tolima y del Valle del Cauca, para sumar casi cuarenta poblaciones fundadas durante el siglo XIX y principios del XX. Las ciudades más importantes de esa colonización son Pereira, Manizales y Armenia, hoy capitales departamentales. Todo ese territorio es paisa y la mayoría, cafetero. ¿Qué significa ser paisa? Ser trabajador, emprendedor, valiente, audaz, capaz de tumbar monte y hacer un país, «echado pa delante», en definitiva, ¡berraco! Esos antioqueños que salieron de su hogar para conquistar tierras agrestes e inhóspitas y convertirlas en el hogar de sus hijos y en su sitio de trabajo convirtieron a Colombia en el primer productor de café suave del mundo.

¿Cómo se sabe que alguien es paisa? Principalmente por su hablado, que incluye un léxico característico. El paisa silba las eses y es marcadamente yeísta. No dice «mi hermano o «mi esposa», sino «el hermano mío» y «la esposa mía». A lo que en Bogotá se le dice las onces (‘la merienda’) el paisa le dice el algo; al ladrillo le dice adobe; al potrero, manga; al peto con panela, mazamorra con dulce macho; a la mesita de noche, nochero; al cinturón, correa; a las vueltas (‘dinero que se devuelve’), la devuelta. Los bogotanos decimos tualla (aunque se escriba toalla), esfero, tajalápiz y cachucha a lo que los paisas llaman más apropiadamente toalla, lapicero, sacapuntas y gorra. Esas diferencias suelen generar molestias pasajeras o francas carcajadas cuando lo que se quiere es superar barreras dialectales y entenderse mejor. Un bogotano va a la peluquería a que le corten el pelo y un paisa va a que lo motilen. Cuando se requiere un medicamento, el bogotano va a la droguería, y el paisa, a la farmacia.

Como producto de esas diferencias los bogotanos tuvimos que eliminar de nuestro léxico en los años 60 las palabras bollo y paja, que para los paisas llegados a la capital de la República eran malsonantes. Antes comíamos bollos de mazorca al almuerzo, mientras hablábamos paja. Ahora, comemos envueltos, mientras hablamos carreta. A la vez, aprendimos a decir berraco, con todas sus posibles variables, «¡Mucho berraquito tan cansón!», «Qué berraquera de película!», «¡Este sí es mucho berraco negociante, ala!», aunque todavía conservamos el ala (‘amigo’, ‘hermano’), seguimos pidiendo un esfero y le decimos peto a la mazamorra paisa.

Roberto Posada García-Peña (D’Artagnan) y Enrique Santos Calderón, los más leídos columnistas de El Tiempo, comenzaron a escribir en sus comentarios editoriales las palabras berraco y berraquera, que sin mayor escándalo podían verse de tiempo atrás en grafitis callejeros o en carteles que los hinchas llevaban al estadio El Campín. La palabra se usaba ya en la calle, en las tiendas donde los hombres se reunían a tomar cerveza y en los gritos de las barras de Millonarios y Santa Fe. Lo más bravo que hacían por entonces las futuras barras bravas era gritarle con tono elogioso al delantero de su equipo «¡Este sí es mucho berraco!», cuando anotaba un gol, o con tono de censura al árbitro, «¡Este sí es mucho berraco!», cuando tomaba alguna decisión contra su equipo. Posada y Santos introdujeron berraco y berraquera, no sin protestas de los lectores más tradicionalistas, en las páginas más serias, del más serio matutino de circulación nacional.

En la costa atlántica, donde sus habitantes tienen un estilo de expresión mucho más abierto y espontáneo que los del interior del país, la palabra berraco caló con bastante más facilidad. Gabriel García Márquez, el mágico narrador de esa tierra, la usa en femenino en El último viaje del buque fantasma (1968), cuento en el que experimenta la narración sin más puntos que el final, que luego emplea en su novela El otoño del patriarca (1975). El narrador, un ladrón de pescado huérfano ve con la boca abierta «el trasatlántico más grande de este mundo y del otro (…), veinte veces más alto que la torre [de la iglesia] y como noventa y siete veces más largo que el pueblo», y dice «… madre mía, ahí está, la descomunal ballena de amianto, la bestia berraca, vengan a verlo».

Otto de Greiff, sabio antioqueño, de ancestros noruegos, que hablaba 9 idiomas, poeta, musicólogo, catedrático de matemáticas y rector de la Universidad Nacional de Colombia, tenía en su biblioteca un ejemplar de El otoño, autografiado por su autor, en el que decía: «Para Otto, el gran berraco», y firmaba «Gabo».

La b larga de berraco

Tanto «la bestia berraca» como «el gran berraco» fueron escritos por el nobel de Literatura 1982 con b, lo que ha servido para afianzar esa forma ortográfica, sobre la tradicional, registrada en el DLE, verraco.

A pesar de todo, aún hay profesores que desde el más rancio purismo exigen que se escriba verraco, verraquera, verraquinina y verraquito, con v. Los dos miembros más visibles de la Academia Colombiana de la Lengua, Daniel Samper Pizano y Juan Gossaín, que han sabido mezclar el mejor periodismo con la literatura y el mamagallismo, sostienen por el contrario que esta familia de palabras debe escribirse con b de burro.

Cuenta el bogotano Samper Pizano, en un artículo publicado en El Tiempo, el 1 de junio del 2006, que se encontraba en un seminario sobre lenguaje, en San Millán de la Cogolla, cuando llegó Luis Fernández, presidente por entonces de la Radio Televisión Española, y dijo: «Les quiero platicar acerca del idioma más berraco que existe». «Cuando acabó la ceremonia -dice Samper-, me acerqué a Fernández y le pregunté dónde había aprendido el término y con qué ortografía lo había escrito. Esto era fundamental para saber si quería calificar al castellano de “cerdo padre”, su significado cuando se escribe con v, o si se refería al berraco colombiano, sinónimo de excelencia, que se escribe con b. Me mostró sus apuntes: estaba con b. Era el berraco criollo, el nacional, el nuestro. Y me reveló que había oído la palabra a unos bogotanos amigos suyos y le había encantado. Por eso la incluyó en ese discurso pronunciado muy cerca de la biblioteca donde, hace mil años, un monje escribió las primeras palabras en lengua española. El berraco colombiano acababa de universalizarse. ¡Una berraquera!».

El costeño Gossaín, por su parte, escribe en la revista Semana, del 20 de junio de 1988: «Yo prefiero escribir “berraco”, en el sentido colombiano de la expresión, en vez de “verraco”, aunque la Academia diga lo que le dé la gana. Lo hago por una razón muy sencilla: porque una palabra tan berraca no se puede escribir con una “v” corta…».

Y el nobel García Márquez le dijo al defensor del Lenguaje de El Tiempo, en 1996, que escribía berraco, con b larga, porque le sabía (no de saber, sino de ‘tener sabor’) así, con b larga.

 

Ascenso al repertorio de la oratoria presidencial

El presidente Iván Duque en una visita al Ejército Colombiano

 

El presidente Iván Duque, posesionado el 7 de agosto de 2018, visita las tropas del Ejército colombiano en Bucaramanga, el sábado 1 de septiembre. Ante la cámara del sistema informativo del Ejército, con gesto de actor de Hollywood y voz de locutor radial, graba un mensaje: «A todas las tropas de la Segunda División los saluda su presidente Iván Duque, su comandante en jefe. Les quiero mandar un saludo con afecto, mandarles todos mis mejores deseos, agradecerles su berraquera, su compromiso con Colombia». Ya en diciembre del 2007, el entonces presidente Uribe le había dicho a un díscolo empleado de la Casa de Nariño, sede de la Presidencia: «¡Estoy muy berraco con usted!».
Así han entrado al repertorio de la oratoria presidencial berraco y berraquera, dos de los más característicos vocablos dialectales colombianos, surgidos en las porquerizas antioqueñas siglos atrás.

Como diría el académico Samper Pizano, ¡qué berraquera!

 

Este reportaje sobre la palabra berraco es uno de los contenidos del número 1 de la publicación trimestral impresa Archiletras / Revista de Lengua y Letras, disponible para su compra en  nuestra web.