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29 Jun 2020
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Detrás de cada palabra hay un rastro lingüístico que puede delatarte

Sheila Queralt

Perito en lingüística forense. Con mis análisis científicos de la lengua contribuyo a cazar delincuentes.

Arrugas lingüísticas

Al igual que nuestro físico cambia a lo largo de los años, nuestra lengua también lo hace.

Cuando somos pequeños, nuestro vocabulario es limitado y va enriqueciéndose a paso similar a como aumentan los centímetros de nuestra estatura. Cuantos más años cumple el menor, más palabras y estructuras sintácticas domina. Esta evolución en las diferentes etapas del menor me resulta clave en el momento de perfilar lingüísticamente su edad en casos de ciberacoso o grooming o de determinar si un discurso es genuino del menor o ha sido manipulado por un adulto, por ejemplo, en casos de divorcios conflictivos.

Una vez cumplen la mayoría de edad y entran en la etapa adulta, al igual que pasa con los centímetros, la lengua se estabiliza y no hay cambios tan bruscos. Los lingüistas forenses podríamos comparar textos de hablantes adultos incluso con cinco o diez años de distancia temporal entre ellos. Aunque siempre se tendría que evaluar cada caso individualmente, ya que, por ejemplo, una persona con mucho contacto intercultural o que padeciera algún tipo de dolencia podría ir modificando su lenguaje significativamente. En cada caso, el lingüista forense deberá valorar las posibilidades y las limitaciones de la comparación.

Cuando ya estamos en la madurez más plena y ya nos pueden apodar «chicas de oro», nuestro lenguaje vuelve a sufrir cambios significativos y se nos puede empezar a arrugar. Las arrugas lingüísticas dependerán de muchos factores, como si padecemos algún tipo de demencia, que modificarán en mayor o menor grado nuestra competencia y actuación lingüísticas. En casos con estos hablantes, cuanto más tiempo separe las distintas muestras que debemos comparar, más limitaciones tendrá nuestra comparación, y siempre tendremos que tener en cuenta las capacidades cognitivas del hablante en el momento de producir la comunicación. Los lingüistas forenses solemos encontrar este tipo de perfiles lingüísticos en casos de atribución de autoría de testamentos o de certificados de últimas voluntades aparentemente escritos durante los últimos tiempos de un hablante, pero cuyos herederos ponen en duda. En estos casos, nos solicitan que determinemos si realmente fue la persona fallecida quien escribió los documentos. La respuesta puede esconderse en las arrugas lingüísticas… o en su ausencia.