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30 Ene 2023
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Detrás de cada palabra hay un rastro lingüístico que puede delatarte

Sheila Queralt

Perito en lingüística forense. Con mis análisis científicos de la lengua contribuyo a cazar delincuentes.

No me llames monstruo

Hay una imagen en la mente colectiva del delincuente como un monstruo, alguien que es fácilmente identificable. Alguien que cuando nos pasa por el lado nos pone los pelos de punta. Alguien del que rápidamente nos apartaríamos si nos lo encontrásemos en un callejón. Alguien al que evitaríamos en un ascensor. Pero la verdad es que la mayoría de los delincuentes no lo aparentan. 

Y a la mayoría de estos monstruos los tenemos más cerca de lo que creemos. Podemos ver, a veces sin saberlo, a asesinos en nuestros barrios, a abusadores en las revistas, a acosadores de menores en nuestras familias o incluso a quienes ejercen violencia de género en nuestras casas. No obstante, no es de extrañar que después de un crimen se pregunte a los vecinos, amigos, familiares o admiradores y nos digan que están sorprendidos porque el delincuente era una persona muy afable. 

Muchos monstruos saben muy bien cómo camuflarse. Saben que deben crear una imagen que les permita acercarse a sus víctimas y evitar levantar sospechas. Por este motivo, es habitual que muchos sean simpáticos y encantadores en la esfera social. 

Ellos saben muy bien que una buena imagen puede evitarles muchos obstáculos, tanto antes como después de ser descubiertos. Asesinos condenados han utilizado esta imagen común del monstruo para defender su inocencia. Por ejemplo, Miguel Ricart, condenado por el crimen de Alcásser, decía hace escasas semanas que los medios le describían como un monstruo, pero que él era «un hombre normal». Jorge Ignacio, agresor sexual y asesino de Marta Calvo y dos mujeres más, decía en su carta: «No soy un monstruo asesino de mujeres». Ana Julia Quezada, asesina del pequeño Gabriel, también decía: «No soy más monstruo que esas personas y lo hice por un accidente». Rosario Porto, asesina de Asunta, defendía su inocencia escribiendo que: «El monstruo que lo hizo aún no ha pagado por su crimen». Todos persiguen alejarse discursivamente de la imagen del monstruo para resultar más creíbles, más inocentes. 

Este imaginario colectivo del agresor como un monstruo es muy peligroso. Nos hace más vulnerables porque nos presenta a los delincuentes como algo distinto de lo que son: seres humanos. Debemos permanecer atentos. Los delincuentes están más cerca de lo que creemos porque son personas corrientes y, a veces, influyentes.