PATROCINADORES
INSTITUCIONES
Junta castilla
jcm

Archiletras

21 Oct 2023
Compartir

Los mejores en castellano, seleccionados, comentados y recitados por el editor y director de Archiletras.

Arsenio Escolar

Periodista, filólogo, escritor y editor. Fundé Archiletras en 2018 tras darle vueltas al proyecto durante 35 años.

Vida y muerte de la Generación Decapitada

Vivieron tan poco que apenas tuvieron tiempo de crear, pero lo que crearon sigue vivo un siglo después. Hoy vamos a hablar de los jóvenes poetas ecuatorianos a los que se conoció como la Generación Decapitada.

Viaje en el tiempo, unos cien años atrás. Nos vamos a las primeras décadas del siglo XX. A Ecuador. Un grupo de jóvenes poetas intenta llevar la lírica de su país a la modernidad. A la modernidad de las dos principales corrientes imperantes por entonces en medio mundo: el modernismo del nicaragüense Rubén Darío, el mexicano Amado Nervo o el peruano José Santos Chocano y el simbolismo de los llamados poetas malditos franceses de finales del siglo XIX: Arthur Rimbaud, Stéphane Mallarmé y, sobre todo, Paul Verlaine.

El grupo ecuatoriano pasará a la historia de la literatura con el nombre de la Generación Decapitada. Os anticipo ya por qué: todos murieron jóvenes; algunos, muy jóvenes. Y no de muerte natural. Sus principales componentes son dos poetas nacidos en Guayaquil, Ernesto Noboa y Medardo Silva, y otros dos nacidos en Quito: Arturo Borja y Humberto Fierro. 

Todos ellos se conocieron y trataron, se influyeron mutuamente, frecuentaron juntos o cercanos muchas noches de bohemia y más que alcohol en los alegres cafés del Quito de la época. Ved cómo: así comienza un poema de Noboa titulado Ergo sum:

Amo todo lo extraño, amo todo lo exótico;
lo equívoco y morboso, lo falso y lo anormal:
tan sólo calmar pueden mis nervios de neurótico
la ampolla de morfina y el frasco de cloral

¡La morfina! ¡El cloral! Ernesto Noboa llevó una intensa vida no sólo en Quito, también en España y Francia, donde según algunos biógrafos se hizo adicto a las drogas alucinógenas. Vamos a recordarlo hoy con un soneto bellísimo titulado Emoción vesperal. Bellísimo y polémico: un soneto muy semejante, con el título de Spleen, fue publicado en 1915 con la firma de Emilio Berisso, un dramaturgo, novelista y poeta argentino hoy prácticamente olvidado. 

¿Quién plagió a quién? Expertos en Noboa aseguran que el poeta ecuatoriano lo recitaba ya en 1910 en algunas tertulias literarias; y que incluso se le puso música para que fuera cantado; y que además el autor lo escribió de su puño y letra en un papel y corrigió en él algunas de las rimas, y se lo dedicó allí mismo «a Manuel Arteta, como a un hermano», dedicatoria bajo la que se recogió en un libro publicado en 1922. Tan popular se hizo el poema, según esos expertos en Noboa, que llegó a oídos de Berisso, quien lo recicló, lo retocó y lo publicó en Argentina antes de que el autor lo publicara en Ecuador.

El tedio modernista (y tardorromántico) de la vida, las ansias de huir lo más lejos posible, la constatación de que llevarás contigo tanto las penas como los deseos y las tentaciones… Estas son las pulsiones de este poema, de este soneto, Emoción vesperal. Que dice así: 

Hay tardes en las que uno desearía
embarcarse y partir sin rumbo cierto,
y, silenciosamente, de algún puerto,
irse alejando mientras muere el día.

Emprender una larga travesía
y perderse después en un desierto
y misterioso mar, no descubierto
por ningún navegante todavía.

Aunque uno sepa que hasta los remotos
confines de los piélagos ignotos
le seguirá el cortejo de sus penas,

y que, al desvanecerse el espejismo,
desde las glaucas ondas del abismo
le tentarán las últimas sirenas.

Ernesto Noboa, que padeció neurosis durante casi toda su vida, se volvió adicto a las drogas alucinógenas. Una sobredosis de éter y morfina le provocaron la muerte en 1927. Tenía 38 años.

Otra sobredosis, en este caso solo de morfina, acabó con Arturo Borja, el segundo de los poetas de la Generación Decapitada de los que hoy quiero hablaros. De muy joven, le trataron en Francia con opio una enfermedad de la vista. Murió con solo 20 años. Y murió inédito. Fueron sus amigos quienes recogieron algunos de sus versos y los publicaron en un poemario que llevaba por título La flauta de ónix. Eran 28 poemas. Uno de ellos, titulado Para mí tu recuerdo, fue musicalizado e interpretado por grandes cantantes. Dice así:

Para mí tu recuerdo es hoy como una sombra
del fantasma que dimos el nombre de adorada…
Yo fui bueno contigo. Tu desdén no me asombra,
pues no me debes nada, ni te reprocho nada.

Yo fui bueno contigo como una flor. Un día
del jardín en que solo soñaba me arrancaste;
te di todo el perfume de mi melancolía,
y como quien no hiciera ningún mal me dejaste…

No te reprocho nada, o a lo más mi tristeza,
esta tristeza enorme que me quita la vida,
que me asemeja a un pobre moribundo que reza
a la Virgen pidiendo que le cure la herida.

Humberto Fierro, el tercero de nuestros poetas de hoy, llevó una vida menos agitada que sus compañeros de generación. Trabajó en una oficina pública, su vida bohemia lo fue algo menos. Fue el más longevo de los cuatro. Murió con 39 años, en una caída cuando paseaba por el monte. Aunque hay quien sostiene que se suicidó.

Su poesía es la más influenciada por los simbolistas franceses. Os traigo de él un romancillo titulado Nuestra señora la luna. Dice así:

La luna vertía
su color de lágrima.
Por una avenida
de espesas acacias,
llegaba a la orilla
del agua estancada
la desconocida
pareja que hablaba
de días pasados.
Una historia maga
de citas y besos,
una historia clara
de alegres sonrisas.
Los cisnes soñaban…
La luna vertía
su color de lágrima.

Hasta la avenida
de espesas acacias,
llegaba otra noche
la voz apagada
de otra pareja.
Él interrogaba,
Ella respondía…
Era una lejana
historia de amores
ya casi borrada,
Una historia turbia
que tenía clara
la angustia presente,
él interrogaba…
La luna vertía
su color de lágrima.

Otra vez de luna.
La avenida blanca
estaba desierta.
No turbaba nada
el tedio infinito.
Ni la historia maga
de citas y besos,
ni aquella lejana
historia de amores
ya casi borrada.
Estaba desierta
la avenida blanca.
La luna vertía
su color de lágrima.

Medardo Silva es el cuarto y último de nuestros poetas de hoy, los de la Generación Decapitada ecuatoriana. Aquella generación de vida intensa y corta y obra aún perdurable. Medardo Silva quedó huérfano de padre siendo muy joven, y su madre se mudó a una calle ubicada cerca de un cementerio. Se cuenta que el joven Medardo se sentaba a la puerta de la casa a ver pasar los entierros, y que ahí y así se despertó su vocación literaria. Además de poeta, fue músico y compositor.

Logró el éxito muy joven. Era redactor literario del diario El Telégrafo, donde llevaba los suplementos culturales. Estaba preparando la publicación de un poemario y de un libro de ensayo. Pero algo se torció. Había tenido una corta relación con una niña de 14 años, Rosa Amada Villegas. Ella contó esto tiempo después: “Fuimos enamorados corto tiempo; si yo lo hubiera amado realmente jamás habría sido feliz a su lado… Decidí terminar tales relaciones. Él insistió muchas veces en reanudar aquello”. 

Dos días después de cumplir los 21 años, el 10 de junio de 1919, Medardo Silva se vistió un traje negro y una corbata negra, y zapatos de charol, fue a la casa de Rosa Amada Villegas y delante de ella se suicidó de un disparo en la cabeza. Antes, según contó ella después, le había enviado un poema, escrito a mano en tinta roja. Se titulaba El alma en los labios, y dice así:

Cuando de nuestro amor la llama apasionada
dentro tu pecho amante contemple ya extinguida,
ya que solo por ti la vida me es amada,
el día en que me faltes, me arrancaré la vida.

Porque mi pensamiento, lleno de este cariño,
que en una hora feliz me hiciera esclavo tuyo,
lejos de tus pupilas es triste como un niño
que se duerme, soñando en tu acento de arrullo.

Para envolverte en besos quisiera ser el viento
y quisiera ser todo lo que tu mano toca;
ser tu sonrisa, ser hasta tu mismo aliento
para poder estar más cerca de tu boca.

Vivo de tu palabra y eternamente espero
llamarte mía como quien espera un tesoro.
lejos de ti comprendo lo mucho que te quiero
y, besando tus cartas, ingenuamente lloro.

Perdona que no tenga palabras con que pueda
decirte la inefable pasión que me devora;
para expresar mi amor solamente me queda
rasgarme el pecho, Amada, y en tus manos de seda
¡dejar mi palpitante corazón que te adora!