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07 Oct 2023
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Los mejores en castellano, seleccionados, comentados y recitados por el editor y director de Archiletras.

Arsenio Escolar

Periodista, filólogo, escritor y editor. Fundé Archiletras en 2018 tras darle vueltas al proyecto durante 35 años.

Tres poetas sinsombrero de la Generación del 27 que quizás desconozcas

Federico, Rafael, Luis, Pedro, Jorge, Gerardo, Dámaso, Vicente… Cuando hablamos de la Generación del 27, por lo general sólo mencionamos nombres masculinos. Gran error. Hubo también mujeres, y muy valiosas. Hoy vamos a hablar de tres de ellas: de Concha, de Ernestina y de Josefina.

Aunque apenas lo tengan en cuenta la mayoría de los críticos y de los antólogos, la fecunda Generación del 27 fue también femenina. A los muchos nombres de hombres conocidos y muy reconocidos (Lorca, Alberti, Cernuda, Salinas, Guillén, Diego, Alonso, Aleixandre…) hay que añadirles el de unas cuantas mujeres. Por ejemplo, los de las poetas Concha Méndez, Ernestina de Champourcín o Josefina de la Torre, las escritoras María Teresa León, Rosa Chacel o Luisa Carnés o la pintora Maruja Mallo.

Se conocieron y se trataron todas ellas, y mucho, sobre todo en el Lyceum Club Femenino, una asociación de mujeres a la que pertenecieron también nombres tan ilustres como María de Maeztu, Zenobia Camprubí, Clara Campoamor, Victoria Kent, María Lejárraga o Elena Fortún. Ahora se conoce más al grupo como Las Sinsombrero, pues convirtieron la renuncia a esa prenda en un símbolo de libertad, de transgresión, de liberar de prejuicios la cabeza y las ideas.

Concha Méndez fue una de las principales sinsombrero. Además de poeta, fue escritora, autora teatral, guionista y editora. Era de familia adinerada. Destacó en varios deportes, como la gimnasia y la natación. Se emancipó de su familia y viajó por medio mundo: estuvo en Londres; en Montevideo, donde trató a Juana de Ibarbourou; en Buenos Aires, donde publicó en la prensa e hizo amistad con Alfonsina Storni, Alfonso Reyes o Norah Borges-…. Se dio a conocer muy joven con poemarios muy celebrados. Tuvo por primer novio a Luis Buñuel. Se casó con el impresor y poeta Manuel Altolaguirre, y sus testigos de boda fueron Federico García Lorca, Juan Ramón Jiménez, Jorge Guillén y Luis Cernuda. 

Con Altolaguirre creó Concha Méndez la imprenta La Verónica, y juntos editaron varias revistas en las que publicaron los mejores de su tiempo. Entre ellas, la titulada Héroe; otra que se llamaba 1616, que era bilingüe, en español y en inglés, y llevaba este título por el año de la muerte de Cervantes y de Shakespeare; y una más: Caballo verde para la poesía. Con él, con Altolaguirre, se exilió Concha Méndez a México tras la Guerra Civil. Allí se divorciaron, tras enamorarse él de la mecenas artística cubana María Luisa Gómez Mena. Y Concha Méndez le escribió entonces este poema a su ya exmarido:

Los brazos que te han llevado
no te dejan escapar
para volver a mi lado.

Nos separa un ancho mar
de difíciles tormentas,
y náufrago has de llegar,
si es que vuelves a mi puerta,
para quererte salvar.

Brazos que te sujetaron
para alejarte de mí,
¡a mí sí que me salvaron!…

Cuando ya no sepa de ti
¡qué bien estaré en la vida!,
cuando ya no sepa de ti.

Cuando no vuelvas a verme
y mis horas sean mías
y yo vuelva a ser quien era
lejos de tu compañía.

Cuando no te vean mis ojos,
¡qué bien me sabrá la vida!

No faltará quien se alegre…
Unos, porque no me quieran,
y alguna porque me quiere…

Tan sola no me has dejado,
que estoy conmigo y me basta
—igual que siempre lo he estado…

En el libro titulado Memorias habladas, memorias armadas, un volumen tardío que elaboró su nieta Paloma Ulacia Altolaguirre a partir de muchas horas de cintas grabadas con la poeta, Concha Méndez se confirma -como en toda su obra anterior- como una pionera, una voz singular, única, irrepetible.

Vamos a recordarla con este otro poema, muy personal, autobiográfico. Dice así:

Me gusta andar de noche las ciudades desiertas,
cuando los propios pasos se oyen en el silencio.
Sentirse andar, a solas, por entre lo dormido,
es sentir que se pasa por entre un mundo inmenso.
Todo cobra relieve: una ventana abierta,
una luz, una pausa, un suspiro, una sombra…
Las calles son más largas, el tiempo también crece.
¡Yo alcancé a vivir siglos andando algunas horas!

 Y un poema más, uno más, titulado Recuerdo de sombras, y que dice así:

Sobre la blanca almohada,
más allá del deseo,
sobre la blanca noche,
sobre el blanco silencio,
sobre nosotros mismos,
las almas en su encuentro.

Sobre mi frente erguido
el exacto momento,
dices que en una sombra
vives en mi recuerdo.

Síntesis de las horas.
Tú y yo en movimiento
luchando viva a vida,
gozando cuerpo a cuerpo.

Dices que en estas sombras
vives en mi recuerdo,
y son las mismas sombras
que están en mí viviendo.

La biografía de la segunda sinsombrero que hoy os traigo se parece bastante a la de la primera. Era vitoriana. Se llamaba Ernestina de Champourcín. También era de familia adinerada; y en su caso, tradicionalista. También se comprometió con la República. También salió al exilio tras la Guerra Civil.

Además de la causa republicana, Ernestina se comprometió con el feminismo y con las reformas sociales del tiempo que le tocó vivir. Casada con el poeta y crítico literario Juan José Domenchina, que era el secretario personal de Manuel Azaña, al final de la Guerra Civil tuvieron que abandonar Madrid y trasladarse primero a Valencia, luego a Barcelona, más tarde a Toulouse y a París y por último a México, exiliados. 

Ernestina dominaba desde niña el francés y el inglés, y trabajó allí, en México, como traductora en la editorial Fondo de Cultura Económica. Él, su marido, murió allí, no del todo adaptado a su nuevo país. Ella regresó mucho después a España, ya en los años finales del franquismo, y aquí siguió creando y vivió una especie de segundo exilio. Incomprendida tanto por muchos de los republicanos que tras la guerra se habían exiliado y nunca volvieron cuanto por muchos de los que se quedaron en España, apoyando al régimen.

Como poeta, De Champourcín empezó en el modernismo, muy inspirada en Juan Ramón Jiménez, al que trató y al que consideraba su maestro, pero luego fue evolucionando hacia la poesía pura y hacia la poesía religiosa. En muchos de sus versos, especialmente los de madurez, hay ecos de los místicos del siglo de Oro, de Teresa de Jesús a Juan de la Cruz.

Es transversal también en las formas. Cultivaba el verso libre, sin estrofas pautadas ni rima, pero también los patrones clásicos, como este soneto con que hoy la recordamos. Se titula La voz del viento, y dice así:

Búscame en ti. La flecha de mi vida
ha clavado sus rumbos en tu pecho
y esquivo entre tus brazos el acecho
de las cien rutas que mi paso olvida.

Despójame del ansia desmedida
que abrasaba mi espíritu en barbecho.
El roce de tus manos ha deshecho
la audacia de mi frente envanecida.

Navegaré en tus pulsos. Dicha inerte
del silencio total. Ávida muerte
donde renacen, tuyos, mis sentidos.

Ahoga entre tus labios mi tristeza,
y esta inquietud punzante que ya empieza
a taladrar mi sien con sus latidos.

La canaria Josefina de la Torre, nuestra tercera sinsombrero de hoy, fue actriz, cantante lírica, novelista y poeta. Es una de las más interesantes y también más injustamente olvidadas y ninguneadas mujeres miembros de la Generación del 27. 

De la Torre fue una mujer vanguardista, cosmopolita, deportista cuando casi nadie lo era. Y polifacética de éxito: destacó en todas las actividades profesionales y artísticas que frecuentó. Como actriz, atención, hizo cosas como estas: dobló para la Paramount a Marlene Dietrich y a otras estrellas internacionales de su época; fue primera actriz de la compañía María Guerrero; creó después su propia compañía; rodó un buen número de películas -y en algunas de ellas hizo de guionista o de ayudante de dirección-; intervino en radionovelas y en programas de televisión (entre estos últimos, la conocida serie Anillos de oro)… Como soprano, fue solista de la Orquesta Sinfónica de Madrid y de la compañía de zarzuelas del maestro Sorozábal; ofreció exitosos recitales interpretando a Claude Debussy, a Oscar Esplá o a Camille Saint-Saëns; compuso ella misma algunas partituras.

Era la pequeña de seis hermanos de una familia adinerada y muy culta de Las Palmas de Gran Canaria. Escribía poesía desde los 8 años, publicaba desde los 13. Su hermano Claudio de la Torre -doce años mayor-, dramaturgo, poeta, director de cine, fue para ella un continuo estímulo.

La infancia, la soledad, la muerte; Gran Canaria, su mar, su playa, su naturaleza. Esos son sus motivos poéticos más frecuentes. En la forma, Josefina es lo que hoy llamaríamos transversal: hace desde poemas vanguardistas, de versos blancos y de métrica variable, a sonetos técnicamente perfectos y de un lirismo que recuerda a nuestros mejores clásicos, en la forma y en el contenido. Ved este, este soneto: 

Sé que es mudable y en cambiar se ufana.
Que todo lo repite y nada es nuevo.
Que la mirada que en amores gana,
pierde en amores, siendo amor el cebo.

Sé que lo que hoy es templo decisivo,
mañana será tumba indiferente;
y que los versos que hoy ofrece, altivo,
a otra, mañana, ofrecerá inclemente.

Todo esto lo sé. Nada me obliga.
Y aún conociendo el mal, al mal aspiro:
porque sin mal, no hay bien que amores diga.

Que en la gracia mudable de su giro
está toda la savia de la ortiga:
si es que a dar en el blanco alcanza el tiro.

Vamos a terminar con un poema muy diferente de Josefina de la Torre. Está en versos blancos. Se titula Todos los días y habla del dolor de la pérdida, del vacío que dejan las ausencias, de la tristeza en la que nos derrumban los amores perdidos. Dice así:

Todos los días
llama a mi puerta el desconsuelo…
Estoy vacía y su eco resuena
por todos los rincones de mi vida.
Se estremece mi sangre
que es un hilo de hielo
al faltarme el calor de tu presencia.

No comprendo el idioma del paisaje;
qué quiere decir “sol”,
“cielo azul”
“aire”.
No comprendo mi ritmo,
ni mi esencia,
ni por qué sigo andando,
respirando,
contemplando a la gente,
a los perros que pasan,
a los pájaros
que mi balcón visitan diariamente.
Ni por qué la mirada,
mis ojos,
abarcan el entorno que me envuelve.
Ya no comprendo nada.
El mundo se me ha vuelto
un compañero extraño
que camina a mi lado
y no conozco.
¿Qué quiere decir “vida”?
Ya no encuentro
aquel sabor que un tiempo me dejara.
Las palmas de mis manos
se cierran sin calor,
desconsoladas.
Que eran tuyos tu casa y tu paisaje;
que está en ellos la huella de tus pasos,
el hueco de tu cuerpo…
Y está la casa llena
de tu recuerdo…