Sorpresa, de Federico García Lorca
Rara vez se habrá contado, sugerido y emocionado tanto con tan pocas palabras. Estamos ante uno de los más breves e intensos poemas de Federico García Lorca (1898-1936), y ante una de las mejores pequeñas joyas literarias de toda su corta, fecunda y también intensa vida. Y eso que lo escribió muy joven y aún inmaduro como poeta, con veintipocos años. Bien es cierto que el propio poema nació inmaduro y fue madurando con el tiempo. Hay seis versiones diferentes. Lorca tardó diez años en darlo por terminado, de 1921 a 1931.
Sorpresa, que en algunas de las versiones no se titula así, sino Esquina en unas y Copla en otras, forma parte de Poema del cante jondo, libro que el granadino escribió en 1921, como una especie de prólogo a lo que iba a ser en su ciudad natal un Concurso de Cante Jondo en 1922 auspiciado por Manuel de Falla y que nunca se llegó a celebrar. Ni se celebró el concurso, ni se publicó el libro hasta 1931, cuando ya Lorca había escrito el Romancero gitano y Poeta en Nueva York, dos de sus grandes poemarios. En los diez años transcurridos desde el primer manuscrito de Poema del cante jondo hasta el texto que da finalmente Lorca a la imprenta, el autor no solo cambia el título del poema. Añade y quita versos, modifica otros, pone «un puñal» donde antes hubo «un balazo», extracta pasajes. El poema va adelgazando en palabras y ganando en intensidad, en tensión, en desamparo. En el desamparo de ese muerto sin nombre, solo en la fría madrugada. Y en misterio. ¿Quién lo ha matado, quién le ha dejado el puñal clavado en el pecho? ¿Otro hombre, por una reyerta? ¿Una mujer? ¿Él mismo?
Poema muy corto, 13 versos, y de versos muy cortos. Hay hasta un infrecuente verso bisílabo, el quinto: «Madre». Poema casi impresionista, a pinceladas subjetivas como golpes de luz, como esa interpelación a la madre, ese farol que tiembla, ese muerto tan solitario y abandonado que nadie le ha podido cerrar los ojos. Esa leve rima asonante arromanzada a/e en los versos 1, 3, 5, 7, 8, 10, 11 y 13: calle, nadie, madre, calle, nadie, aire, calle, nadie. Tres veces «calle», tres veces «nadie». Esas repeticiones -y muchos otros elementos repetitivos del poema, como los dos ¡Cómo! del farol que tiembla, o como los tres versos iniciales y los tres finales, casi iguales- le dan a Sorpresa un aire a poesía popular, esa que nace en la calle de autor desconocido. Como desconocido es el muerto.
A mí me suena así: