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24 Abr 2022
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Los mejores en castellano, seleccionados, comentados y recitados por el editor y director de Archiletras.

Arsenio Escolar

Periodista, filólogo, escritor y editor. Fundé Archiletras en 2018 tras darle vueltas al proyecto durante 35 años.

Sobre el poder del tiempo, de José Cadalso

Todo lo muda el tiempo, Filis mía,
todo cede al rigor de sus guadañas:
ya transforma los valles en montañas,
ya pone un campo donde un mar había.

Él muda en noche opaca el claro día,
en fábulas pueriles las hazañas,
alcázares soberbios en cabañas,
y el juvenil ardor en vejez fría.

Doma el tiempo al caballo desbocado,
detiene el mar y viento enfurecido,
postra al león y rinde al bravo toro.

Sola una cosa al tiempo denodado
ni cederá, ni cede, ni ha cedido,
y es el constante amor con que te adoro.

Miembro de una acaudalada familia gaditana, José Cadalso (1741-1782) tuvo una singular historia personal. Su madre murió en el parto, al nacer él. A su padre, hombre de muchos negocios en América, lo conoció 13 años después. Creció de niño bajo la tutela de un tío materno, padre jesuita. Residió de joven en París y Londres, y viajó también por Alemania e Italia. Siguió estudios en algunas reputadas instituciones de la época, entre ellos el Real Seminario de Nobles de Madrid. A los 20 años empezó como cadete la carrera militar; llegó al rango de coronel; murió a los 40 de edad, en 1782, alcanzado por una granada inglesa en el conocido como Gran Asedio español a Gibraltar.

Cadalso fue un ilustrado, un neoclásico. Pero también un adelantado al Romanticismo. Fue dramaturgo, prosista, poeta. Participó activamente en la mítica tertulia de la Fonda de San Sebastián, fundada por Nicolás Fernández Moratín, y en las de los círculos ilustrados de Salamanca, donde residió un tiempo y fue recibido como maestro por los más jóvenes Meléndez Valdés, Forner, Iglesias de la Casa…

Sus amores con María Ignacia Ibáñez, «la actriz de mérito más sobresaliente que había entonces en España», según un documento del Archivo Municipal de Madrid, conmocionaron la Villa y Corte. Él le dio papeles protagonistas en alguna de sus obras teatrales y barajó casarse con ella, y sus amigos y el ejército se lo desaconsejaron. Ella murió por fiebres tifoideas con poco más de 25 años, y él casi enloqueció y convirtió aquella pérdida en un gran motivo vital y literario. Se le atribuyó incluso a Cadalso un intento de desenterrarla, de abrir su tumba para volver a verla y despedirse de ella. Años después describió en sus Noches lúgubres un suceso similar de necrofilia, que algunos críticos consideran estrictamente autobiográfico y otros mera invención literaria. Noches lúgubres, publicada ya muerto el autor, fue uno de los libros que más influyó en los románticos españoles del siglo XIX.

A María Ignacia Ibáñez va dirigido este soneto de Cadalso que hoy os traigo. Ella es Filis, aquí y en muchos otros poemas del autor. Estamos ante un poema de lo que llamaríamos amor eterno, imperecedero, motivo muy abundante en nuestras letras –Amor constante más allá de la muerte, se titula un celebérrimo soneto de Quevedo, medio siglo antes; «Podrá nublarse el sol eternamente / (…) pero jamás en mí podrá apagarse / la llama de tu amor», dice la Rima XCI de Bécquer, un siglo después-, pero al que Cadalso le da, especialmente en el último terceto, un tono muy personal y valioso. Yo lo siento y lo digo así: