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23 Sep 2023
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Los mejores en castellano, seleccionados, comentados y recitados por el editor y director de Archiletras.

Arsenio Escolar

Periodista, filólogo, escritor y editor. Fundé Archiletras en 2018 tras darle vueltas al proyecto durante 35 años.

Silvina Ocampo, la hermana pequeña


Durante muchos años, a Silvina Ocampo se la conocía por ser la hermana pequeña de Victoria Ocampo, por ser la esposa de Adolfo Bioy Casares, por ser amiga de Jorge Luis Borges; tres grandes de la literatura argentina del siglo XX. Luego el tiempo y su propia obra la pusieron en su sitio: en ese mismo primer nivel. 

Victoria, Angélica, Francisca, Rosa, Clara María y Silvina. En ese orden. Victoria, la mayor, le llevaba 13 años a Silvina, la pequeña. Hijas de una familia de la alta burguesía bonaerense, las seis hermanas tuvieron una formación excelente. Además de profesores particulares, Silvina dispuso de tres institutrices, una francesa y dos inglesas, que la convirtieron prácticamente en trilingüe, lo que según declaró ella misma influyó en sus lecturas y en su escritura.

No fue una niña feliz. Se sintió sola, acompañada solo de los empleados domésticos de su acomodada familia. Su hermana Clara María murió con 11 años, cuando Silvina tenía seis. Victoria se casó y se llevó, abro comillas con las palabras de la propia Silvina, a “la niñera que yo más quería, la que más me cuidó, la que más me mimó”.

Antes de dedicarse a la escritura, fue artista plástica. Muy joven, estudió pintura y dibujo en París, donde conoció y trató a dos de los pintores punteros de las vanguardias, el francés Fernand Léger y el italiano Giorgio de Chirico. Allí, en París, trabó también amistad con el escritor Italo Calvino.

En la escritura, empezó con los cuentos. Con no muy buen pie. De los primeros que publicó, en un libro titulado Viaje olvidado, su hermana Victoria dijo que eran “distorsionados”. Fue una incomprendida, muy poco considerada como escritora por la crítica durante mucho tiempo, pero fueron finalmente sus cuentos lo que la consagraron. 

Son cuentos diferentes, de imaginación desbordada, de lenguaje muy trabajado, de personajes desasosegantes. En una nota biográfica en internet, sin firma, encuentro hoy esto: «Ha pasado a la historia de la literatura argentina del siglo XX por la crueldad desconcertante que supo imprimir en algunos protagonistas de estos relatos». Ella misma sugirió que algunas de sus obras habrían ganado premios de no haber sido tan duras. «Les habrá parecido inmoral», afirmó al no ser premiada en un certamen. Y añadió: «Los actos más crueles que hay en mis cuentos fueron sacados de la realidad».

Con su marido, Bioy Casares, y con Borges, publicó en 1940 una Antología de la literatura fantástica muy significativa de las preferencias y preocupaciones literarias de los tres en aquellos años.

Su prestigio como narradora ha oscurecido bastante su valía como poeta. Es clásica en las formas, los metros que utiliza, las rimas… Y es innovadora en lo que dice. Unas veces parece oscura y otras parece naif.

Mira este poema, en cuartetos y en serventesios, estrofas ambas de versos endecasílabos. Se titula Al rencor. Se titula Al rencor y se dirige al rencor. Y le dice esto:

No vengas, te conjuro, con tus piedras;
con tu vetusto horror con tu consejo;
con tu escudo brillante con tu espejo;
con tu verdor insólito de hiedras.

En aquel árbol la torcaza es mía;
no cubras con tus gritos su canción;
me conmueve, me llega al corazón,
repudia el mármol de tu mano fría.

Te reconozco siempre. No, no vengas.
Prometí no mirar tu aviesa cara
cada vez que lloré sola en tu avara
desolación. Y si de mí te vengas,

que épica sea al menos tu venganza
y no cobarde, oscura, impenitente,
agazapada en cada sombra ausente,
fingiendo que jamás hiere tu lanza.

Entre rosas, jazmines que envenenas,
¿por qué no te ultimé yo en mi otra vida?
Haz brotar sangre al menos de mi herida,
que estoy cansada de morir apenas.

En ocasiones, sus poemas son cortísimos, muy breves, una especie de epigramas modernos. Mira este, titulado Castigo.

Transformará Minerva tus cabellos
en serpientes y un día al contemplarte
como en un templo oscuro, con destellos,
seré de piedra, para amarte.

O este otro, titulado Variedad de impaciencia, tan sencillo y tan ingenioso y expresivo. Dice así:

¡Que pronto llegue lo horrible!
¡Que lentamente llegue lo maravilloso!

Me gusta mucho el titulado Ruego, una octava real peculiar, montada no al modo clásico sino en versos pareados. Dice esto:

Quiero otras sombras de oro, otras palmeras
con otros vuelos de aves extranjeras,
quiero calles distintas, en la nieve,
un barro diferente cuando llueve,
quiero el férvido olor de otras maderas,
quiero el fuego con llamas forasteras,
otras canciones, otras asperezas,
que no haya conocido mis tristezas.

Como antes os comentaba, algunos de sus poemas son oscuros. Están hechos más para sentir que para entender. Era tímida, no daba entrevistas, contó poco de su vida privada y de su obra. La crítica está muy dividida a la hora de interpretar parte de su obra.

En el libro La hermana menor. Un retrato de Silvina Ocampo, la también escritora Mariana Enríquez dice esto: “Una de las mujeres más ricas y extravagantes de la Argentina, una de las escritoras más talentosas y extrañas de la literatura en español: todos esos títulos no la explican, no la definen, no sirven para entender su misterio. Nunca trabajó por dinero –no lo necesitaba–, no participó de ningún tipo de actividad política (ni siquiera política cultural), publicó su último libro cuatro años antes de morir (y escribió incluso cuando ya tenía los primeros síntomas de Alzheimer, con casi 90 años) y su vida social, siempre reducida, se iba haciendo nula con los años, algo casi inaudito en una mujer de su clase. El dinero le dio libertad pero nunca pareció demasiado consciente de sus privilegios que, puede decirse, apenas usó”. 

Vamos a acabar con dos sonetos. En parte claros y meridianos y en parte oscuros. Ambos bien trazados y en mi opinión muy sentidos. Dice el primero así:

En tu jardín secreto hay mercenarias
dulzuras, ávidas proclamaciones,
crueldades con sutiles corazones,
hay ladrones, sirenas legendarias.

Hay bondades en tu aire, solitarias
multiplican arcanas perfecciones.
Se ahondan en angostos callejones,
tus árboles con ramas arbitrarias.

Alguna vez oí el chirrido frío
de un portón que al cerrarse me dejaba
prisionera, perdida, siempre esclava

de tu felicidad que junto a un río
bajaba entre las frondas a un abismo
de intermitente luz, con tu exorcismo.

Antes de ir con el segundo soneto, dejadme que os cuente que su relación con el escritor Adolfo Bioy Casares, uno de los grandes, Premio Cervantes en 1990, fue muy compleja, especialmente por las continuas infidelidades de él. Bioy tuvo una hija extramatrimonial, Marta, a quien Silvina cuidó como si fuera propia. Este segundo soneto probablemente se lo dirigía a él, a Adolfo Bioy Casares, y dice así: 

Quisiera ser tu predilecta almohada
donde de noche apoyas tus orejas
para ser tu secreto y ser las rejas
de tu sueño: dormida o desvelada

ser tu puerta, tu luz cuando te alejas,
alguien que no trató de ser amada.
Huir de la ansiedad que está en mis quejas,
poder a veces ser lo que soy, nada,

no tener nunca miedo de perderte
con variación y honda infidelidad,
jamás llegar por nada a concederte

la tediosa y vulgar fidelidad
de los abandonados que prefieren
morir por no sufrir, y que no mueren.