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30 Oct 2022
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Los mejores en castellano, seleccionados, comentados y recitados por el editor y director de Archiletras.

Arsenio Escolar

Periodista, filólogo, escritor y editor. Fundé Archiletras en 2018 tras darle vueltas al proyecto durante 35 años.

Si mis manos cogiesen tu cabeza, de Antonio Gamoneda

Si mis manos cogiesen tu cabeza
y yo mirase en ti tan hondamente
que te pudiera atravesar la frente,
poner los ojos sobre tu tristeza,

¡qué confidencia de naturaleza
-se me haría la vida transparente-
saber en ti, hallar súbitamente
origen de dolor a la belleza!

Y levantar con lentitud sagrada
mi corazón entonces y ponerlo
en esta ola de descubrimiento

a esperar que se cumpla tu mirada;
a ver el mundo resistir, a verlo
hacer banderas con el sufrimiento.

Ovetense de nacimiento (1931), leonés de residencia y de vida desde muy chico, Antonio Gamoneda es uno de los más singulares poetas españoles contemporáneos. Aunque algunos expertos lo incluyen en el llamado Grupo Poético de los Años 50, otros lo consideran una isla suelta, pues apenas comparte las características de sus coetáneos. Ni es de origen burgués, ni recibió formación universitaria, ni era uno de los «señoritos de nacimiento por mala conciencia escritores de poesía social», como definió Jaime Gil de Biedma a los componentes del grupo, entre ellos él mismo.

Gamoneda tuvo en sus primeros años un vida difícil. Su padre, también Antonio, fue poeta modernista que publicó un único libro, Otra más allá vida (1919). En 1934, ya huérfano de padre y con solo tres años de edad, Antonio hijo se trasladó con su madre a vivir a León, al barrio obrero y ferroviario de El Crucero. Fueron años de estrecheces, de pobreza, de vida dura, de guerra civil y de postguerra, de represión vista desde muy cerca. Bajo su ventana pasaban las cuerdas de presos republicanos que eran conducidos desde el tren a la prisión de exterminio que el franquismo instaló en el edificio renacentista de San Marcos, hoy un hotel de lujo. «Yo vi lo que vi», escribiría muchos años después.

En 1936, con las escuelas cerradas por la contienda, había aprendido a leer con uno de los pocos libros que había en su casa, el poemario de su padre. «Considero imposible que, con la muerte por medio, pueda darse una relación más real entre un padre y un hijo que la que aconteció en mi infancia», diría años después. 

Autodidacta toda su infancia, con 14 años entró a trabajar en una oficina bancaria, y acabó después de gestor cultural en la Diputación leonesa, de crítico literario, de gerente de la fundación docente Sierra-Pambley, fundada a finales del siglo XIX con el espíritu de la Institución Libre de Enseñanza y las ideas de Francisco Giner de los Ríos, Gumersindo de Azcárate y Manuel Bartolomé Cossío…

Los años difíciles, la muerte, el dolor ante la injusticia y el pesimismo están en toda su obra, pero también la belleza, la piedad, la fraternidad con los que menos tienen. Motivos poéticos universales. Su obra ha sido traducida al francés, al alemán, al portugués, al italiano… y apreciada en esas culturas. Entre nosotros, las distinciones y reconocimientos tardaron en llegar, pero llegaron. Incluido el Premio Cervantes, en 2006.

El soneto que hoy os traigo es parte de Sublevación inmóvil, el primer libro que publicó, en 1960. Es por lo tanto un poema juvenil, pero el poeta ya estaba hecho, en sazón. Yo lo digo y lo siento así: